4/08/2019, 17:44
Junto a ella, Daruu chasqueó la lengua y Ayame le miró interrogante cuando el muchacho tomó un cubo verde que había tirado en la arena, junto a las ruinas de su castillo.
——Ayame-san, sin agua no vas a conseguir construir nada —dijo, con un suspiro.
—¿Agua? —repitió Ayame, ladeando la cabeza, confundida.
Él puso el cubo justo delante de su cara.
—Es como cuando estás haciendo una masa. ¡Si solo pones harina, no...! —continuo, pero se interrumpió a mitad de frase. Quizás se había dado cuenta de que Ayame no estaba entendiendo nada de lo que estaba diciendo, pues había ladeado aún más la cabeza cuando comenzó a hablar de masa—. Bueno, da igual. El caso, tenemos que recoger un poco de agua. Ahora vue...
Pero Daruu se volvió a interrumpir cuando se volvió hacia el océano. Y Ayame no tardó en entender por qué. Como si una nube hubiese pasado por delante del sol de repente, una sombra los cubrió. Pero no se trataba de ninguna nube, y en sus infatiles rostros se dibujó el más absoluto terror cuando comprobaron que el agua se había alzado hacia ellos, rugiendo como un monstruo.
—AAAAAAAAAAAAAAAAAAglglflglflgffgff
El agua los engulló entre sus fauces y los arrastró como si no fueran más que dos peleles sin vida propia. Durante varios segundos que se hicieron eternos, Ayame intentó patalear y bracear con todas sus fuerzas, pero cualquier acto de resistencia fue inútil. Y tal era la fuerza de la corriente que ni siquiera los manguitos que llevaba en los brazos la ayudaron a subir a la superficie. Porque cuando conseguía ascender para tomar aire, el agua volvía a empujarla hacia las profundidades. La chiquilla se vio zarandeada en direcciones imposibles, sacudida una y otra vez hasta que perdió el sentido de la orientación, y al final golpeada contra las rocas. Todo se oscureció rápidamente y su débil cuerpecito inconsciente terminó por resurgir de nuevo sobre la arena de la orilla de una pequeña isla que se encontraba a varios centenares de metros dentro del mismo oceáno. Una pequeña isla que no tenía más que unas pocas palmeras, algo de hierba, rocas y arena. Arena por todas partes.
——Ayame-san, sin agua no vas a conseguir construir nada —dijo, con un suspiro.
—¿Agua? —repitió Ayame, ladeando la cabeza, confundida.
Él puso el cubo justo delante de su cara.
—Es como cuando estás haciendo una masa. ¡Si solo pones harina, no...! —continuo, pero se interrumpió a mitad de frase. Quizás se había dado cuenta de que Ayame no estaba entendiendo nada de lo que estaba diciendo, pues había ladeado aún más la cabeza cuando comenzó a hablar de masa—. Bueno, da igual. El caso, tenemos que recoger un poco de agua. Ahora vue...
Pero Daruu se volvió a interrumpir cuando se volvió hacia el océano. Y Ayame no tardó en entender por qué. Como si una nube hubiese pasado por delante del sol de repente, una sombra los cubrió. Pero no se trataba de ninguna nube, y en sus infatiles rostros se dibujó el más absoluto terror cuando comprobaron que el agua se había alzado hacia ellos, rugiendo como un monstruo.
—AAAAAAAAAAAAAAAAAAglglflglflgffgff
El agua los engulló entre sus fauces y los arrastró como si no fueran más que dos peleles sin vida propia. Durante varios segundos que se hicieron eternos, Ayame intentó patalear y bracear con todas sus fuerzas, pero cualquier acto de resistencia fue inútil. Y tal era la fuerza de la corriente que ni siquiera los manguitos que llevaba en los brazos la ayudaron a subir a la superficie. Porque cuando conseguía ascender para tomar aire, el agua volvía a empujarla hacia las profundidades. La chiquilla se vio zarandeada en direcciones imposibles, sacudida una y otra vez hasta que perdió el sentido de la orientación, y al final golpeada contra las rocas. Todo se oscureció rápidamente y su débil cuerpecito inconsciente terminó por resurgir de nuevo sobre la arena de la orilla de una pequeña isla que se encontraba a varios centenares de metros dentro del mismo oceáno. Una pequeña isla que no tenía más que unas pocas palmeras, algo de hierba, rocas y arena. Arena por todas partes.