13/11/2015, 23:12
El chico le devolvió una mirada cargada de brillo y una extraña sonrisa curvó sus infantiles labios. Y como si Ayame hubiese activado algún tipo de mecanismo con su pregunta, comenzó el apabullante monólogo propio de un vendedor de rastrillo.
—¡Así es! ¿Ves este frasco? —preguntó sosteniéndolo—. Contiene agua del Río de la Cascada, recogida en Año Nuevo. Esa combinación la hace mágica. Bebe de esta agua, pide tu deseo y… ¡Tachán! ¡Deseo concedido! Al menos durante un día, claro.
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, recelosa. Hasta el momento no sabía que Takigakure y su aldea convergieran en una idea como aquella; pero, como habitante de Amegakure que era, sabía bien cómo funcionaba eso de pedirle deseos a las aguas. Por lo que aquel objeto no la encandilaba en absoluto. Sin embargo, al ver el agua en el interior del frasco sintió una incómoda picazón en la garganta y se vio obligada a descolgarse la cantimplora que llevaba tras la espalda y llevársela a los labios mientras seguía escuchando el resto de la retahíla.
—Esta flor, en cambio —prosiguió, dejando el frasquito en la mesa—, no hace magia a simple vista. De hecho, muchos dirían que no sirve para nada en absoluto. Personas que no aprecian la belleza, ni les dan importancia a los sentimientos. Si eres así, probablemente no te interese… pero sino, has de saber que si arrancas el tallo de esta flor y se la regalas a alguien a quien quieres, jamás se marchitará. No hasta que tu amor por esa persona muera, o seas tú la que abandone este mundo.
—Creía que habías dicho que era una flor arrancada del Árbol Sagrado —apuntó Ayame. El objeto mágico en cuestión parecía una hermosa pero simple rosa plantada en una maceta—. Las rosas no crecen en los árboles.[/sub]
No deseaba ser puntillosa, pero aquel pequeño detalle había incrementado su desconfianza casi de manera exponencial. Ayame podía ser una chiquilla de lo más ingenua, pero con aspectos que conocía...
Y, sin embargo, se quedó a escuchar la explicación sobre el tercero y el último de los objetos. Quizás fue la curiosidad sobre aquel la que terminó de atraparla como un cepo.
—Me imagino que ahora te estarás preguntando qué es esto de aquí, ¿verdad? —dijo, cogiendo la figura de madera—. ¿Conoces el Árbol Sagrado de Takigakure? Los shinobis entrenan sobre sus raíces porque no hay técnica ni golpe que haga mella en él. Sin embargo, hubo un día en que su fortaleza fue puesta en evidencia, cuando un gran rayo cayó de los cielos partiendo una de sus ramas. Esto de aquí —dijo, tendiéndole la figura—, es lo que quedó de esa raíz. La figura del Baku.
Ayame no pudo evitar alzar las manos para tomar la figura. Casi fue un acto reflejo. Acarició con la yema de los dedos la madera de la figura y frunció ligeramente el ceño. En realidad, si no le hubiese dicho que representaba a un baku, jamás lo habría adivinado. Aquello no era más que un cúmulo de madera toscamente tallado en el que apenas, y sólo si tenías la suficiente imaginación, podías llegar a ubicar la cabeza. Ni rastro de la trompa de elefante o el cuerpo de león. De hecho, le costó algunos segundos comprender que lo estaba cogiendo del revés, y para entonces se apresuró a darle la vuelta apresuradamente, totalmente avergonzada.
—Te lo confieso, yo tampoco reconozco al Baku en esta figura —le susurró sonriendo—. Pero dicen que el Baku te protege de todo tipo de pesadillas, y que me parta un rayo ahora mismo si durmiendo con esta figura bajo la almohada tienes siquiera un mal sueño.
—C... ¿Cómo dices?
Aquella. Aquella había sido la frase que había terminado de hacer click[/color] en su cerebro. El gesto de Ayame había transmutado por completo, y ahora miraba alternativamente a la figura y al chico con los ojos abiertos de par en par.
[i]«Con esta figura... ¡¿Se acabarán las pesadillas?!»
El vendedor suspiró, con aquella sonrisa aún en su gesto.
[sub]—No me digas que no deseas tener uno de estos objetos —continuó, dibujando un arco imaginario con el brazo para recorrerlos a todos—. ¡O quizá hasta los tres! Pues están al alcance de tu mano, kunoichi. Puedes hacerte con todos ellos… A un módico precio, claro.
Ayame tragó saliva, con un nudo en la base del estómago. Para nada le interesaban el agua o la rosa, pero si aquella figura de Baku era la clave para poder volver a dormir en paz y despedirse de aquel monstruo que la acosaba cada noche...
—¿De qué "módico precio" estamos hablando, Vendedor-san? —preguntó, con un hilo de voz.
