5/07/2019, 15:48
Kiroe se cruzó de brazos, claramente ofendida.
—Ese "mocoso" se llama Daruu —replicó lentamente, entrecerrando aquellos vistosos ojos purpúreos—. Es mi hijo, jamás le ha hecho daño a nadie y jamás le haría nada a Ayame. ¡Y tampoco te ha hecho nada nunca a ti como para que hables así de él! Porque a diferencia de ti, ha recibido una muy buena educación.
Zetsuo resopló al tiempo que Kiroe se daba la vuelta.
—Y ahora, si me deja el Señor Feudal del País de la Amargura, me voy a terminar de deshacer las maletas. Pienso viajar donde a mí me de la gana, estés tú o no estés tú.
—Por supuesto, Pastellitos-kawaii-chan —se burló el médico, con un tono de voz irritablemente agudo.
—Pásate cuando quieras, Ayame-chan, cariño. Esta tarde voy a preparar helado de chocolate casero... —canturreó, antes de desaparecer.
Y Ayame se asomó tímidamente desde la espalda de su padre al escuchar las palabras mágicas, con los ojos brillantes. Y como si le hubiese leído el pensamiento, Zetsuo se volvió hacia ella.
—Ni se te ocurra, niña. Es mujer es una bruja. Una bruja que atrae a los niños con sus dulces para engordarlos y después comérselos —gruñó, señalándola con un dedo índice amenazador.
—Pero Kōri...
—¡Ni peros ni peras! ¡Ya me has oído! ¡Además, jovencita, tú ya tienes algo que hacer esta tarde!
—Ya... —murmuró Ayame, hundiendo la cabeza y los hombros.
Sus notas de la Academia no habían sido nada buenas aquel año, y su padre ya le había advertido que pasaría todo el verano estudiando y entrenando para que no se volviera a repetir. Llena de pesar, entró en la cabaña y buscó la que sería su habitación durante aquellas semanas para deshacer las maletas.
Llegó la tarde, y con ella llegó el comienzo de los entrenamientos. Zetsuo llevó a Ayame a la parte de atrás de la cabaña. Tenían para ellos una explanada de hierba completamente llana, perfecta para poder hacer ejercicio. Y así, después de hacerle dar varias vueltas alrededor del campo bajo aquel sol abrasador y para cuando se sentía a punto de desfallecer, su padre le ordenó que intentara golpearle. Pero para entonces Ayame estaba demasiado acalorada y su mente divagaba de vez en cuando hacia las últimas palabras de la bruja de los dulces: «Esta tarde voy a preparar helado de chocolate casero...»
Zetsuo bloqueó con insultante facilidad el endeble puñetazo de la chiquilla. De un momento a otro, el mundo se dio la vuelta ante sus ojos y antes de que pudiera saber qué estaba ocurriendo se vio a sí misma tirada en el suelo de cualquier manera.
—No estás concentrada, Ayame.
—Lo... lo siento... —resolló ella, llena de sudor.
—Ese "mocoso" se llama Daruu —replicó lentamente, entrecerrando aquellos vistosos ojos purpúreos—. Es mi hijo, jamás le ha hecho daño a nadie y jamás le haría nada a Ayame. ¡Y tampoco te ha hecho nada nunca a ti como para que hables así de él! Porque a diferencia de ti, ha recibido una muy buena educación.
Zetsuo resopló al tiempo que Kiroe se daba la vuelta.
—Y ahora, si me deja el Señor Feudal del País de la Amargura, me voy a terminar de deshacer las maletas. Pienso viajar donde a mí me de la gana, estés tú o no estés tú.
—Por supuesto, Pastellitos-kawaii-chan —se burló el médico, con un tono de voz irritablemente agudo.
—Pásate cuando quieras, Ayame-chan, cariño. Esta tarde voy a preparar helado de chocolate casero... —canturreó, antes de desaparecer.
Y Ayame se asomó tímidamente desde la espalda de su padre al escuchar las palabras mágicas, con los ojos brillantes. Y como si le hubiese leído el pensamiento, Zetsuo se volvió hacia ella.
—Ni se te ocurra, niña. Es mujer es una bruja. Una bruja que atrae a los niños con sus dulces para engordarlos y después comérselos —gruñó, señalándola con un dedo índice amenazador.
—Pero Kōri...
—¡Ni peros ni peras! ¡Ya me has oído! ¡Además, jovencita, tú ya tienes algo que hacer esta tarde!
—Ya... —murmuró Ayame, hundiendo la cabeza y los hombros.
Sus notas de la Academia no habían sido nada buenas aquel año, y su padre ya le había advertido que pasaría todo el verano estudiando y entrenando para que no se volviera a repetir. Llena de pesar, entró en la cabaña y buscó la que sería su habitación durante aquellas semanas para deshacer las maletas.
. . .
Llegó la tarde, y con ella llegó el comienzo de los entrenamientos. Zetsuo llevó a Ayame a la parte de atrás de la cabaña. Tenían para ellos una explanada de hierba completamente llana, perfecta para poder hacer ejercicio. Y así, después de hacerle dar varias vueltas alrededor del campo bajo aquel sol abrasador y para cuando se sentía a punto de desfallecer, su padre le ordenó que intentara golpearle. Pero para entonces Ayame estaba demasiado acalorada y su mente divagaba de vez en cuando hacia las últimas palabras de la bruja de los dulces: «Esta tarde voy a preparar helado de chocolate casero...»
¡BAM!
Zetsuo bloqueó con insultante facilidad el endeble puñetazo de la chiquilla. De un momento a otro, el mundo se dio la vuelta ante sus ojos y antes de que pudiera saber qué estaba ocurriendo se vio a sí misma tirada en el suelo de cualquier manera.
—No estás concentrada, Ayame.
—Lo... lo siento... —resolló ella, llena de sudor.