20/06/2019, 08:01
Wagu correspondió al apretón, pese a que en un inicio él mismo hubiese dicho que le atemorizaba estrechar la mano con un fortachón cómo Etsu, capaz de lastimarle severamente si se lo proponía.
—¡Acá los estaré esperando! Mucha suerte— se despidió alegremente.
Ya afuera, Rao suspiró pesadamente y se llevó ambas manos a la cabeza, despeinándose más cuando creías que ya no era posible. Yenía que liberar aquel estrés de alguna manera y sin embargo, tuvo que volver a la realidad por la voz del Inuzuka.
—En otra época, te hubiera dicho que las dejaras con Wagu. Pero siendo sincero, ya no confío en que me apoye. Sácalas mejor— Le dio un par de palmadas en la espalda para apremiarlo.
En cuanto Etsu terminara de hacer lo que tuviese que hacer, tendrían que retomar el rumbo los tres.
La pasarela estaba siendo transitada con total normalidad, e incluso era posible apreciar a algunos obreros que trabajan en la reparación del puente mientras los transeúntes se dedicaban de ir de un lado para otro. Pero aquella cotidianidad era engañosa, siendo que los ojos novatos no eran capaces de distinguir todas las artimañas que se cocinaban desde un extremo desconocido de aquel lugar. Una vez llegasen al lado del País de la Tierra se encaminarían sin pena ni gloria por un sendero de terracería, pasando al lado de una caseta similar a la que custodiaba el gordinflón, aunque esta estaba deteriorada y abandonada.
—Se supone que deberían haber controles fronterizos, pero desde luego las autoridades no mueven ni un dedo. Wagu funge de manera ilegitima su puesto, además que realmente lo único que hace es aceptar soborno de los Cuatro de Ibaraki para que no pase contrabando que no sea el que ellos mismo meten— explicó Rao ahora que el aludido no estaba presente.
Caminando un poco más, el sol estaba en su punto más intenso, dejando a la vista lejana un pequeño pueblo.
—Te hospedarás en mi casa, aunque costear alimentación adicional aparte de lo que ya pagué a Kusagakure se me hace un poco difícil...— Agachó la cabeza, avergonzado.
El pueblo era rústico, con casas de madera y techos de paja. Afuera, los niños jugaban y correteaban con sus caritas sucias y sus ropas andrajosas. Era posible apreciar aves de corral sueltas en los alrededores, aunque las gallinas estaban igual o más flacas que sus criadores. Sin duda, era un escenario poco alentador. Más adelante, notarían una casa que de fachada lucía un poco más grande que las demás, pero no por ello lucía menos vieja.
—Muy bien, hogar dulce hogar— se llevó las manos a la cintura con orgullo, parándose delante de la puerta.
—¡Acá los estaré esperando! Mucha suerte— se despidió alegremente.
Ya afuera, Rao suspiró pesadamente y se llevó ambas manos a la cabeza, despeinándose más cuando creías que ya no era posible. Yenía que liberar aquel estrés de alguna manera y sin embargo, tuvo que volver a la realidad por la voz del Inuzuka.
—En otra época, te hubiera dicho que las dejaras con Wagu. Pero siendo sincero, ya no confío en que me apoye. Sácalas mejor— Le dio un par de palmadas en la espalda para apremiarlo.
En cuanto Etsu terminara de hacer lo que tuviese que hacer, tendrían que retomar el rumbo los tres.
La pasarela estaba siendo transitada con total normalidad, e incluso era posible apreciar a algunos obreros que trabajan en la reparación del puente mientras los transeúntes se dedicaban de ir de un lado para otro. Pero aquella cotidianidad era engañosa, siendo que los ojos novatos no eran capaces de distinguir todas las artimañas que se cocinaban desde un extremo desconocido de aquel lugar. Una vez llegasen al lado del País de la Tierra se encaminarían sin pena ni gloria por un sendero de terracería, pasando al lado de una caseta similar a la que custodiaba el gordinflón, aunque esta estaba deteriorada y abandonada.
—Se supone que deberían haber controles fronterizos, pero desde luego las autoridades no mueven ni un dedo. Wagu funge de manera ilegitima su puesto, además que realmente lo único que hace es aceptar soborno de los Cuatro de Ibaraki para que no pase contrabando que no sea el que ellos mismo meten— explicó Rao ahora que el aludido no estaba presente.
Caminando un poco más, el sol estaba en su punto más intenso, dejando a la vista lejana un pequeño pueblo.
—Te hospedarás en mi casa, aunque costear alimentación adicional aparte de lo que ya pagué a Kusagakure se me hace un poco difícil...— Agachó la cabeza, avergonzado.
El pueblo era rústico, con casas de madera y techos de paja. Afuera, los niños jugaban y correteaban con sus caritas sucias y sus ropas andrajosas. Era posible apreciar aves de corral sueltas en los alrededores, aunque las gallinas estaban igual o más flacas que sus criadores. Sin duda, era un escenario poco alentador. Más adelante, notarían una casa que de fachada lucía un poco más grande que las demás, pero no por ello lucía menos vieja.
—Muy bien, hogar dulce hogar— se llevó las manos a la cintura con orgullo, parándose delante de la puerta.
![[Imagen: 7FT8VMk.gif]](https://i.imgur.com/7FT8VMk.gif)
