5/08/2019, 17:56
Bajo el mar, Daruu se vio arrastrado por la ola hacia el fondo. Sintió la arena arañándole, la corriente tirando de sus piernas como manos firmes y malintencionadas. Tragó agua, tratando inútilmente alcanzar la superficie, buscando con la otra mano a una Ayame que se alejaba...
—¡Blargh!
Una sensación húmeda, caliente y desagradable recorrió su gaznate cuando escupió el agua que casi le ahoga. Le dolía todo el cuerpo, pero lo que más le dolía era la cabeza. El sol le quemaba la piel, demasiado expuesta durante demasiado tiempo. Gimió agónicamente mientras trataba de darse la vuelta desesperadamente, buscando el frío descanso de la arena a la sombra que ya disfrutaba su espalda. Tras un suspiro de alivio, trató de levantarse, y entonces recordó qué era lo que le había llevado a sentirse tan mal.
Daruu ahogó un grito y se retiró de golpe. La luz del sol llegó a sus ojos como dos cuchillos. Entrecerrándolos en vez de abriéndolos y cubriéndose con la mano, alcanzó a ver la silueta de una palmera. No recordaba haber visto palmeras en la playa antes.
Con el corazón latiéndole a mil por hora, el chico se dio la vuelta. La infinidad del mar le abrumó. Estaba a lo que él definiría como muchicientos metros de la playa. El mar le había tragado, hambriento, y le había escupido tras decidir que tampoco estaba tan bueno como había creído.
Y Ayame...
—¡Ayame!
La chica estaba bocabajo sobre la arena, con el pelo revuelto de mala manera; un brazo por allí y una pierna por acá. Daruu corrió, tropezó y se arrastró hasta donde estaba para darle la vuelta. Tenía una estrella de mar pegada a la cara. El chico la cogió con asco mal disimulado y la lanzó al agua como un shuriken. Daruu agitó delicadamente a Ayame de los hombros.
—¡Ayame! ¿Estás bien? ¡Despierta, por favor!
· · ·
—¡Blargh!
Una sensación húmeda, caliente y desagradable recorrió su gaznate cuando escupió el agua que casi le ahoga. Le dolía todo el cuerpo, pero lo que más le dolía era la cabeza. El sol le quemaba la piel, demasiado expuesta durante demasiado tiempo. Gimió agónicamente mientras trataba de darse la vuelta desesperadamente, buscando el frío descanso de la arena a la sombra que ya disfrutaba su espalda. Tras un suspiro de alivio, trató de levantarse, y entonces recordó qué era lo que le había llevado a sentirse tan mal.
Daruu ahogó un grito y se retiró de golpe. La luz del sol llegó a sus ojos como dos cuchillos. Entrecerrándolos en vez de abriéndolos y cubriéndose con la mano, alcanzó a ver la silueta de una palmera. No recordaba haber visto palmeras en la playa antes.
Con el corazón latiéndole a mil por hora, el chico se dio la vuelta. La infinidad del mar le abrumó. Estaba a lo que él definiría como muchicientos metros de la playa. El mar le había tragado, hambriento, y le había escupido tras decidir que tampoco estaba tan bueno como había creído.
Y Ayame...
—¡Ayame!
La chica estaba bocabajo sobre la arena, con el pelo revuelto de mala manera; un brazo por allí y una pierna por acá. Daruu corrió, tropezó y se arrastró hasta donde estaba para darle la vuelta. Tenía una estrella de mar pegada a la cara. El chico la cogió con asco mal disimulado y la lanzó al agua como un shuriken. Daruu agitó delicadamente a Ayame de los hombros.
—¡Ayame! ¿Estás bien? ¡Despierta, por favor!