6/07/2019, 20:25
Y si Ayame estaba teniendo problemas para concentrarse hasta ahora, lo que venía no tenía mucha mejor pinta. Bueno, buena pinta debía de tener, a juzgar por cómo olía. A la naricilla curiosa y golosa de la niña llegó el inconfundible olor del chocolate fundido. Si dirigía un vistazo hacia la derecha, hacia la cabaña de la bruja malvada, vería unas virutas de humo blanco delicioso saliendo de la ventana de la parte de atrás. Allí se estaba cociendo algo rico. Muy rico.
Y allá sentado de cualquier manera —si se le podía llamar sentarse a eso, claro— estaba Amedama Daruu. Con la cabeza apoyada sobre la hierba y la espalda y el trasero en la pared de la cabaña (de modo que estaba bocaabajo), el chico seguía leyendo su novela con extrema voracidad.
Por un momento, sus ojos se cruzaron, los de él llenos de curiosidad. Por el entrenamiento. Pero enseguida volvieron al papel, conscientes de que la mirada había sido interceptada.
Y allá sentado de cualquier manera —si se le podía llamar sentarse a eso, claro— estaba Amedama Daruu. Con la cabeza apoyada sobre la hierba y la espalda y el trasero en la pared de la cabaña (de modo que estaba bocaabajo), el chico seguía leyendo su novela con extrema voracidad.
Por un momento, sus ojos se cruzaron, los de él llenos de curiosidad. Por el entrenamiento. Pero enseguida volvieron al papel, conscientes de que la mirada había sido interceptada.