3/09/2019, 12:36
Trac, trac, trac.
El traqueteo de las ruedas del carromato acompañaba bruscamente a las palabras de Mogura. Hidamaru parecía bastante más tenso que al principio e incómodo con su compañero, era evidente que tanta formalidad no iba con él y que la forma de hacer las cosas del médico —ya fuese más o menos correcta que la suya propia— no iba con él. Aun así, se mantenía estoico y algo rígido en su posición mientras se esforzaba por escuchar educadamente al otro chuunin.
—Bien, me alegra oír eso, Manase-san —respondió a Mogura. Sin embargo, cuando éste le lanzó una pregunta, Hidamaru volvió a tensarse visiblemente—. Sí, en efecto, se han quedado algo cortos con los detalles. Supongo que suele ser así en misiones de este rango, con una víctima de secuestro y demás, los clientes son reacios a dar información sensible por escrito. Creo que una vez lleguemos a Villa Hokubu, lo primero que deberíamos hacer es hablar con el contratante; el alcalde.
Hidamaru hizo una breve pausa y añadió de forma —quizás forzadamente— casual.
—Hokubu Sanmaru, qué nombre tan curioso.
Mientras los dos ninjas hablaban, la conductora se esforzaba por mantener el carricoche dentro de la carretera; además de la habitual lluvia, un fuerte viento había empezado a golpearles nada más salieron a campo abierto. Con la vista fija en el horizonte —donde ella intuía que se situaría la Ciudad Fantasma—, Yuuki azotó las riendas de los caballos.
Ya estaba cayendo la noche cuando el carromato dejaba atrás la Ciudad Fantasma. Incluso desde sus asientos, dentro del vagón, los chuunin podrían jurar haber escuchado un tremendo suspiro de alivio por parte de la conductora, que incluso empezó a silbar una cancioncilla de la alegría que le daba no tener que hacer noche en semejante paraje. Así, la carreta siguió su camino hasta que llegaron a la famosa ciudad de Yukio. Hidamaru no pudo evitar asomarse por una de las ventanas para observar el precioso paisaje; los bosques que la rodeaban, el suelo cubierto de fresca hierba, las bonitas casas que cubrían la vista y el puente que cruzaba el riachuelo, dando entrada a la ciudad.
—¡Por fin! —exclamó Yuuki, que estaba agotada después de casi un día entero de viaje.
Era ya noche cerrada, y aunque las nubes cubrían el cielo, se podía intuir el leve fulgor de la Luna tras las mismas. La conductora guió el carromato a través de las calles de Yukio, iluminadas con graciosas farolas y despejadas de nieve y hielo durante aquella época del año —de forma singular—, donde se podían ver pocos o ningunos transeútes. Desde la banca del conductor, Yuuki llamó la atención de los chuunin.
—¡Manase-san, Hidamaru-san! ¿Alguna preferencia para el hospedaje? —les preguntó—. Yo, personalmente, prefiero el Hogar y la Brasa... Hacen un venado asado que está para chuparse los dedos, ¡jeje!
Hidamaru rápidamente replicó.
—¿El Hogar y la Brasa? ¡Pero si es un atraco! Noventa ryos la noche por persona, y encima te clavan veinte ryos por un plato de estofado de venado. Mejor vamos a La Flecha, es más barato, más grande y las camas son tan cómodas...
—Imposible, La Flecha no tiene un establo tan grande y a estas horas seguro que ya está lleno —replicó Yuuki con una sonrisa triunfal—. En el Hogar y la Brasa incluso se hacen cargo de aparcar el carromato.
El Kaguya resopló, molesto. Entonces miró a Mogura y acabó por argumentar.
—¡Muy bien! Pues que decida Manase-san.
El traqueteo de las ruedas del carromato acompañaba bruscamente a las palabras de Mogura. Hidamaru parecía bastante más tenso que al principio e incómodo con su compañero, era evidente que tanta formalidad no iba con él y que la forma de hacer las cosas del médico —ya fuese más o menos correcta que la suya propia— no iba con él. Aun así, se mantenía estoico y algo rígido en su posición mientras se esforzaba por escuchar educadamente al otro chuunin.
—Bien, me alegra oír eso, Manase-san —respondió a Mogura. Sin embargo, cuando éste le lanzó una pregunta, Hidamaru volvió a tensarse visiblemente—. Sí, en efecto, se han quedado algo cortos con los detalles. Supongo que suele ser así en misiones de este rango, con una víctima de secuestro y demás, los clientes son reacios a dar información sensible por escrito. Creo que una vez lleguemos a Villa Hokubu, lo primero que deberíamos hacer es hablar con el contratante; el alcalde.
Hidamaru hizo una breve pausa y añadió de forma —quizás forzadamente— casual.
—Hokubu Sanmaru, qué nombre tan curioso.
Mientras los dos ninjas hablaban, la conductora se esforzaba por mantener el carricoche dentro de la carretera; además de la habitual lluvia, un fuerte viento había empezado a golpearles nada más salieron a campo abierto. Con la vista fija en el horizonte —donde ella intuía que se situaría la Ciudad Fantasma—, Yuuki azotó las riendas de los caballos.
Ya estaba cayendo la noche cuando el carromato dejaba atrás la Ciudad Fantasma. Incluso desde sus asientos, dentro del vagón, los chuunin podrían jurar haber escuchado un tremendo suspiro de alivio por parte de la conductora, que incluso empezó a silbar una cancioncilla de la alegría que le daba no tener que hacer noche en semejante paraje. Así, la carreta siguió su camino hasta que llegaron a la famosa ciudad de Yukio. Hidamaru no pudo evitar asomarse por una de las ventanas para observar el precioso paisaje; los bosques que la rodeaban, el suelo cubierto de fresca hierba, las bonitas casas que cubrían la vista y el puente que cruzaba el riachuelo, dando entrada a la ciudad.
—¡Por fin! —exclamó Yuuki, que estaba agotada después de casi un día entero de viaje.
Era ya noche cerrada, y aunque las nubes cubrían el cielo, se podía intuir el leve fulgor de la Luna tras las mismas. La conductora guió el carromato a través de las calles de Yukio, iluminadas con graciosas farolas y despejadas de nieve y hielo durante aquella época del año —de forma singular—, donde se podían ver pocos o ningunos transeútes. Desde la banca del conductor, Yuuki llamó la atención de los chuunin.
—¡Manase-san, Hidamaru-san! ¿Alguna preferencia para el hospedaje? —les preguntó—. Yo, personalmente, prefiero el Hogar y la Brasa... Hacen un venado asado que está para chuparse los dedos, ¡jeje!
Hidamaru rápidamente replicó.
—¿El Hogar y la Brasa? ¡Pero si es un atraco! Noventa ryos la noche por persona, y encima te clavan veinte ryos por un plato de estofado de venado. Mejor vamos a La Flecha, es más barato, más grande y las camas son tan cómodas...
—Imposible, La Flecha no tiene un establo tan grande y a estas horas seguro que ya está lleno —replicó Yuuki con una sonrisa triunfal—. En el Hogar y la Brasa incluso se hacen cargo de aparcar el carromato.
El Kaguya resopló, molesto. Entonces miró a Mogura y acabó por argumentar.
—¡Muy bien! Pues que decida Manase-san.