3/07/2019, 00:19
Koke titubeó, sin saber muy bien por donde comenzar su tour. De hecho, dio sobre sí mismo varias vueltas. Se podría decir que estaba más perdido que un francés en la fiesta del baguette. Pero al cabo de unos segundos de incertidumbre, el chico tomó camino tras aclarar que pese a no ser buen guía, al menos podría enseñarle los sitios de mayor interés.
—Me parece genial.
Conforme avanzaban, terminaron topando con el mercadillo donde anteriormente el Inuzuka había comprado el trozo de carne. El joven aclaró que ese era el mercado donde los que tenían material insuficiente para exportar, vendían lo poco que tenían para subsistir. Básicamente se trataba de un mercadillo donde se deshacían de la mercancía los que no podían viajar, y donde por otro lado, los que iban a hacerlo podrían sacar algo más soltando unas escasas monedas. Al menos eso entendió el chico.
Pero de nuevo un dato quedaba claro; habían aldeanos que preferían producir solo para subsistir ellos y sus familias, y por tanto al resto que le diesen por el mismísimo...
El egoísmo parecía una ley marcial.
—¡Oh! entiendo... —aclaró ante la aclaración de Koke.
Mas tarde, continuaron la marcha por otro breve lapso de tiempo. El pueblo, o mejor dicho asentamiento, no era la gran cosa. Apenas unos minutos andando, y podías atravesarlo de lado a lado. Así pues, los chicos llegaron hasta una casa de lo más singular. Ésta, pese a parecer tan pequeña como el resto, tenía una gran cantidad de hierbas y plantas de todo tipo a su alrededor. Al lado, parecía haber una especie de abrevadero, en el cuál aguardaban unos cuantos animales. Escuálidos animales, cabe destacar.
Koke declaró que se trataba de la casa del yerbatero, una especie de médico de poca monta, que al menos podía aliviar un poco las dolencias. El chico también mencionó que también era el lugar donde dejaban a los caballos, y con un tono singular dijo que como había confianza todos se fiaban de que nadie los robaría. Así mismo, también dejó caer que últimamente todos quedaban ahí, pues no podían pasar las cargas por las pasarelas.
El Inuzuka se llevó la diestra al mentón, frotándolo en lo que parecía meditar lo dicho por Koke —vaya, eso si que debe ser un jaleo...
Por último, tras una nueva caminata, acabaron de frente a una casa que sí destacaba ante el resto de las casas que había en el asentamiento. La susodicha casa estaba hecha de ladrillos, y hasta tenía ventanas. Sin duda, destacaba muchisimo ante el resto de casas. Koke aclaró que se trataba de la casa del patriarca, el tipo que había tomado las riendas del lugar, pues según opinión del menor, alguien debía hacerlo. El Inuzuka no pudo evitar echar un nuevo vistazo a la casa. Decepcionado, volvió a mirar al chico. Éste, terminaba de hablar, diciendo que cada cuál tenía en el lugar su oficio, pero que sería problemático presentarle a todos.
—No hay problema, ya iré conociendo a la gente con el tiempo... —intentó quitarle peso.
Audaz como una zarigüeya secuestrada en un zoo, el chico mantuvo silencio por un instante. Tras ello, y previo análisis, preguntó al Inuzuka de quién se trataba, quién era la persona con la que había decidido trabajar. Como así bien deducía, era casi seguro que lo conociera, pues el lugar era tan pequeño que todos se conocían los unos a los otros.
—Jajajaja... si, supongo que sería raro que no lo conocieras. Se trata de Rao. El tipo al parecer tuvo problemas por aquí, pero tras tomarse un respiro, y meditar, ha regresado. Después de todo, tiene aquí a su mujer... no es un desalmado.
»Muchas gracias por ésta vuelta por el asentamiento, Koke, ha sido realmente agradable y útil.
—Me parece genial.
Conforme avanzaban, terminaron topando con el mercadillo donde anteriormente el Inuzuka había comprado el trozo de carne. El joven aclaró que ese era el mercado donde los que tenían material insuficiente para exportar, vendían lo poco que tenían para subsistir. Básicamente se trataba de un mercadillo donde se deshacían de la mercancía los que no podían viajar, y donde por otro lado, los que iban a hacerlo podrían sacar algo más soltando unas escasas monedas. Al menos eso entendió el chico.
Pero de nuevo un dato quedaba claro; habían aldeanos que preferían producir solo para subsistir ellos y sus familias, y por tanto al resto que le diesen por el mismísimo...
El egoísmo parecía una ley marcial.
—¡Oh! entiendo... —aclaró ante la aclaración de Koke.
Mas tarde, continuaron la marcha por otro breve lapso de tiempo. El pueblo, o mejor dicho asentamiento, no era la gran cosa. Apenas unos minutos andando, y podías atravesarlo de lado a lado. Así pues, los chicos llegaron hasta una casa de lo más singular. Ésta, pese a parecer tan pequeña como el resto, tenía una gran cantidad de hierbas y plantas de todo tipo a su alrededor. Al lado, parecía haber una especie de abrevadero, en el cuál aguardaban unos cuantos animales. Escuálidos animales, cabe destacar.
Koke declaró que se trataba de la casa del yerbatero, una especie de médico de poca monta, que al menos podía aliviar un poco las dolencias. El chico también mencionó que también era el lugar donde dejaban a los caballos, y con un tono singular dijo que como había confianza todos se fiaban de que nadie los robaría. Así mismo, también dejó caer que últimamente todos quedaban ahí, pues no podían pasar las cargas por las pasarelas.
El Inuzuka se llevó la diestra al mentón, frotándolo en lo que parecía meditar lo dicho por Koke —vaya, eso si que debe ser un jaleo...
Por último, tras una nueva caminata, acabaron de frente a una casa que sí destacaba ante el resto de las casas que había en el asentamiento. La susodicha casa estaba hecha de ladrillos, y hasta tenía ventanas. Sin duda, destacaba muchisimo ante el resto de casas. Koke aclaró que se trataba de la casa del patriarca, el tipo que había tomado las riendas del lugar, pues según opinión del menor, alguien debía hacerlo. El Inuzuka no pudo evitar echar un nuevo vistazo a la casa. Decepcionado, volvió a mirar al chico. Éste, terminaba de hablar, diciendo que cada cuál tenía en el lugar su oficio, pero que sería problemático presentarle a todos.
—No hay problema, ya iré conociendo a la gente con el tiempo... —intentó quitarle peso.
Audaz como una zarigüeya secuestrada en un zoo, el chico mantuvo silencio por un instante. Tras ello, y previo análisis, preguntó al Inuzuka de quién se trataba, quién era la persona con la que había decidido trabajar. Como así bien deducía, era casi seguro que lo conociera, pues el lugar era tan pequeño que todos se conocían los unos a los otros.
—Jajajaja... si, supongo que sería raro que no lo conocieras. Se trata de Rao. El tipo al parecer tuvo problemas por aquí, pero tras tomarse un respiro, y meditar, ha regresado. Después de todo, tiene aquí a su mujer... no es un desalmado.
»Muchas gracias por ésta vuelta por el asentamiento, Koke, ha sido realmente agradable y útil.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~