14/06/2019, 16:27
Wagu se mantenía relajado, tomando de su propio café.
—Eres listo— se permitió estirar el dedo aún sujetando la taza de café alzándola y señalándolo al mismo tiempo. Quizás se estaba pasando de listo. —Realmente, si me lo pones así, no sé por dónde empezar— arqueó el brazo con esfuerzo intentando rascarse la espalda.
Rao se llevó la mano a la cara y agachó la cabeza, negando varias veces. No se fiaba del todo de que tan bien podía salir aquello. ¿Qué tanto podía confiar en Wagu? ¿Podía realmente dejar que Etsu llevase el ritmo de la conversación? Hasta ahora, había fingido que no pasaba nada, pero sin duda tenía resquemor por que fue uno de los que le abandonó a su suerte. Sacar el tema a relucir le generaba bastante malestar.
—Rao. No es por nada, pero debiste informar mejor al chico, que lo estás metiendo a terreno peligroso— suspiró. —Has de estar molesto pero... ¿Qué podíamos hacer nosotros?— Le miró, pero el tuerto no le correspondió. —De todas formas, si volviste es porque esta vez harás lo correcto y acatarás al pie de la letra. ¿O acaso esperabas regresar sin que los Cuatro de Ibaraki quisieran pedir explicaciones? Tarde o temprano van a venir a hablar contigo, además de que has arrastrado a Kito contigo ahora.
Se levantó de su asiento y fue a por una canasta con servilletas de tela envolviendo algo. No sería sino hasta que la colocara en la mesa y la descubriera que verían que se trataba de unos pocos panes de manteca.
—¿Algo dulce?— sonrió triste. —Creo que ahora si te puedo explicar mejor, ¿crees en el gris de la moral?— le miró con duda. —Antes, una familia ricachona y poderosa que se decía era oriunda de la Ribera Norte solía ofrecer apoyo a algunos de los comerciantes pobres tanto del País del Bosque como el de la Tierra. Se les llamaba Takanashi, pero tenían un aire de misterio que les rodeaba. Eran extraños, pues mantenían a raya a las organizaciones criminales que intentaban cercar las rutas de comercio. Se podría decir que los controlaban hasta cierto punto, encargándose del trabajo que debería ser más de las autoridades en realidad. Sin embargo, por alguna razón, de la noche a la mañana dejaron de prestar ayuda a la gente. Así de simple, nos dejaron tirados y desparecieron. Nadie supo localizarlos luego de eso, pues siempre trataban de mantener su existencia lo más secreta posible.
»Varios traficantes y asaltacaminos empezaron a hacer de las suyas cuando tuvieron la carta libre. Pero entonces los Cuatro de Ibaraki aparecieron y empezaron a ganar fuerza en la frontera... Nos dijeron que si cooperábamos con ellos, eliminarían a la competencia. Y así lo hicieron.
—Que bonito suena si lo adornas así— interrumpió Rao. —Una extorsión, eso es lo que es.
—¡Por favor Rao! Sólo nos quedan los Cuatro de Ibaraki para suplirlos. Nos dan protección, nos ofrecen incluso sustento monetario a diferencia de los imbéciles Takanashi. Si de todas formas íbamos a caer en las garras de rufianes, mejor que sea en los que al menos son condescendientes con nosotros.
—¿Aún siendo cómplice de sus crímenes?
—Sabes bien que la situación de Tsuchi no Kuni es deprimente. ¡Somos la nación más pobre del continente! Yo antes creía que viniendo de este lado del puente las cosas iban a ser diferentes, pero al final no había otra salida.
De pronto, Etsu se había convertido en un espectador forzado de aquella discusión.
—Eres listo— se permitió estirar el dedo aún sujetando la taza de café alzándola y señalándolo al mismo tiempo. Quizás se estaba pasando de listo. —Realmente, si me lo pones así, no sé por dónde empezar— arqueó el brazo con esfuerzo intentando rascarse la espalda.
Rao se llevó la mano a la cara y agachó la cabeza, negando varias veces. No se fiaba del todo de que tan bien podía salir aquello. ¿Qué tanto podía confiar en Wagu? ¿Podía realmente dejar que Etsu llevase el ritmo de la conversación? Hasta ahora, había fingido que no pasaba nada, pero sin duda tenía resquemor por que fue uno de los que le abandonó a su suerte. Sacar el tema a relucir le generaba bastante malestar.
—Rao. No es por nada, pero debiste informar mejor al chico, que lo estás metiendo a terreno peligroso— suspiró. —Has de estar molesto pero... ¿Qué podíamos hacer nosotros?— Le miró, pero el tuerto no le correspondió. —De todas formas, si volviste es porque esta vez harás lo correcto y acatarás al pie de la letra. ¿O acaso esperabas regresar sin que los Cuatro de Ibaraki quisieran pedir explicaciones? Tarde o temprano van a venir a hablar contigo, además de que has arrastrado a Kito contigo ahora.
Se levantó de su asiento y fue a por una canasta con servilletas de tela envolviendo algo. No sería sino hasta que la colocara en la mesa y la descubriera que verían que se trataba de unos pocos panes de manteca.
—¿Algo dulce?— sonrió triste. —Creo que ahora si te puedo explicar mejor, ¿crees en el gris de la moral?— le miró con duda. —Antes, una familia ricachona y poderosa que se decía era oriunda de la Ribera Norte solía ofrecer apoyo a algunos de los comerciantes pobres tanto del País del Bosque como el de la Tierra. Se les llamaba Takanashi, pero tenían un aire de misterio que les rodeaba. Eran extraños, pues mantenían a raya a las organizaciones criminales que intentaban cercar las rutas de comercio. Se podría decir que los controlaban hasta cierto punto, encargándose del trabajo que debería ser más de las autoridades en realidad. Sin embargo, por alguna razón, de la noche a la mañana dejaron de prestar ayuda a la gente. Así de simple, nos dejaron tirados y desparecieron. Nadie supo localizarlos luego de eso, pues siempre trataban de mantener su existencia lo más secreta posible.
»Varios traficantes y asaltacaminos empezaron a hacer de las suyas cuando tuvieron la carta libre. Pero entonces los Cuatro de Ibaraki aparecieron y empezaron a ganar fuerza en la frontera... Nos dijeron que si cooperábamos con ellos, eliminarían a la competencia. Y así lo hicieron.
—Que bonito suena si lo adornas así— interrumpió Rao. —Una extorsión, eso es lo que es.
—¡Por favor Rao! Sólo nos quedan los Cuatro de Ibaraki para suplirlos. Nos dan protección, nos ofrecen incluso sustento monetario a diferencia de los imbéciles Takanashi. Si de todas formas íbamos a caer en las garras de rufianes, mejor que sea en los que al menos son condescendientes con nosotros.
—¿Aún siendo cómplice de sus crímenes?
—Sabes bien que la situación de Tsuchi no Kuni es deprimente. ¡Somos la nación más pobre del continente! Yo antes creía que viniendo de este lado del puente las cosas iban a ser diferentes, pero al final no había otra salida.
De pronto, Etsu se había convertido en un espectador forzado de aquella discusión.