16/08/2019, 00:49
Ayame escuchó a Daruu sorberse la nariz. Se levantó de repente, y entre las manitas la chiquilla le vio darse la vuelta y caminar hasta una de las palmeras más cercanas.
—A base de cocos —la corrigió, lleno de determinación.
—¡P... pero no podemos sobrevivir sólo a base de cocos! Papá dice que...
—Pues sobrevi... sobreviviremos —la interrumpió él. Entonces se encaramó al tronco, rodeándolo con sus cortos bracitos, pero antes de lograr siquiera subir un palmo se cayó a la arena de culo.
—D... Daruu...
Pero el chico gruñó, volvió a levantarse y tomó carrerilla de nuevo. Ayame ahogó una exclamación de asombro cuando le vio apoyar el primer pie en el tronco como había visto hacer a su hermano, a su padre y a otros muchos shinobi adultos, pero no avanzó ni dos pasos cuando volvió a caer con un doloroso resbalón.
— ¡Arrgh! ¡Vale, pues cruzaré para pedir ayuda! ¡Tú estate ahí!
—P... pero... —protestó Ayame, corriendo tras el chico hacia la orilla del agua.
Ella se detuvo, sin embargo, justo en el límite donde las olas lamían la arena. Daruu siguió adelante, no obstante, pero sólo consiguió dar tres pasos antes de hundirse como una roca.
—¡Daruu!
Daruu salió a la superficie casi inmediatamente, con el pelo empapado aplastado contra el cráneo.
—¡Jopé! ¡Moriremos atrapados! —protestó, y las puntas de su pelo se alzaron como muelles en contra de la gravedad, volviendo a su forma original.
—D... Daruu... —gimoteaba Ayame desde la orilla, con lágrimas en los ojos—. N... No me dejes sola... Y... yo no sé nadar —confesó, agitando sus bracitos desnudos de los manguitos que la habían protegido de ahogarse.
Unos manguitos que había perdido en aquel inesperado naufragio.
—A base de cocos —la corrigió, lleno de determinación.
—¡P... pero no podemos sobrevivir sólo a base de cocos! Papá dice que...
—Pues sobrevi... sobreviviremos —la interrumpió él. Entonces se encaramó al tronco, rodeándolo con sus cortos bracitos, pero antes de lograr siquiera subir un palmo se cayó a la arena de culo.
—D... Daruu...
Pero el chico gruñó, volvió a levantarse y tomó carrerilla de nuevo. Ayame ahogó una exclamación de asombro cuando le vio apoyar el primer pie en el tronco como había visto hacer a su hermano, a su padre y a otros muchos shinobi adultos, pero no avanzó ni dos pasos cuando volvió a caer con un doloroso resbalón.
— ¡Arrgh! ¡Vale, pues cruzaré para pedir ayuda! ¡Tú estate ahí!
—P... pero... —protestó Ayame, corriendo tras el chico hacia la orilla del agua.
Ella se detuvo, sin embargo, justo en el límite donde las olas lamían la arena. Daruu siguió adelante, no obstante, pero sólo consiguió dar tres pasos antes de hundirse como una roca.
—¡Daruu!
Daruu salió a la superficie casi inmediatamente, con el pelo empapado aplastado contra el cráneo.
—¡Jopé! ¡Moriremos atrapados! —protestó, y las puntas de su pelo se alzaron como muelles en contra de la gravedad, volviendo a su forma original.
—D... Daruu... —gimoteaba Ayame desde la orilla, con lágrimas en los ojos—. N... No me dejes sola... Y... yo no sé nadar —confesó, agitando sus bracitos desnudos de los manguitos que la habían protegido de ahogarse.
Unos manguitos que había perdido en aquel inesperado naufragio.