5/06/2019, 01:22
(Última modificación: 5/06/2019, 01:23 por Inuzuka Etsu. Editado 1 vez en total.)
El genin tomó del cartero el pergamino, una correspondencia que bien no podía rechazar. Estaba claro, tanto por su sello como por su forma y color, que el mensaje no era una mera carta de promoción mensual por parte de algún supermercado. No, no señor. Etsu agradeció la eficaz entrega al hombre con una cortés reverencia, y tras ello se dispuso a leer con atención el contenido del pergamino. Al joven no le tomó demasiado tiempo el hacerlo, aunque aún intentaba recuperar el aliento. Si, como cabía de esperar, el de rastas se había llevado toda la mañana entrenando.
—Los cuatro de Ibaraki... —leyó en alto sin darse cuenta siquiera.
A su vera, Akane no pudo evitar torcer el gesto —¿ababaur? —el can no entendía cómo le solicitaban algo como éste tipo de misiones a un tipo tan bruto como era Etsu. Pasar desapercibido, hacer como que no era un shinobi para que no hubiesen repercusiones...
—¿¡Cómo que se han equivocado!?
—Baubarauuu... ba.
—¡La madre que te trajo! ¡y me lo dice el shinobi que si no hay comida de por medio no se esfuerza! —respondió al can, y casi como de costumbre, cada uno resopló hacia un lado.
Pero, el cabreo no podía durar demasiado, tenían una misión entre manos, y eso era toda prioridad. Siempre lo había sido así, a pesar de que el 90% del tiempo se lo pasaba entrenando. Recogió el pergamino, enrollándolo sobre sí mismo, y lo guardó en su portaobjetos. Tomó aire, y volvió la mirada hacia Akane. Una sonrisa bastó para aclarar sus intenciones, aunque de igual manera... los enfados entre hermanos, aunque frecuentes, nunca solían durar demasiado.
—Bueno, es hora de ponerse a trabajar.
Sin demora, tomó su capa de viaje y se la puso sobre los hombros. No tardó en ir a por su preciada hacha, su arma favorita. Bueno, y ya puestos, también se agenció a su hermana pequeña. Sin más tiempo que perder, se dirigió a la salida del dojo. Pero antes de llegar a cruzar siquiera el umbral de la puerta de su sala de entrenamiento, el chico cayó en cuenta de un detalle muy importante. No debían darse cuenta de que era un shinobi.
Casi con una lágrima cayendo por su mejilla, el genin se dirigió al baño antes de abandonar el dojo. Abrió el grifo, y cargó sus manos con agua —es... creo que es la primera vez... que salgo de casa... —y arrastró la carga de sus manos contra sus mejillas, borrando parte de esas marcas rojas tan características —sin ellas... se siente... —y volvió a repetir el proceso, terminando de borrarlas en ésta ocasión —se siente... raro...
Y no era para menos. Pero la misión así lo requería, y no hay nada más identificable en un Inuzuka que esas marcas faciales. Akane, dentro de lo que cabe, podía tomar forma humana.
Un poco inseguro, pues se sentía desnudo sin sus marcas familiares, Etsu salió del dojo. Tomó camino hacia la salida de la aldea, con paso rápido y estable. No quería tardar demasiado, pues de seguro el hombre que había solicitado la misión ya llevaba un rato esperando. Caminó junto a Akane, hasta asomar por la puerta. Allí, alzó la mano para tapar un poco el destelleante sofoco del astro rey, en busca del tipo que había solicitado el encargo.
Habían pocas personas que no encajasen con el lugar, molestas con los incontables bichos o sofocadas por el tremendo calor de esos lares. No, no tardaría demasiado en darse cuenta de que el hombre mas irritado del lugar, y que esperaba a las puertas de la aldea era el susodicho...
—Buenas, ¿es usted Kusakabe Rao? —lanzó la pregunta, sin titubear.
—Los cuatro de Ibaraki... —leyó en alto sin darse cuenta siquiera.
A su vera, Akane no pudo evitar torcer el gesto —¿ababaur? —el can no entendía cómo le solicitaban algo como éste tipo de misiones a un tipo tan bruto como era Etsu. Pasar desapercibido, hacer como que no era un shinobi para que no hubiesen repercusiones...
—¿¡Cómo que se han equivocado!?
—Baubarauuu... ba.
—¡La madre que te trajo! ¡y me lo dice el shinobi que si no hay comida de por medio no se esfuerza! —respondió al can, y casi como de costumbre, cada uno resopló hacia un lado.
Pero, el cabreo no podía durar demasiado, tenían una misión entre manos, y eso era toda prioridad. Siempre lo había sido así, a pesar de que el 90% del tiempo se lo pasaba entrenando. Recogió el pergamino, enrollándolo sobre sí mismo, y lo guardó en su portaobjetos. Tomó aire, y volvió la mirada hacia Akane. Una sonrisa bastó para aclarar sus intenciones, aunque de igual manera... los enfados entre hermanos, aunque frecuentes, nunca solían durar demasiado.
—Bueno, es hora de ponerse a trabajar.
Sin demora, tomó su capa de viaje y se la puso sobre los hombros. No tardó en ir a por su preciada hacha, su arma favorita. Bueno, y ya puestos, también se agenció a su hermana pequeña. Sin más tiempo que perder, se dirigió a la salida del dojo. Pero antes de llegar a cruzar siquiera el umbral de la puerta de su sala de entrenamiento, el chico cayó en cuenta de un detalle muy importante. No debían darse cuenta de que era un shinobi.
Casi con una lágrima cayendo por su mejilla, el genin se dirigió al baño antes de abandonar el dojo. Abrió el grifo, y cargó sus manos con agua —es... creo que es la primera vez... que salgo de casa... —y arrastró la carga de sus manos contra sus mejillas, borrando parte de esas marcas rojas tan características —sin ellas... se siente... —y volvió a repetir el proceso, terminando de borrarlas en ésta ocasión —se siente... raro...
Y no era para menos. Pero la misión así lo requería, y no hay nada más identificable en un Inuzuka que esas marcas faciales. Akane, dentro de lo que cabe, podía tomar forma humana.
Un poco inseguro, pues se sentía desnudo sin sus marcas familiares, Etsu salió del dojo. Tomó camino hacia la salida de la aldea, con paso rápido y estable. No quería tardar demasiado, pues de seguro el hombre que había solicitado la misión ya llevaba un rato esperando. Caminó junto a Akane, hasta asomar por la puerta. Allí, alzó la mano para tapar un poco el destelleante sofoco del astro rey, en busca del tipo que había solicitado el encargo.
Habían pocas personas que no encajasen con el lugar, molestas con los incontables bichos o sofocadas por el tremendo calor de esos lares. No, no tardaría demasiado en darse cuenta de que el hombre mas irritado del lugar, y que esperaba a las puertas de la aldea era el susodicho...
—Buenas, ¿es usted Kusakabe Rao? —lanzó la pregunta, sin titubear.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~