10/07/2019, 20:30
—¿Y crees tú que sólo he estado encerrada en esa cafetería preparando bollos para tu hijo mayor? —replicó la mujer, desde su incómoda posición.
A Zetsuo sólo le dio tiempo a fruncir el ceño antes de que un violento golpe por la espalda le cortara la respiración. Después sintió la espalda empapada y entonces supo lo que había pasado. El roble se desvaneció como humo llevado por el viento al tiempo que el furibundo hombre giraba sobre sus talones. Y Kiroe caminaba hacia él.
—¿Has tenido suficiente para aceptar mi desgraciaaada preseeencia en esta playa, o necesitas desahogarte un poco más, viejo pajarraco?
—Maldita perra... —masculló entre dientes, antes de dar media vuelta y arrancar a andar entre furiosos pisotones.
¡Él sólo quería algo de calma! ¿Qué había hecho para tener que soportar a aquella maldita mujer allí también?
—¿Lo quieres o no? —espetó Daruu, impaciente. Y Ayame pegó un brinco en el sitio ante la brusquedad de su tono de voz—. ¡Que se va a derretir el mío! Los ha hecho mamá. Están muy buenos. Ya sabes, trabaja en una cafetería-pastelería. Sabe lo que hace.
Ayame se reincorporó con la lentitud de un cervatillo frente a los colmillos de un lobo. Miró a Daruu a los ojos, y después desvió la mirada hacia los polos que amenazaban con derretirse bajo aquel calor estival. Volvió a mirarle. ¿De verdad podía fiarse de él? ¿No le iba a hacer nada?
Pero no pudo resistirlo por más tiempo. Alzó una mano con lentitud hacia él, temerosa de que el chico apartara su oferta en el último momento y se riera de ella. Temerosa de que le lanzara el helado a la cara o a la ropa y se riera de ella. Temerosa de que le hiciera algo peor que aquello, mucho peor. No habría sido la primera vez, y probablemente no sería la última. Lo llevaba sufriendo en un terrible y doloroso silencio durante los últimos meses. Y nadie más que ella conocía aquel hecho.
¿Y qué es lo que haría Daruu?
A Zetsuo sólo le dio tiempo a fruncir el ceño antes de que un violento golpe por la espalda le cortara la respiración. Después sintió la espalda empapada y entonces supo lo que había pasado. El roble se desvaneció como humo llevado por el viento al tiempo que el furibundo hombre giraba sobre sus talones. Y Kiroe caminaba hacia él.
—¿Has tenido suficiente para aceptar mi desgraciaaada preseeencia en esta playa, o necesitas desahogarte un poco más, viejo pajarraco?
—Maldita perra... —masculló entre dientes, antes de dar media vuelta y arrancar a andar entre furiosos pisotones.
¡Él sólo quería algo de calma! ¿Qué había hecho para tener que soportar a aquella maldita mujer allí también?
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—¿Lo quieres o no? —espetó Daruu, impaciente. Y Ayame pegó un brinco en el sitio ante la brusquedad de su tono de voz—. ¡Que se va a derretir el mío! Los ha hecho mamá. Están muy buenos. Ya sabes, trabaja en una cafetería-pastelería. Sabe lo que hace.
Ayame se reincorporó con la lentitud de un cervatillo frente a los colmillos de un lobo. Miró a Daruu a los ojos, y después desvió la mirada hacia los polos que amenazaban con derretirse bajo aquel calor estival. Volvió a mirarle. ¿De verdad podía fiarse de él? ¿No le iba a hacer nada?
Pero no pudo resistirlo por más tiempo. Alzó una mano con lentitud hacia él, temerosa de que el chico apartara su oferta en el último momento y se riera de ella. Temerosa de que le lanzara el helado a la cara o a la ropa y se riera de ella. Temerosa de que le hiciera algo peor que aquello, mucho peor. No habría sido la primera vez, y probablemente no sería la última. Lo llevaba sufriendo en un terrible y doloroso silencio durante los últimos meses. Y nadie más que ella conocía aquel hecho.
¿Y qué es lo que haría Daruu?