9/08/2019, 17:41
(Última modificación: 12/08/2019, 04:51 por King Roga. Editado 2 veces en total.)
En las afueras, el Yotsuki estaba un poco exasperado por la situación acaecida. Estaba cruzado de brazos en el borde la puerta, cuando de pronto se vio en la necesidad de entrecerrar los ojos al divisar una pequeña luz que se aproximaba en la lejanía. Era anaranjada, pero diminuta. Era difícil no localizarla en medio de un bosque de bambú. "¿Una vela?" Y sin embargo, no dudó en adentrase nuevamente en la casa para informar lo sucedido.
Entre tanto, Akame había formulado una pregunta capciosa, complicada. Las pupilas de la pelinegra se contrajeron del nerviosismo, anteponiéndose al dolor sufrido por la quemadura en la lengua y el de sus uñas arrancadas. No podía condicionar a su única esperaza de esa manera, no debía darle ventaja al enemigo. Las gotas de sudor frío se acentuaban en su frente. ¿Qué salida le quedaba? ¿Hablar y morir? No podía, ¿cómo iba a darle la cara a su gemela Kasshoko en la otra vida? Temía al juicio, porque aún muriendo sus palabras iban a desencadenar consecuencias. Tardó en responder, aunque de todas formas la lengua se le estaba inflamando y estaba teniendo muchos problemas para articular palabra.
—A-alg...— Se frenó y gimoteó. Por mucho que quisiera forzarla a hablar, ni siquiera podía hacerlo por voluntad propia. ¿Mentiría entonces? El temor que se acrecentaba en ella era palpable, pero era más por su amo y su compañera, que por ella misma. Negó con la cabeza ante la primera pregunta. —Ziziii— Fue lo único que alcanzó a soltar, asintiendo con la segunda duda.
Casi al instante, Rōga ingresó nuevamente a la habitación con una expresión álgida.
—Alguien viene. Parece tener algo con fuego en las manos. Sería demasiada casualidad que fuese un civil justamente en este sitio tan recóndito— sentenció con seriedad, intentando ignorar a la prisionera.
La mujer por su lado se quedó helada, pero más pronto que tarde intentó forcejear. ¿Sería ella? Si era así, debía advertirle de alguna manera. Intentaría por tanto dar un único grito agudo con todas sus fuerzas, aupado por el propio dolor sufrido.
Lo ocurrido a continuación, fue peculiar. La niña enrojeció e infló los cachetes ante las acción de Akame. Luego el clon actuó cómo su se hubiese dado cuenta de algo. La niña entonces alzó ambos brazos y los sacudió de lado a lado cómo si intentara decir que no hiciera algo. Oh, ese kage bunshin, si que debió darse dado cuenta de algo, pero estaba pasando por alto un detalle.
—¡A mí no vas a engañarme!— La mujer empuñó su bastón con ambas manos y saltó hasta el renegado dispuesto a darle un bastonazo lateral. —¡No hay nadie más aquí!— Afirmó con toda la seguridad del mundo.
¿Han escuchado la frase, todos los monjes saben kung fu? Bueno, ella no sabía kung fu, pero de que sabía defenderse sabía defenserde, aún sin ser shinobi.
La niña entonces, se echaría a correr por donde vino... ¿O no? Parecía tomar otro rumbo, siendo este la montaña.
Kiyoshi, Ōkawa y el segundo clon llegaron a una porción más frondosa de la montaña donde las cañas apenas si dejaban espacio para caminar sin tener que alzar un poco la pierna para pasar a través de ellas. El desaliñado muchacho entonces apartó algo de hojarasca para luego arrebatar de golpe una manta que cubría una entrada. Esta nueva guarida era mucho más rústica que la otra, comparable básicamente a la madriguera de un animal cualquiera.
—¿QUÉ ES ESE OLOR?— La muchacha no pudo sino llevarse las manos a la nariz.
Olía fuertemente, siendo este nuevo escondrijo un almacén de azufre.
Entre tanto, Akame había formulado una pregunta capciosa, complicada. Las pupilas de la pelinegra se contrajeron del nerviosismo, anteponiéndose al dolor sufrido por la quemadura en la lengua y el de sus uñas arrancadas. No podía condicionar a su única esperaza de esa manera, no debía darle ventaja al enemigo. Las gotas de sudor frío se acentuaban en su frente. ¿Qué salida le quedaba? ¿Hablar y morir? No podía, ¿cómo iba a darle la cara a su gemela Kasshoko en la otra vida? Temía al juicio, porque aún muriendo sus palabras iban a desencadenar consecuencias. Tardó en responder, aunque de todas formas la lengua se le estaba inflamando y estaba teniendo muchos problemas para articular palabra.
—A-alg...— Se frenó y gimoteó. Por mucho que quisiera forzarla a hablar, ni siquiera podía hacerlo por voluntad propia. ¿Mentiría entonces? El temor que se acrecentaba en ella era palpable, pero era más por su amo y su compañera, que por ella misma. Negó con la cabeza ante la primera pregunta. —Ziziii— Fue lo único que alcanzó a soltar, asintiendo con la segunda duda.
Casi al instante, Rōga ingresó nuevamente a la habitación con una expresión álgida.
—Alguien viene. Parece tener algo con fuego en las manos. Sería demasiada casualidad que fuese un civil justamente en este sitio tan recóndito— sentenció con seriedad, intentando ignorar a la prisionera.
La mujer por su lado se quedó helada, pero más pronto que tarde intentó forcejear. ¿Sería ella? Si era así, debía advertirle de alguna manera. Intentaría por tanto dar un único grito agudo con todas sus fuerzas, aupado por el propio dolor sufrido.
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Lo ocurrido a continuación, fue peculiar. La niña enrojeció e infló los cachetes ante las acción de Akame. Luego el clon actuó cómo su se hubiese dado cuenta de algo. La niña entonces alzó ambos brazos y los sacudió de lado a lado cómo si intentara decir que no hiciera algo. Oh, ese kage bunshin, si que debió darse dado cuenta de algo, pero estaba pasando por alto un detalle.
—¡A mí no vas a engañarme!— La mujer empuñó su bastón con ambas manos y saltó hasta el renegado dispuesto a darle un bastonazo lateral. —¡No hay nadie más aquí!— Afirmó con toda la seguridad del mundo.
¿Han escuchado la frase, todos los monjes saben kung fu? Bueno, ella no sabía kung fu, pero de que sabía defenderse sabía defenserde, aún sin ser shinobi.
La niña entonces, se echaría a correr por donde vino... ¿O no? Parecía tomar otro rumbo, siendo este la montaña.
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Kiyoshi, Ōkawa y el segundo clon llegaron a una porción más frondosa de la montaña donde las cañas apenas si dejaban espacio para caminar sin tener que alzar un poco la pierna para pasar a través de ellas. El desaliñado muchacho entonces apartó algo de hojarasca para luego arrebatar de golpe una manta que cubría una entrada. Esta nueva guarida era mucho más rústica que la otra, comparable básicamente a la madriguera de un animal cualquiera.
—¿QUÉ ES ESE OLOR?— La muchacha no pudo sino llevarse las manos a la nariz.
Olía fuertemente, siendo este nuevo escondrijo un almacén de azufre.