18/06/2019, 18:42
Hidamaru aguantó con admirable estoicismo el vapuleo —educado, eso sí— al que le sometió su propio compañero chuunin. Mogura lanzaba palabras veloces como saetas dejando bastante claro, hasta para el menos avispado, que no le hacía ninguna gracia que otros indagaran sobre sus propios asuntos y —menos aún— que se inventaran rumores sobre su persona. Al fin y al cabo, ¿a qué ninja le parecería plato de buen gusto? El Kaguya lo sabía y por eso se pasó los siguientes momentos callado, con la vista fija en algún punto entre sus pies para ocultar su vergüenza. ¡Qué torpe había sido! Desde el primer momento su grave falta de tacto e inteligencia le habían puesto ya en malos términos con quien iba a ser su compañero de misión. Y en lugar de arreglarlo, él se empeñaba en empeorar la situación. Por eso mismo no fue hasta que Mogura terminó, que el joven chuunin alzó la vista.
—Sí, tienes razón, Manase-san. Disculpa mis malos modales —admitió atropelladamente, dejando ver que no era un experto en pedir disculpas; probablemente no solía hacerlo—. Precisamente yo estoy aquí para servir de fuerza de choque del equipo, en caso necesario —arrugó el ceño, intuyéndose que él pensaba que, de hecho, iba a ser inevitable confrontar a los secuestradores por la fuerza—, además de manejar con cierta soltura las artes de mi Kekkei Genkai, soy bueno con el Suiton y también el combate a corta distancia.
El Kaguya se revolvió en el sitio. Parecía que había algo más que le incomodaba, algo más profundo y grave que simplemente haber ofendido a Mogura. Sin embargo, el chuunin no parecía dispuesto a hablar de ello y en un par de ocasiones se había mordido la lengua.
Con un suave traqueteo, el carromato pasaría la primera parte del trayecto y pondría rumbo a la Ciudad Fantasma, el lugar que con tanto ahínco la hábil conductora quería sobrepasar antes de la caída del Sol. O, bueno, en Arashi no Kuni, antes de que las nubes pasaran de verse color gris claro a negro.
—Sí, tienes razón, Manase-san. Disculpa mis malos modales —admitió atropelladamente, dejando ver que no era un experto en pedir disculpas; probablemente no solía hacerlo—. Precisamente yo estoy aquí para servir de fuerza de choque del equipo, en caso necesario —arrugó el ceño, intuyéndose que él pensaba que, de hecho, iba a ser inevitable confrontar a los secuestradores por la fuerza—, además de manejar con cierta soltura las artes de mi Kekkei Genkai, soy bueno con el Suiton y también el combate a corta distancia.
El Kaguya se revolvió en el sitio. Parecía que había algo más que le incomodaba, algo más profundo y grave que simplemente haber ofendido a Mogura. Sin embargo, el chuunin no parecía dispuesto a hablar de ello y en un par de ocasiones se había mordido la lengua.
Con un suave traqueteo, el carromato pasaría la primera parte del trayecto y pondría rumbo a la Ciudad Fantasma, el lugar que con tanto ahínco la hábil conductora quería sobrepasar antes de la caída del Sol. O, bueno, en Arashi no Kuni, antes de que las nubes pasaran de verse color gris claro a negro.