18/07/2019, 16:19
—¿Te ocurrió algo en especial en este lugar? —preguntó Juro, alzando una ceja a su alumno.
—No hay un suceso especial como tal, pero este sitio sí que es especial —respondió mientras caminaban hacia el pequeño comedor.
La estancia era pequeña y estaba bien iluminada. Kazuma escogió una de las cuatro grandes mesas y se sentó allí, para luego invitar a su sensei a hacer lo mismo. No pasaría mucho tiempo hasta que la hija del tendero saliera de la cocina con un montón de platos humeantes, de olor delicioso, pero demasiado para ellos dos.
—También es nuestra hora de comer, espero que no les moleste un poco de compañía —dijo la muchacha de cabellera corta y castaña, sonriendo con cordialidad.
—No hay problema, la comida sabe mejor en compañía —dijo el muchacho.
La mesa comenzaba a llenarse de platos deliciosos: sencillos, pero calientes y con aquel olor a sazón casera que hacía estremecer el gusto. El joven peliblanco tuvo que desviar la vista de la comida y centrarla en la muchacha que trabajaba afanosamente, pues tenía hambre y la tentación se mostraba poderosa en aquel momento. Además, la buena costumbre dictaba que no se podía comenzar a comer hasta que todos estuviesen en la mesa.
—Ya vengo, iré a buscar al resto de los comensales —dijo mientras se retiraba un momento.
—No hay un suceso especial como tal, pero este sitio sí que es especial —respondió mientras caminaban hacia el pequeño comedor.
La estancia era pequeña y estaba bien iluminada. Kazuma escogió una de las cuatro grandes mesas y se sentó allí, para luego invitar a su sensei a hacer lo mismo. No pasaría mucho tiempo hasta que la hija del tendero saliera de la cocina con un montón de platos humeantes, de olor delicioso, pero demasiado para ellos dos.
—También es nuestra hora de comer, espero que no les moleste un poco de compañía —dijo la muchacha de cabellera corta y castaña, sonriendo con cordialidad.
—No hay problema, la comida sabe mejor en compañía —dijo el muchacho.
La mesa comenzaba a llenarse de platos deliciosos: sencillos, pero calientes y con aquel olor a sazón casera que hacía estremecer el gusto. El joven peliblanco tuvo que desviar la vista de la comida y centrarla en la muchacha que trabajaba afanosamente, pues tenía hambre y la tentación se mostraba poderosa en aquel momento. Además, la buena costumbre dictaba que no se podía comenzar a comer hasta que todos estuviesen en la mesa.
—Ya vengo, iré a buscar al resto de los comensales —dijo mientras se retiraba un momento.