19/08/2019, 21:03
La inspiración corría por sus venas, como si el viento que emergía de la flauta fuera una brisa llena de colores que acariciaba el papel, llenándolo de emociones convertidas a tinta.
Por una vez, Bant se dejó llevar por su oído para dibujar, tanto que a los dos segundos de sentarse sus ojos se cerraron.
También por primera vez, se mostró despreocupado y tranquilo, y sin siquiera observar el resultado, abrió lentamente los ojos y los fijó en la chica.
Un ligero rubor cubría su tez, y su expresión facial parecía desconcertada, mirando de reojo e intentando descifrar qué escondía el pergamino.
Sin vacilar un instante, el artista giró el dibujo y mostró su obra:
En su dibujo se podía discernir la silueta de la flautista, y acercando la vista, parecía incluso que sus dedos se movían sobre el dibujo. Del instrumento, emergían cientos de mariposas de alas completamente diferentes, pero todas de una belleza equitativa, que parecían salir de la hoja dispuestas a posarse sobre la mano del observador.
Nada que ver con su expresión facial, Bant sentía cientos de emociones cuando se sumergía en el arte (ya fuera música, danza, arte gráfico...), y su mejor método para exponerlas era el dibujo.
Cuando la melodía cambió, fruto del nerviosismo que su presencia había podido ocasionar sobre la artista, el dibujante decidió levantarse, y con su mejor (media) sonrisa, dio un paso hacia ella y extendió su mano izquierda, ofreciéndole el pergamino que acababa de decorar.
Quiso evitar mirarla demasiado tiempo, pero desprendía inocencia por los poros, hecho que atrajo tanto su mirada que olvidó su plan inicial de desviarla para no incomodarla. Evitó hablar hasta que ella dejara de tocar la flauta, pues siempre consideró irrespetuoso romper el silencio cuando un músico se está expresando.
Por una vez, Bant se dejó llevar por su oído para dibujar, tanto que a los dos segundos de sentarse sus ojos se cerraron.
También por primera vez, se mostró despreocupado y tranquilo, y sin siquiera observar el resultado, abrió lentamente los ojos y los fijó en la chica.
Un ligero rubor cubría su tez, y su expresión facial parecía desconcertada, mirando de reojo e intentando descifrar qué escondía el pergamino.
Sin vacilar un instante, el artista giró el dibujo y mostró su obra:
En su dibujo se podía discernir la silueta de la flautista, y acercando la vista, parecía incluso que sus dedos se movían sobre el dibujo. Del instrumento, emergían cientos de mariposas de alas completamente diferentes, pero todas de una belleza equitativa, que parecían salir de la hoja dispuestas a posarse sobre la mano del observador.
Nada que ver con su expresión facial, Bant sentía cientos de emociones cuando se sumergía en el arte (ya fuera música, danza, arte gráfico...), y su mejor método para exponerlas era el dibujo.
Cuando la melodía cambió, fruto del nerviosismo que su presencia había podido ocasionar sobre la artista, el dibujante decidió levantarse, y con su mejor (media) sonrisa, dio un paso hacia ella y extendió su mano izquierda, ofreciéndole el pergamino que acababa de decorar.
Quiso evitar mirarla demasiado tiempo, pero desprendía inocencia por los poros, hecho que atrajo tanto su mirada que olvidó su plan inicial de desviarla para no incomodarla. Evitó hablar hasta que ella dejara de tocar la flauta, pues siempre consideró irrespetuoso romper el silencio cuando un músico se está expresando.
—Hablo—”Pienso”