11/11/2015, 02:46
La primera en morder el anzuelo fue una joven muchacha, de apariencia cansada y frágil, cuyos cabellos oscuros caían de forma ondulada sobre sus hombros. La víctima perfecta, de no ser por la bandana de Amegakure que portaba en la frente. Que fuese una kunoichi complicaba las cosas.
—Disculpa... ¿Has dicho que son tesoros de Takigakure?
Datsue miró sus ojos color avellana, entristecidos por unas ojeras que denotaban falta de sueño, y se dispuso a dar lo mejor de sí.
—¡Así es! —exclamó con una sonrisa falsa. Todavía le costaba ser amable con las personas sin que le saliese de dentro, pero cuando uno quería estafar a alguien era lo mínimo que tenía que hacer—. ¿Ves este frasco? —preguntó sosteniéndolo—. Contiene agua del Río de la Cascada, recogida en Año Nuevo. Esa combinación la hace mágica —aseguró con rotundidad—. Bebe de esta agua, pide tu deseo y… ¡Tachán! ¡Deseo concedido! Al menos durante un día, claro —matizó finalmente. Tampoco había que exagerar o el pajarillo alzaría el vuelo, desconfiado—. Esta flor, en cambio —prosiguió, dejando el frasquito en la mesa—, no hace magia a simple vista. De hecho, muchos dirían que no sirve para nada en absoluto. Personas que no aprecian la belleza, ni les dan importancia a los sentimientos. Si eres así, probablemente no te interese… pero sino, has de saber que si arrancas el tallo de esta flor y se la regalas a alguien a quien quieres, jamás se marchitará. No hasta que tu amor por esa persona muera, o seas tú la que abandone este mundo.
Datsue echó un vistazo alrededor, curioso por saber si alguien más estaba interesado en su mercancía. Por ahora, no parecía ser así. La joven kunoichi parecía ser la única por el momento. Más le valía sacar sus mejores dotes como negociante si quería venderle algo.
—Me imagino que ahora te estarás preguntando qué es esto de aquí, ¿verdad? —dijo, cogiendo la figura de madera—. ¿Conoces el Árbol Sagrado de Takigakure? Los shinobis entrenan sobre sus raíces porque no hay técnica ni golpe que haga mella en él. Sin embargo, hubo un día en que su fortaleza fue puesta en evidencia, cuando un gran rayo cayó de los cielos partiendo una de sus ramas. Esto de aquí —dijo, tendiéndole la figura—, es lo que quedó de esa raíz. La figura del Baku.
Entonces se inclinó un poco para acercarse más a ella, como si tuviese que contarle un secreto inconfesable:
—Te lo confieso, yo tampoco reconozco al Baku en esta figura —le susurró sonriendo—. Pero dicen que el Baku te protege de todo tipo de pesadillas, y que me parta un rayo ahora mismo si durmiendo con esta figura bajo la almohada tienes siquiera un mal sueño.
Datsue exhaló un suspiro y sonrió satisfecho. Todo aquel discurso se lo había estado preparando de antemano, por supuesto, pero no sería la primera vez que se quedase en blanco en mitad de la perorata. Por suerte, aquel no era uno de esos días. Le había salido perfecto.
—No me digas que no deseas tener uno de estos objetos —continuó, dibujando un arco imaginario con el brazo para recorrerlos a todos—. ¡O quizá hasta los tres! Pues están al alcance de tu mano, kunoichi. Puedes hacerte con todos ellos… A un módico precio, claro.
—Disculpa... ¿Has dicho que son tesoros de Takigakure?
Datsue miró sus ojos color avellana, entristecidos por unas ojeras que denotaban falta de sueño, y se dispuso a dar lo mejor de sí.
—¡Así es! —exclamó con una sonrisa falsa. Todavía le costaba ser amable con las personas sin que le saliese de dentro, pero cuando uno quería estafar a alguien era lo mínimo que tenía que hacer—. ¿Ves este frasco? —preguntó sosteniéndolo—. Contiene agua del Río de la Cascada, recogida en Año Nuevo. Esa combinación la hace mágica —aseguró con rotundidad—. Bebe de esta agua, pide tu deseo y… ¡Tachán! ¡Deseo concedido! Al menos durante un día, claro —matizó finalmente. Tampoco había que exagerar o el pajarillo alzaría el vuelo, desconfiado—. Esta flor, en cambio —prosiguió, dejando el frasquito en la mesa—, no hace magia a simple vista. De hecho, muchos dirían que no sirve para nada en absoluto. Personas que no aprecian la belleza, ni les dan importancia a los sentimientos. Si eres así, probablemente no te interese… pero sino, has de saber que si arrancas el tallo de esta flor y se la regalas a alguien a quien quieres, jamás se marchitará. No hasta que tu amor por esa persona muera, o seas tú la que abandone este mundo.
Datsue echó un vistazo alrededor, curioso por saber si alguien más estaba interesado en su mercancía. Por ahora, no parecía ser así. La joven kunoichi parecía ser la única por el momento. Más le valía sacar sus mejores dotes como negociante si quería venderle algo.
—Me imagino que ahora te estarás preguntando qué es esto de aquí, ¿verdad? —dijo, cogiendo la figura de madera—. ¿Conoces el Árbol Sagrado de Takigakure? Los shinobis entrenan sobre sus raíces porque no hay técnica ni golpe que haga mella en él. Sin embargo, hubo un día en que su fortaleza fue puesta en evidencia, cuando un gran rayo cayó de los cielos partiendo una de sus ramas. Esto de aquí —dijo, tendiéndole la figura—, es lo que quedó de esa raíz. La figura del Baku.
Entonces se inclinó un poco para acercarse más a ella, como si tuviese que contarle un secreto inconfesable:
—Te lo confieso, yo tampoco reconozco al Baku en esta figura —le susurró sonriendo—. Pero dicen que el Baku te protege de todo tipo de pesadillas, y que me parta un rayo ahora mismo si durmiendo con esta figura bajo la almohada tienes siquiera un mal sueño.
Datsue exhaló un suspiro y sonrió satisfecho. Todo aquel discurso se lo había estado preparando de antemano, por supuesto, pero no sería la primera vez que se quedase en blanco en mitad de la perorata. Por suerte, aquel no era uno de esos días. Le había salido perfecto.
—No me digas que no deseas tener uno de estos objetos —continuó, dibujando un arco imaginario con el brazo para recorrerlos a todos—. ¡O quizá hasta los tres! Pues están al alcance de tu mano, kunoichi. Puedes hacerte con todos ellos… A un módico precio, claro.