20/08/2019, 17:20
Daruu regresó entre pesados pisotones a la orilla, empapado de pies a cabeza y los pies embarrados por la arena mojada.
—¡Puaj! —exclamó, asqueado, mientras trataba de liberar sus pies de aquel barro—. No te iba a dejar sola, Ayame, quería buscar ayuda. Pero tampoco puedo... ¿Qué vamos a hacer...? —añadió, con lágrimas en los ojos.
Y los labios de Ayame temblaron en un nuevo puchero mientras miraba a su alrededor, completamente desolada. Ella no sabía nadar, y habían acabado ambos en una diminuta isla rodeada por el océano. Por otra parte, los cocos estaban a demasiada altura, y ninguno de los dos sabía trepar a los árboles tan bien como debieran. Los peces debían de estar en el agua, y no tenían manera alguna de atraparlos... Y eso por no hablar del agua, no tenían nada potable que beber. ¿Qué les quedaba entonces?
Como riéndose de su desgracia, una ola inusualmente alta rompió rugiente contra la orilla.
La chiquilla gimoteó, aterrorizada, y, sentándose sobre la arena, se abrazó las rodillas.
—Papá... Hermano...
Un alarido y un par de golpetazos en la puerta fueron los que rompieron la paz del momento. Zetsuo, que hasta ahora había estado dormitando tumbado sobre un sofá, pegó tal bote que por poco se cae del asiento.
—¡Zetsuo! ¡Zetsuo, por favor! —escuchó la inconfundible e irritante voz de Kiroe, al otro lado.
Y el médico, con un ronco gruñido, se frotó la mano por la cara, se levantó de golpe y se dirigió entre pesados pasos a la entrada de la vivienda.
—¡¿Qué cojones te pasa ahora, pastelera?! ¿Ni la hora de la siesta vas a respetar ya? Joder...
—¡Puaj! —exclamó, asqueado, mientras trataba de liberar sus pies de aquel barro—. No te iba a dejar sola, Ayame, quería buscar ayuda. Pero tampoco puedo... ¿Qué vamos a hacer...? —añadió, con lágrimas en los ojos.
Y los labios de Ayame temblaron en un nuevo puchero mientras miraba a su alrededor, completamente desolada. Ella no sabía nadar, y habían acabado ambos en una diminuta isla rodeada por el océano. Por otra parte, los cocos estaban a demasiada altura, y ninguno de los dos sabía trepar a los árboles tan bien como debieran. Los peces debían de estar en el agua, y no tenían manera alguna de atraparlos... Y eso por no hablar del agua, no tenían nada potable que beber. ¿Qué les quedaba entonces?
Como riéndose de su desgracia, una ola inusualmente alta rompió rugiente contra la orilla.
La chiquilla gimoteó, aterrorizada, y, sentándose sobre la arena, se abrazó las rodillas.
—Papá... Hermano...
. . .
Un alarido y un par de golpetazos en la puerta fueron los que rompieron la paz del momento. Zetsuo, que hasta ahora había estado dormitando tumbado sobre un sofá, pegó tal bote que por poco se cae del asiento.
—¡Zetsuo! ¡Zetsuo, por favor! —escuchó la inconfundible e irritante voz de Kiroe, al otro lado.
Y el médico, con un ronco gruñido, se frotó la mano por la cara, se levantó de golpe y se dirigió entre pesados pasos a la entrada de la vivienda.
—¡¿Qué cojones te pasa ahora, pastelera?! ¿Ni la hora de la siesta vas a respetar ya? Joder...