18/11/2015, 00:06
—Creía que habías dicho que era una flor arrancada del Árbol Sagrado —apuntó Ayame. El objeto mágico en cuestión parecía una hermosa pero simple rosa plantada en una maceta—. Las rosas no crecen en los árboles.
La interrupción lo tomó por sorpresa. ¿Había dicho él semejante tontería? “El Baku es el que proviene del Árbol Sagrado, no la flor, ¡imbécil!” se maldijo, mientras esbozaba la mejor de sus sonrisas. La sonrisa era una de las armas más peligrosas, capaz de engañar al incauto y tranquilizar al incrédulo. Posiblemente, la mejor arma que tenía en aquellos momentos, y pensaba utilizarla con destreza. O al menos lo intentaría.
—El Árbol Sagrado no es cualquier árbol, kunoichi —aseveró—. Si afirmas eso es que sin duda no lo has visto.
Pues claro que no lo había visto, ningún extranjero lo había podido ver, y Datsue se beneficiaría de dicha ignorancia para contrarrestar la suya propia.
Tras el doloroso golpe encajado, Datsue continuó con su discurso consciente de que no se podía permitir más fallos. Se lo había aprendido palabra por palabra, y por los Dioses que no volvería a confundirse.
Terminó su retahíla con una sonrisa de suficiencia y esperó a ver los resultados, que no tardaron en dejarse ver.
—¿De qué "módico precio" estamos hablando, Vendedor-san? —preguntó, con un hilo de voz.
A Datsue no le pasó inadvertido la forma en la que los dedos de la muchacha se cerraban temblorosos sobre la figura del Baku. “Así que ese es el objeto que le interesa”. El Uchiha se tomó un leve tiempo para pensar la respuesta. Por un lado, aquella chica le daba cierta pena. Se la veía cansada, con marcadas ojeras en la cara y lo suficientemente ingenua o desesperada como para creerse la sarta de mentiras que había soltado por la boca. No se sentía demasiado bien timándola.
Entonces recordó la deuda de sus padres y su mirada se endureció. Tenía que hacerlo.
—Pues depende de lo que te interese —respondió al fin—. La flor podría dejártela en unos 20 ryos, mientras que el frasquito de agua en unos 30. El Baku, sin embargo, es único —“Y es el que verdaderamente te interesa. ¿Cuantos ryos tendrás en tu bolsa? Ahora que ya ha mordido el anzuelo no puedo ahuyentarla con una suma desorbitada, pero tampoco dejar de ganar por pedir muy poco. ¿Cuál sería el precio real si esto sirviese de algo? Cientos de ryos, seguramente, quizá hasta 500. ¿Pero tendrá tanto dinero?” —. Lo cierto es que me hace falta el dinero como agua en un desierto, así que estoy dispuesto a rebajar su valor real hasta pedirte tan sólo unos… 85 ryos —decidió finalmente.
Era la cifra perfecta. Él sabía muy bien, para su desgracia, que el sueldo de un shinobi era poco menos que basura. Así que, a no ser que hubiese heredado una buena fortuna, aquella chica no tendría mucho más de unos 100 ryos. Sin embargo, si tenía unos 50, como él, no resultaría sospechoso que rebajase la cifra para alcanzarlos. Lo que estaba claro es que menos no podía tener, pues nadie en su sano juicio haría un viaje desde el País de la Lluvia sin dinero con el que costear alojamiento y comida. Él mismo se iba hacia Shinogi-to, y había calculado los posibles gastos al milímetro.
La interrupción lo tomó por sorpresa. ¿Había dicho él semejante tontería? “El Baku es el que proviene del Árbol Sagrado, no la flor, ¡imbécil!” se maldijo, mientras esbozaba la mejor de sus sonrisas. La sonrisa era una de las armas más peligrosas, capaz de engañar al incauto y tranquilizar al incrédulo. Posiblemente, la mejor arma que tenía en aquellos momentos, y pensaba utilizarla con destreza. O al menos lo intentaría.
—El Árbol Sagrado no es cualquier árbol, kunoichi —aseveró—. Si afirmas eso es que sin duda no lo has visto.
Pues claro que no lo había visto, ningún extranjero lo había podido ver, y Datsue se beneficiaría de dicha ignorancia para contrarrestar la suya propia.
Tras el doloroso golpe encajado, Datsue continuó con su discurso consciente de que no se podía permitir más fallos. Se lo había aprendido palabra por palabra, y por los Dioses que no volvería a confundirse.
Terminó su retahíla con una sonrisa de suficiencia y esperó a ver los resultados, que no tardaron en dejarse ver.
—¿De qué "módico precio" estamos hablando, Vendedor-san? —preguntó, con un hilo de voz.
A Datsue no le pasó inadvertido la forma en la que los dedos de la muchacha se cerraban temblorosos sobre la figura del Baku. “Así que ese es el objeto que le interesa”. El Uchiha se tomó un leve tiempo para pensar la respuesta. Por un lado, aquella chica le daba cierta pena. Se la veía cansada, con marcadas ojeras en la cara y lo suficientemente ingenua o desesperada como para creerse la sarta de mentiras que había soltado por la boca. No se sentía demasiado bien timándola.
Entonces recordó la deuda de sus padres y su mirada se endureció. Tenía que hacerlo.
—Pues depende de lo que te interese —respondió al fin—. La flor podría dejártela en unos 20 ryos, mientras que el frasquito de agua en unos 30. El Baku, sin embargo, es único —“Y es el que verdaderamente te interesa. ¿Cuantos ryos tendrás en tu bolsa? Ahora que ya ha mordido el anzuelo no puedo ahuyentarla con una suma desorbitada, pero tampoco dejar de ganar por pedir muy poco. ¿Cuál sería el precio real si esto sirviese de algo? Cientos de ryos, seguramente, quizá hasta 500. ¿Pero tendrá tanto dinero?” —. Lo cierto es que me hace falta el dinero como agua en un desierto, así que estoy dispuesto a rebajar su valor real hasta pedirte tan sólo unos… 85 ryos —decidió finalmente.
Era la cifra perfecta. Él sabía muy bien, para su desgracia, que el sueldo de un shinobi era poco menos que basura. Así que, a no ser que hubiese heredado una buena fortuna, aquella chica no tendría mucho más de unos 100 ryos. Sin embargo, si tenía unos 50, como él, no resultaría sospechoso que rebajase la cifra para alcanzarlos. Lo que estaba claro es que menos no podía tener, pues nadie en su sano juicio haría un viaje desde el País de la Lluvia sin dinero con el que costear alojamiento y comida. Él mismo se iba hacia Shinogi-to, y había calculado los posibles gastos al milímetro.