31/08/2019, 02:27
—¡Pero qué niño tan tierno y adorable! —graznó Ramu. Era difícil saberlo por la rigidez inamovible de su pico pero... ¿estaba sonriendo de forma burlona?—. Quizás un día podría presentarte a mis polluelos en el nido...
Daruu tragó saliva y se pegó aún más a la fría roca del fondo de la covacha. No sólo era de tamaño desproporcionado, sino que podía hablar. El águila. Podía hablar. Se pellizcó la piel para cerciorarse de que todo aquello no era una pesadilla. La idea de quedarse atrapado para siempre en aquella isla desierta, de pronto, no se le antojaba tan mala. Quizás uno se llegaba a acostumbrar al sabor de los cocos. Quizás incluso al pescado, aunque la idea le llenaba de repugnancia.
—¡Basta, Ramu! ¡No hay tiempo para tonterías! —bramó Zetsuo. El hombre se acercó a Daruu y le agarró por la camiseta. El muchacho, protestando con pánico, no pudo resistirse por su escasa fuerza y peso. Pataleó hasta que estuvo encima del plumaje del animal. Tragó saliva. Entonces se quedó paralizado. Nada de pataleo. Sólo terror.
Ayame se encargó de agarrarle y colocarle no de cualquier manera encima del ave. Con el primer batido de las alas del bicho, Daruu dio un gritito agudo. Cuando se elevaron hacia el cielo, lentamente, ahogó otro, y cuando empezaron a surcar las nubes a toda velocidad, se había quedado blanco, con un rictus de zombi.
—WIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII
—Aaaahhaaahaahhhhaaaaahhhaahh... Creo... creo que voy a vomitar...
Daruu tragó saliva y se pegó aún más a la fría roca del fondo de la covacha. No sólo era de tamaño desproporcionado, sino que podía hablar. El águila. Podía hablar. Se pellizcó la piel para cerciorarse de que todo aquello no era una pesadilla. La idea de quedarse atrapado para siempre en aquella isla desierta, de pronto, no se le antojaba tan mala. Quizás uno se llegaba a acostumbrar al sabor de los cocos. Quizás incluso al pescado, aunque la idea le llenaba de repugnancia.
—¡Basta, Ramu! ¡No hay tiempo para tonterías! —bramó Zetsuo. El hombre se acercó a Daruu y le agarró por la camiseta. El muchacho, protestando con pánico, no pudo resistirse por su escasa fuerza y peso. Pataleó hasta que estuvo encima del plumaje del animal. Tragó saliva. Entonces se quedó paralizado. Nada de pataleo. Sólo terror.
Ayame se encargó de agarrarle y colocarle no de cualquier manera encima del ave. Con el primer batido de las alas del bicho, Daruu dio un gritito agudo. Cuando se elevaron hacia el cielo, lentamente, ahogó otro, y cuando empezaron a surcar las nubes a toda velocidad, se había quedado blanco, con un rictus de zombi.
—WIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII
—Aaaahhaaahaahhhhaaaaahhhaahh... Creo... creo que voy a vomitar...