21/06/2019, 19:56
El hombre se sostuvo por un instante, pero tras ello avanzó un par de pasos e insertó en la ranura de la puerta su llave. Con decisión, giró la susodicha, y abrió la puerta. Una bofetada de un sabroso aroma a pollo golpeó con rotunda fuerza la nariz de ambos Inuzuka en ese mismo instante, y sendos shinobis quedaron alelados. Pero Rao, lejos de quedar enamorado del dulce aroma, avanzó un poco mas y anunció su llegada a casa. Una mujer asomó por el umbral que parecía dar a la cocina, cuchillo en mano.
Vociferó el nombre del hombre que había contratado a los genin, pero quedó helada en el sitio, como si hubiese visto a un fantasma. Por un instante el Inuzuka pensó lo peor, que la mujer lo mataría por haberse ido de casa, o algo similar. Pero lejos de que eso ocurriese, la mujer dejó caer el cuchillo al suelo, y salió corriendo para estrechar entre sus brazos a su marido. De nuevo, en el camino, gritó el nombre del afortunado. La emoción de la mujer fue tanta, que terminó llorando sobre el hombro de Rao, en lo que éste se perdía en sus ondulados cabellos color oro.
«¡Ésto si que es amor!» pensó el Inuzuka.
Mas estaban en realidad un poco en medio de un encuentro realmente deseado. Quizás estorbaban un poco... bueno, quizás no, de seguro estorbaban, y bastante. Pero tampoco podían irse sin más, sin mediar palabra y perderse por las calles de ese pueblo. Calles por llamarlas de alguna manera.
El rastas y el can quedaron en el umbral de la puerta que daba al comedor/salón de la casa, en la puerta de la entrada realmente. Intentaron disimular un poco, echando la vista hacia afuera, y buscando darles ese momento de cariño que bien merecían.
Vociferó el nombre del hombre que había contratado a los genin, pero quedó helada en el sitio, como si hubiese visto a un fantasma. Por un instante el Inuzuka pensó lo peor, que la mujer lo mataría por haberse ido de casa, o algo similar. Pero lejos de que eso ocurriese, la mujer dejó caer el cuchillo al suelo, y salió corriendo para estrechar entre sus brazos a su marido. De nuevo, en el camino, gritó el nombre del afortunado. La emoción de la mujer fue tanta, que terminó llorando sobre el hombro de Rao, en lo que éste se perdía en sus ondulados cabellos color oro.
«¡Ésto si que es amor!» pensó el Inuzuka.
Mas estaban en realidad un poco en medio de un encuentro realmente deseado. Quizás estorbaban un poco... bueno, quizás no, de seguro estorbaban, y bastante. Pero tampoco podían irse sin más, sin mediar palabra y perderse por las calles de ese pueblo. Calles por llamarlas de alguna manera.
El rastas y el can quedaron en el umbral de la puerta que daba al comedor/salón de la casa, en la puerta de la entrada realmente. Intentaron disimular un poco, echando la vista hacia afuera, y buscando darles ese momento de cariño que bien merecían.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~