7/07/2019, 16:52
El muchacho se quedó dubitativo. ¿Emocionado por encontrarse con el Búho? ¿Que tenía en la cabeza? No entendía muy bien las intenciones de Kito. ¿Creía que iba poder sacar beneficio de los Cuatro así cómo así? Pero era contradictorio siendo que Rao fue uno de los primeros en renegar de las indicaciones de ellos. ¿Planeaba acaso estar de lado de ambos? Era simplemente algo que no alcanzaba a comprender, siendo que Etsu en sí era alguien extraño con una actitud amable pero indescifrable. Casi le evocaba nostalgia, a alguien en especial.
—¡E-es-espera!— Extendió la mano para detenerle de su marcha, pero no sabía exactamente que palabras elegir o decir. —Hay algo que debo contarte, pe-pero no aquí. Ven conmigo, que quizás hay un último lugar que necesito enseñarte.
Sin esperar a una respuesta positiva o negativa de Etsu, el muchacho se encaminó de regreso a lo que parecía ser la casa del curandero. Sin embargo, seguiría su camino de largo hasta el bosque que delimitaba originalmente la frontera de aquel diminuto pueblo. En algún momento, se detuvo en un árbol un tanto más frondoso que los demás, del cuál parecía colgar una liana. Observó nuevamente a los alrededores y tiró finalmente de la cuerda con ambas manos, empleando toda la fuerza posible. De pronto, la liana salió con fuerza hacia arriba, mientras una escalera de sogas y peldaños hechos de varas de bambú caía.
—¡Este es mi mejor escondrijo! ¿Vienes?— Le invitó mientras subía por el mismo.
Arriba, había claramente una casita del árbol de un sólo cuarto, amueblada con apenas un par de cojines viejos y parchados.
—Te traje aquí porque me recuerdas a un viejo amigo que tuve, y creo que hay cosas sobre los cuatro que debes entender. No importa como lo pinten los adultos, los Cuatro sólo han causado desgracias.
—¡E-es-espera!— Extendió la mano para detenerle de su marcha, pero no sabía exactamente que palabras elegir o decir. —Hay algo que debo contarte, pe-pero no aquí. Ven conmigo, que quizás hay un último lugar que necesito enseñarte.
Sin esperar a una respuesta positiva o negativa de Etsu, el muchacho se encaminó de regreso a lo que parecía ser la casa del curandero. Sin embargo, seguiría su camino de largo hasta el bosque que delimitaba originalmente la frontera de aquel diminuto pueblo. En algún momento, se detuvo en un árbol un tanto más frondoso que los demás, del cuál parecía colgar una liana. Observó nuevamente a los alrededores y tiró finalmente de la cuerda con ambas manos, empleando toda la fuerza posible. De pronto, la liana salió con fuerza hacia arriba, mientras una escalera de sogas y peldaños hechos de varas de bambú caía.
—¡Este es mi mejor escondrijo! ¿Vienes?— Le invitó mientras subía por el mismo.
Arriba, había claramente una casita del árbol de un sólo cuarto, amueblada con apenas un par de cojines viejos y parchados.
—Te traje aquí porque me recuerdas a un viejo amigo que tuve, y creo que hay cosas sobre los cuatro que debes entender. No importa como lo pinten los adultos, los Cuatro sólo han causado desgracias.