28/05/2019, 22:09
El dúo shinobi al fin llegó a Tane-Shigai —contra todo pronóstico—, a pesar de su hostil actitud hacia la misión que les habían encomendado. Llegar a Tane-Shigai era, depende de cómo le llamara uno, llegar al lugar que había bajo Tane-Shigai, o llegar a la ciudad real, ése complejo de casas árbol gigantescas, unidas por puentes, que se erigía en este caso por encima de ellos.
Afortunadamente, más de cien escaleras de caracol de madera, que se construían alrededor de los troncos de los árboles, les permitían ascender hasta la altura de la propia urbe.
El contraste con Kusagakure era evidente. Mientras que en Kusagakure la mayoría de edificios eran dojos modestos, lo que podía considerarse humilde, aquella ciudad era... bueno, eso, una ciudad cualquiera. Una capital cualquiera. La gente, incluso a aquellas horas de la noche, se movía entre las pasarelas y alrededor de los edificios como si fuera de día. Quizás más todavía que de día, aunque en muchos casos, no tan sobrios como de día.
El palacio del Señor Feudal se erigía imponente en el centro de toda la red, una burbuja brillante y de tamaño dantesco.
Encontrar un sitio para comer no sería difícil. Si no querían importunar al Daimyo tan tarde ya, también tendrían que encontrar un sitio para dormir, al menos durante aquella noche.
Por el momento, no se les presentaba mucha oportunidad. Si tomaban la primera escalera, se toparían justo con la puerta de una tienda de vasijas cerámicas decorativas. Como cada edificio ocupaba un árbol, si el vegetal no era extremadamente grande, era difícil, y menos a aquella hora, detectar qué sitio era de comida, qué una tienda, qué una posada o qué, simplemente, una vivienda.
Afortunadamente, más de cien escaleras de caracol de madera, que se construían alrededor de los troncos de los árboles, les permitían ascender hasta la altura de la propia urbe.
El contraste con Kusagakure era evidente. Mientras que en Kusagakure la mayoría de edificios eran dojos modestos, lo que podía considerarse humilde, aquella ciudad era... bueno, eso, una ciudad cualquiera. Una capital cualquiera. La gente, incluso a aquellas horas de la noche, se movía entre las pasarelas y alrededor de los edificios como si fuera de día. Quizás más todavía que de día, aunque en muchos casos, no tan sobrios como de día.
El palacio del Señor Feudal se erigía imponente en el centro de toda la red, una burbuja brillante y de tamaño dantesco.
Encontrar un sitio para comer no sería difícil. Si no querían importunar al Daimyo tan tarde ya, también tendrían que encontrar un sitio para dormir, al menos durante aquella noche.
Por el momento, no se les presentaba mucha oportunidad. Si tomaban la primera escalera, se toparían justo con la puerta de una tienda de vasijas cerámicas decorativas. Como cada edificio ocupaba un árbol, si el vegetal no era extremadamente grande, era difícil, y menos a aquella hora, detectar qué sitio era de comida, qué una tienda, qué una posada o qué, simplemente, una vivienda.
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