6/07/2019, 23:54
Pero lo peor fue lo que vino a continuación. Un olor dulzón sedujo su nariz y el estómago de la chiquilla se retorció de pura gula.
«Chocolate...» Pensó para sí, desviando ligeramente la mirada hacia el origen de aquel delicioso olor. Volutas de humo blanco salían de la chimenea de la cabaña vecina, y las palabras de la Malvada Bruja volvieron a resonar en su cabeza:
«Chocolate... Helado de chocolate...»
Sus ojos repararon entonces en una figura menuda, al pie de la cabaña. Estaba allí tirado de cualquier manera, sentado (si es que se le podía llamar de esa manera), con la espalda y las piernas apoyadas en la pared de madera y la cabeza sobre el césped. Daruu leía un libro de aquella extraña guisa. Y entonces, como si hubiese notado que le estaba mirando, volvió la cabeza hacia ella. Y ambos apartaron la mirada de manera inmediata, al unísono.
—Vamos, Ayame, arriba. No hemos terminado.
—Papá... quiero... quiero helado... —rogó la chiquilla, muerta de envidia—. En Amegakure nunca puedo comer helado... ¿Puedo...?
Zetsuo la contemplaba con los ojos abiertos como platos, incapaz de creer lo que estaba escuchando. Lentamente, sus ojos afilados viajaron a la cabaña de Kiroe, volvieron a posarse en su hija y después repararon en la presencia de Daruu. Se detuvo en absoluto silencio, y entonces frunció lentamente el ceño.
—¡Eh, Amedama! ¡Ven aquí!
«¿¡Qué...!?» Se preguntó Ayame, aterrorizada.
«Chocolate...» Pensó para sí, desviando ligeramente la mirada hacia el origen de aquel delicioso olor. Volutas de humo blanco salían de la chimenea de la cabaña vecina, y las palabras de la Malvada Bruja volvieron a resonar en su cabeza:
«Pásate cuando quieras, Ayame-chan, cariño. Esta tarde voy a preparar helado de chocolate casero...»
«Chocolate... Helado de chocolate...»
Sus ojos repararon entonces en una figura menuda, al pie de la cabaña. Estaba allí tirado de cualquier manera, sentado (si es que se le podía llamar de esa manera), con la espalda y las piernas apoyadas en la pared de madera y la cabeza sobre el césped. Daruu leía un libro de aquella extraña guisa. Y entonces, como si hubiese notado que le estaba mirando, volvió la cabeza hacia ella. Y ambos apartaron la mirada de manera inmediata, al unísono.
—Vamos, Ayame, arriba. No hemos terminado.
—Papá... quiero... quiero helado... —rogó la chiquilla, muerta de envidia—. En Amegakure nunca puedo comer helado... ¿Puedo...?
Zetsuo la contemplaba con los ojos abiertos como platos, incapaz de creer lo que estaba escuchando. Lentamente, sus ojos afilados viajaron a la cabaña de Kiroe, volvieron a posarse en su hija y después repararon en la presencia de Daruu. Se detuvo en absoluto silencio, y entonces frunció lentamente el ceño.
—¡Eh, Amedama! ¡Ven aquí!
«¿¡Qué...!?» Se preguntó Ayame, aterrorizada.