6/08/2019, 17:42
Se ahogaba. No podía respirar. Era como si una mano gigante estuviese oprimiendo su cara, tapando su nariz y y su boca. Y lo peor era que no tenía las fuerzas para moverse y quitársela de encima.
¿Sería aquel su fin? Nunca debería haber ido a aquella playa ella sola...
Pero, tras varios largos agónicos segundos, sintió un fuerte tirón y la luz se hizo paso a través de la oscuridad. Y al final del túnel, una voz la llamaba:
—¡Ayame! ¿Estás bien? ¡Despierta, por favor!
—¿Uuuhh...? —gimió la chiquilla, lastimera. Intentó entreabrir los ojos, pero la luz del sol acuchilló sus pupilas sin piedad y se vio obligada a cerrarlos de nuevo con un gemido de dolor.
Le costó varios segundos recomponerse lo suficiente como para darse cuenta de que podía respirar con normalidad, y para comenzar a moverse. Se reincorporó con débil lentitud hasta quedar sentada en la arena y miró a su alrededor con incredulidad.
—¿Dónde est...? —comenzó a preguntar, pero su rostro palideció de repente al darse cuenta de que no reconocía aquella playa. Y aquello no era lo peor: allá en una lejanía inalcanzable para ella, en el horizonte del océano, se alzaba el acantilado de la Costa de las Olas Rompientes. Aquella era la playa donde debía estar, no en aquella isla en miniatura. Y además estaba sola. Sola con otro niño al que ni siquiera conocía. El labio inferior de la chiquilla comenzó a temblar ante la amenaza del inminente berrinche que no tardó en sucederse—: ¡¡¡BUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!! ¡¡¡PAPÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ!!!
¿Sería aquel su fin? Nunca debería haber ido a aquella playa ella sola...
Pero, tras varios largos agónicos segundos, sintió un fuerte tirón y la luz se hizo paso a través de la oscuridad. Y al final del túnel, una voz la llamaba:
—¡Ayame! ¿Estás bien? ¡Despierta, por favor!
—¿Uuuhh...? —gimió la chiquilla, lastimera. Intentó entreabrir los ojos, pero la luz del sol acuchilló sus pupilas sin piedad y se vio obligada a cerrarlos de nuevo con un gemido de dolor.
Le costó varios segundos recomponerse lo suficiente como para darse cuenta de que podía respirar con normalidad, y para comenzar a moverse. Se reincorporó con débil lentitud hasta quedar sentada en la arena y miró a su alrededor con incredulidad.
—¿Dónde est...? —comenzó a preguntar, pero su rostro palideció de repente al darse cuenta de que no reconocía aquella playa. Y aquello no era lo peor: allá en una lejanía inalcanzable para ella, en el horizonte del océano, se alzaba el acantilado de la Costa de las Olas Rompientes. Aquella era la playa donde debía estar, no en aquella isla en miniatura. Y además estaba sola. Sola con otro niño al que ni siquiera conocía. El labio inferior de la chiquilla comenzó a temblar ante la amenaza del inminente berrinche que no tardó en sucederse—: ¡¡¡BUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!! ¡¡¡PAPÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ!!!