13/08/2019, 23:37
Como de costumbre, Bant se quedó dormido de nuevo sobre un pergamino en blanco que esperaba pacientemente ser manchado con un arte que no llegaba desde hacía unos días.
El pincel yacía en su mano, tambaleándose por la falta de fuerza de ésta causada por el sueño. Pocos segundos después, el pincel cayó.
El ruido que produjo no fue estridente, pero fue lo suficientemente fuerte para despertar al joven.
"Vaya, otra vez... Será mejor que salga a tomar el aire."
Salió de casa, vestido como de costumbre con una capa cerrada que ocultaba su fina figura, botas, y el pelo liso, cayendo sobre su frente, pero despeinado por su despreocupación.
Tras horas encerrado decidió que sería una buena idea salir en busca de inspiración y superar ese bache llamado síndrome de la hoja en blanco (más propio de escritores, aunque Bant se lo atribuía cada vez que no lograba dibujar algo de su agrado en menos de una hora).
El día era calmado, ni un rastro del viento que días atrás había removido cada árbol de la aldea, dejando finas sábanas agujereadas fabricadas con hojas de tonos otoñales. Sonrió. La naturaleza siempre sacaba lo mejor de él.
Puso rumbo en dirección a la Torre del Ocio, donde creyó poder encontrar estímulos suficientes para después plasmarlos en sus pergaminos.
Cuando se acercó lo suficiente, un débil sonido acarició sus tímpanos. "Música..."
Hacía tiempo que no se detenía a escuchar una melodía, e instintivamente, sus piernas empezaron a andar en dirección a la música que oía, centrando toda su atención en su oído, olvidando por completo sus otros sentidos.
Cuando llegó, vio a una chica con una trenza, haciendo bailar sus dedos como si de piernas minúsculas se tratasen, sobre los agujeros de una flauta de madera.
Se acercó como un gato que se acerca a un humano por primera vez: sigiloso, curioso... Pero, obviamente, ni rastro de miedo.
Decidió que sus palabras sólo conseguirían romper esa melodía que le producía tanta paz, así que decidió sentarse lo más cerca posible sin estorbar a la chica, y empezó a dibujar.
El pincel yacía en su mano, tambaleándose por la falta de fuerza de ésta causada por el sueño. Pocos segundos después, el pincel cayó.
El ruido que produjo no fue estridente, pero fue lo suficientemente fuerte para despertar al joven.
"Vaya, otra vez... Será mejor que salga a tomar el aire."
Salió de casa, vestido como de costumbre con una capa cerrada que ocultaba su fina figura, botas, y el pelo liso, cayendo sobre su frente, pero despeinado por su despreocupación.
Tras horas encerrado decidió que sería una buena idea salir en busca de inspiración y superar ese bache llamado síndrome de la hoja en blanco (más propio de escritores, aunque Bant se lo atribuía cada vez que no lograba dibujar algo de su agrado en menos de una hora).
El día era calmado, ni un rastro del viento que días atrás había removido cada árbol de la aldea, dejando finas sábanas agujereadas fabricadas con hojas de tonos otoñales. Sonrió. La naturaleza siempre sacaba lo mejor de él.
Puso rumbo en dirección a la Torre del Ocio, donde creyó poder encontrar estímulos suficientes para después plasmarlos en sus pergaminos.
Cuando se acercó lo suficiente, un débil sonido acarició sus tímpanos. "Música..."
Hacía tiempo que no se detenía a escuchar una melodía, e instintivamente, sus piernas empezaron a andar en dirección a la música que oía, centrando toda su atención en su oído, olvidando por completo sus otros sentidos.
Cuando llegó, vio a una chica con una trenza, haciendo bailar sus dedos como si de piernas minúsculas se tratasen, sobre los agujeros de una flauta de madera.
Se acercó como un gato que se acerca a un humano por primera vez: sigiloso, curioso... Pero, obviamente, ni rastro de miedo.
Decidió que sus palabras sólo conseguirían romper esa melodía que le producía tanta paz, así que decidió sentarse lo más cerca posible sin estorbar a la chica, y empezó a dibujar.
—Hablo—”Pienso”