Sus dedos se cerraron temblorosos en torno a la figurita que aún sostenía entre sus manos.
—¡Así es! ¿Ves este frasco? —preguntó sosteniéndolo—. Contiene agua del Río de la Cascada, recogida en Año Nuevo. Esa combinación la hace mágica. Bebe de esta agua, pide tu deseo y… ¡Tachán! ¡Deseo concedido! Al menos durante un día, claro.
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, recelosa. Hasta el momento no sabía que Takigakure y su aldea convergieran en una idea como aquella; pero, como habitante de Amegakure que era, sabía bien cómo funcionaba eso de pedirle deseos a las aguas. Por lo que aquel objeto no la encandilaba en absoluto. Sin embargo, al ver el agua en el interior del frasco sintió una incómoda picazón en la garganta y se vio obligada a descolgarse la cantimplora que llevaba tras la espalda y llevársela a los labios mientras seguía escuchando el resto de la retahíla.
—Esta flor, en cambio —prosiguió, dejando el frasquito en la mesa—, no hace magia a simple vista. De hecho, muchos dirían que no sirve para nada en absoluto. Personas que no aprecian la belleza, ni les dan importancia a los sentimientos. Si eres así, probablemente no te interese… pero sino, has de saber que si arrancas el tallo de esta flor y se la regalas a alguien a quien quieres, jamás se marchitará. No hasta que tu amor por esa persona muera, o seas tú la que abandone este mundo.
—Creía que habías dicho que era una flor arrancada del Árbol Sagrado —apuntó Ayame. El objeto mágico en cuestión parecía una hermosa pero simple rosa plantada en una maceta—. Las rosas no crecen en los árboles.[/sub]
No deseaba ser puntillosa, pero aquel pequeño detalle había incrementado su desconfianza casi de manera exponencial. Ayame podía ser una chiquilla de lo más ingenua, pero con aspectos que conocía...
Y, sin embargo, se quedó a escuchar la explicación sobre el tercero y el último de los objetos. Quizás fue la curiosidad sobre aquel la que terminó de atraparla como un cepo.
—Me imagino que ahora te estarás preguntando qué es esto de aquí, ¿verdad? —dijo, cogiendo la figura de madera—. ¿Conoces el Árbol Sagrado de Takigakure? Los shinobis entrenan sobre sus raíces porque no hay técnica ni golpe que haga mella en él. Sin embargo, hubo un día en que su fortaleza fue puesta en evidencia, cuando un gran rayo cayó de los cielos partiendo una de sus ramas. Esto de aquí —dijo, tendiéndole la figura—, es lo que quedó de esa raíz. La figura del Baku.
Ayame no pudo evitar alzar las manos para tomar la figura. Casi fue un acto reflejo. Acarició con la yema de los dedos la madera de la figura y frunció ligeramente el ceño. En realidad, si no le hubiese dicho que representaba a un baku, jamás lo habría adivinado. Aquello no era más que un cúmulo de madera toscamente tallado en el que apenas, y sólo si tenías la suficiente imaginación, podías llegar a ubicar la cabeza. Ni rastro de la trompa de elefante o el cuerpo de león. De hecho, le costó algunos segundos comprender que lo estaba cogiendo del revés, y para entonces se apresuró a darle la vuelta apresuradamente, totalmente avergonzada.
—Te lo confieso, yo tampoco reconozco al Baku en esta figura —le susurró sonriendo—. Pero dicen que el Baku te protege de todo tipo de pesadillas, y que me parta un rayo ahora mismo si durmiendo con esta figura bajo la almohada tienes siquiera un mal sueño.
—C... ¿Cómo dices?
Aquella. Aquella había sido la frase que había terminado de hacer click[/color] en su cerebro. El gesto de Ayame había transmutado por completo, y ahora miraba alternativamente a la figura y al chico con los ojos abiertos de par en par.
[i]«Con esta figura... ¡¿Se acabarán las pesadillas?!»
El vendedor suspiró, con aquella sonrisa aún en su gesto.
[sub]—No me digas que no deseas tener uno de estos objetos —continuó, dibujando un arco imaginario con el brazo para recorrerlos a todos—. ¡O quizá hasta los tres! Pues están al alcance de tu mano, kunoichi. Puedes hacerte con todos ellos… A un módico precio, claro.
Ayame tragó saliva, con un nudo en la base del estómago. Para nada le interesaban el agua o la rosa, pero si aquella figura de Baku era la clave para poder volver a dormir en paz y despedirse de aquel monstruo que la acosaba cada noche...
—¿De qué "módico precio" estamos hablando, Vendedor-san? —preguntó, con un hilo de voz.
Sus dedos se cerraron temblorosos en torno a la figurita que aún sostenía entre sus manos.