7/07/2019, 00:45
Daruu pegó un bote y se cayó hacia un lado. Y tal fue el susto que se llevó al escuchar la imperiosa voz de Zetsuo que el libro que estaba leyendo resbaló de sus manos y cayó a la hierba junto a él. Pese a todo, el muchacho lo recogió, lo dejó con cuidado y comenzó a acercarse con pasitos tímidos y la mirada clavada en el suelo.
Y Ayame, aún fatigada, no tardó ni medio minuto en ponerse de pie y esconderse tras la espalda de su padre de nuevo como un pollito asustado.
—Buenas tardes, Aotsuki-san —saludó el muchacho, con una respetuosa reverencia.
Y Zetsuo frunció aún más el ceño. Aquel chiquillo era muy diferente a su madre. No era extrovertido como ella, no buscaba llamar la atención con indumentarias extravagantes, no desafiaba a los protocolos de educación... Lo único que parecían tener en común eran aquellos cabellos impeinables y aquella afición por los dulces. Y, aún así, no podía sino sentir un instintivo recelo hacia él. Los iris del médico viraron sin mover la cabeza hacia su hija, justo antes de volver a posarse sobre Amedama Daruu.
—Amedama Daruu, ¿no es así? Vas a la misma clase que mi hija en la Academia Shinobi —No era una pregunta. Era la constatación de un hecho que ya conocía pero que deseaba confirmar. Y entonces se hizo a un lado, exponiendo a una aterrorizada Ayame, y la empujó con la palma de su mano sobre su espalda—. Estáis juntos. Estudiáis juntos. Ahora quiero ver cómo lucháis.
—¡¿Qué?! —exclamó Ayame, con un hilo de voz.
—Gánale, y tendrás tu helado.
Y Ayame, aún fatigada, no tardó ni medio minuto en ponerse de pie y esconderse tras la espalda de su padre de nuevo como un pollito asustado.
—Buenas tardes, Aotsuki-san —saludó el muchacho, con una respetuosa reverencia.
Y Zetsuo frunció aún más el ceño. Aquel chiquillo era muy diferente a su madre. No era extrovertido como ella, no buscaba llamar la atención con indumentarias extravagantes, no desafiaba a los protocolos de educación... Lo único que parecían tener en común eran aquellos cabellos impeinables y aquella afición por los dulces. Y, aún así, no podía sino sentir un instintivo recelo hacia él. Los iris del médico viraron sin mover la cabeza hacia su hija, justo antes de volver a posarse sobre Amedama Daruu.
—Amedama Daruu, ¿no es así? Vas a la misma clase que mi hija en la Academia Shinobi —No era una pregunta. Era la constatación de un hecho que ya conocía pero que deseaba confirmar. Y entonces se hizo a un lado, exponiendo a una aterrorizada Ayame, y la empujó con la palma de su mano sobre su espalda—. Estáis juntos. Estudiáis juntos. Ahora quiero ver cómo lucháis.
—¡¿Qué?! —exclamó Ayame, con un hilo de voz.
—Gánale, y tendrás tu helado.