9/06/2019, 22:34
Ebisu no era un shinobi especialmente apto para el liderato de un equipo —a él le parecía una lata— o para ser sensei —eso se le antojaba todavía más molesto—, pero en lo que sí que era bueno era en salirse con la suya cuando quería conseguir algo. Sobretodo si ese algo era escaquearse de un trabajo pesado o convencer a otros para que él no tuviera que doblar el lomo. Aquel era un gran talento suyo que le había valido buen progreso y reconocimiento durante su corta vida ninja, y no pocas veces le había salvado también la vida. Ese día, en el que se encontraba luchando por reflotar su carrera como shinobi y no quedar permanentemente tachado como un inútil que no sabía ni poner a dos genin recién graduados en vereda, Ebisu se anotó el asentimiento de Galen como una victoria personal.
—¡Así me gusta, sí señor! —se congratuló el sensei, satisfecho de que la jugada le hubiera salido bien—. Mi nombre es Momochi Ebisu, chuunin de Amegakure no Sato y blablabla —añadió, restándole importancia; los rangos se le hacían una lata—. Muy bien, Kori no Galen de Yukio, Senju Samidare, ¿qué os parece si me acompañáis a dar un paseo y mientras me vais contando en qué tipo de cosas no sois unos completos inútiles? Sin ánimo de ofender, claro.
El tono de voz jocoso y la expresión inocente del sensei hacían casi imposible pensar que estaba intentando burlarse de los muchachos a propósito, sino más bien podía parecer que era un tipo tremendamente realista. Como por arte de magia —el movimiento fue demasiado rápido como para que Samidare o Galen pudiera seguirlo— el pergamino con la letra "D" en el sello apareció en la mano del sensei, que se lo extendió a Galen.
—Ve poniéndote al día, Galen-kun. Te va a hacer falta, ¡esta es una misión de las buenas!
El trío caminó por las calles de la lluviosa Aldea hasta el Distrito Comercial, lugar en el que Ebisu empezó a otear las calles que —todavía era temprano en la mañana— estaban por llenarse de gente. En un día laborable como aquel, el barrio comercial bullía de actividad. Y a aquel flujo de trabajadores se unirían, por primera vez quizá, Samidare y Galen.
—¡Es aquí!
Ebisu se había detenido frente a una tienda que tenía la persiana metálica del mostrador principal echada; signo inequívoco de que se encontraba, aún, cerrada. Parecía un supermercado o una tienda de comestibles, quizás algo más grande de lo normal para un pequeño comercio —sugiriendo que se trataba quizás de una cadena—, con un letrero luminoso sobre la entrada que rezaba...
Con dos sonoros golpes, el chuunin llamó a la puerta que había junto a la persiana metálica, tan pequeña que pasaba desapercibida. Antes de que quien quiera que fuese que les esperaba hiciera acto de presencia, Ebisu se volvió hacia sus subordinados.
—Ahora escuchadme bien, primera lección del día. Hay que ser educados con los clientes, me da igual si vuestro padre se fue a por tabaco o si vuestra madre es una peligrosa criminal de rango S, ¡ninguno de esos motivos son suficientes para no mostrarse corteses con un cliente! Vuestro sueldo, y el mío, dependen de este tipo de gente. Así que cuando abra, quiero que os presentéis de forma asépticamente protocolaria y educada.
Casi al momento, la puerta crujió al abrirse y tras ella surgió la figura de un hombre bajito, enchepado, de cabeza apenas habitada por unos cuantos mechones de pelo diseminados de forma irregular y grisáceos, y mirada avariciosa. Oh, sí. Aquel tipo tenía los ojos pequeños, muy juntos en el rostro, pero con un inconfundible brillo verdoso que recordaba al color de un billete de un millón de ryos. Si es que tal cosa existía. Ebisu se presentó con una ligera inclinación de cabeza, revelando que eran los ninjas asignados a la misión, y luego se hizo a un lado para dejar a Yamaguchi Egin, dueño de Supermercados Yamaguchi, frente a los genin.
—¿Hum? —inquirió el viejo, lanzándoles una mirada inquisitiva.
—¡Así me gusta, sí señor! —se congratuló el sensei, satisfecho de que la jugada le hubiera salido bien—. Mi nombre es Momochi Ebisu, chuunin de Amegakure no Sato y blablabla —añadió, restándole importancia; los rangos se le hacían una lata—. Muy bien, Kori no Galen de Yukio, Senju Samidare, ¿qué os parece si me acompañáis a dar un paseo y mientras me vais contando en qué tipo de cosas no sois unos completos inútiles? Sin ánimo de ofender, claro.
El tono de voz jocoso y la expresión inocente del sensei hacían casi imposible pensar que estaba intentando burlarse de los muchachos a propósito, sino más bien podía parecer que era un tipo tremendamente realista. Como por arte de magia —el movimiento fue demasiado rápido como para que Samidare o Galen pudiera seguirlo— el pergamino con la letra "D" en el sello apareció en la mano del sensei, que se lo extendió a Galen.
—Ve poniéndote al día, Galen-kun. Te va a hacer falta, ¡esta es una misión de las buenas!
El trío caminó por las calles de la lluviosa Aldea hasta el Distrito Comercial, lugar en el que Ebisu empezó a otear las calles que —todavía era temprano en la mañana— estaban por llenarse de gente. En un día laborable como aquel, el barrio comercial bullía de actividad. Y a aquel flujo de trabajadores se unirían, por primera vez quizá, Samidare y Galen.
—¡Es aquí!
Ebisu se había detenido frente a una tienda que tenía la persiana metálica del mostrador principal echada; signo inequívoco de que se encontraba, aún, cerrada. Parecía un supermercado o una tienda de comestibles, quizás algo más grande de lo normal para un pequeño comercio —sugiriendo que se trataba quizás de una cadena—, con un letrero luminoso sobre la entrada que rezaba...
«Supermercados Yamaguchi»
Con dos sonoros golpes, el chuunin llamó a la puerta que había junto a la persiana metálica, tan pequeña que pasaba desapercibida. Antes de que quien quiera que fuese que les esperaba hiciera acto de presencia, Ebisu se volvió hacia sus subordinados.
—Ahora escuchadme bien, primera lección del día. Hay que ser educados con los clientes, me da igual si vuestro padre se fue a por tabaco o si vuestra madre es una peligrosa criminal de rango S, ¡ninguno de esos motivos son suficientes para no mostrarse corteses con un cliente! Vuestro sueldo, y el mío, dependen de este tipo de gente. Así que cuando abra, quiero que os presentéis de forma asépticamente protocolaria y educada.
Casi al momento, la puerta crujió al abrirse y tras ella surgió la figura de un hombre bajito, enchepado, de cabeza apenas habitada por unos cuantos mechones de pelo diseminados de forma irregular y grisáceos, y mirada avariciosa. Oh, sí. Aquel tipo tenía los ojos pequeños, muy juntos en el rostro, pero con un inconfundible brillo verdoso que recordaba al color de un billete de un millón de ryos. Si es que tal cosa existía. Ebisu se presentó con una ligera inclinación de cabeza, revelando que eran los ninjas asignados a la misión, y luego se hizo a un lado para dejar a Yamaguchi Egin, dueño de Supermercados Yamaguchi, frente a los genin.
—¿Hum? —inquirió el viejo, lanzándoles una mirada inquisitiva.