3/09/2019, 18:22
(Última modificación: 3/09/2019, 18:42 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Un silencio denso y trufado de confusión se hizo en el carro cuando, para sorpresa de cochera y chuunin, Manase Mogura decidió pasar olímpicamente de la discusión en la que le habían pedido mediar, para formular una petición de lo más extraña. El primero en contestarle fue el jovencito Hidamaru, que haciendo gala de esa cortesía que tanto se estaba esforzando en mantener delante de su compañero, aventuró con voz tímida.
—Ehm... Manase-san... ¿Para qué quieres ir a casa del alcalde de Yukio? —pestañeó un par de veces hasta que lo entendió—. Creo que te has confundido de lugar, nuestro cliente y contratista es el alcalde de Villa Hokubu, un pueblo más al Norte. Pasaremos aquí la noche, pero mañana por la mañana partimos hacia nuestro destino, al que deberíamos llegar a mediodía.
Yuuki, por otro lado, se estaba conteniendo las ganas de mofarse del chuunin. «Tanta pompa, tanto honorífico y tan estirado que es, el tipo, y no tiene la deferencia ni de leerse el pergamino de misión...» No verbalizó sus pensamientos, aun así, pues sabía que un conflicto con un chuunin de su Aldea podía acarrearle muchos problemas; sobretodo uno que parecía ser tan puntilloso y cabroncete como Mogura. Así pues, la cochera se limitó a arrear a las bestias, y el carromato puso rumbo al famoso hotel Hogar y Brasa.
Tras unos minutos por las calles de aquella ciudad con aires de pueblecito, llegaron al alojamiento, un edificio de una sola planta que seguía la tónica de Yukio y con una arquitectura tan trabajada como la de las demás casas. Por su fachada había numerosas ventanas, de las que en algunas surgía una cálida luz anaranjada. La puerta principal era grande, situada tras un porche, de doble hoja de madera con dos ventanales a través de los cuales se podía intuir una modesta recepción. Hidamaru se apeó del carruaje, con su petate al hombro, y se dirigió hacia el interior. Una vez Mogura hubiese hecho lo mismo, la cochera arrearía a los caballos hacia los establos, donde esperaba poder ubicarlos.
—Bienvenidos a Hogar y Brasa, pasen, pasen —un muchacho de unos veinte años, cabello rubio y ojos azules saludó enérgicamente a los dos chuunin cuando éstos atravesaron el umbral de la entrada—. ¿Van a ser dos? Tenemos una oferta especial para parejas que... —el recepcionista se puso colorado al darse cuenta de su atrevimiento—, de habitación doble, quiero decir. Por si quieren aprovecharla...
Hidamaru le restó importancia al asunto con un ademán de su mano diestra, huesuda pero curtida por el entrenamiento.
—Nada nada, no se preocupe, en realidad somos tres. Nosotros y una compañera, que está aparcando el carromato. Serán tres habitaciones —afirmó, para luego guiñarle un ojo con complicidad a Mogura—. Paga Amegakure no Sato, jeje.
«¡Qué bocaza la mía! A este tío tan estirado probablemente no le va a hacer ni pizca de gracia, ¡y eso que sólo hablaba en broma! Espero que no se le ocurra ponerme una queja cuando volvamos a la Villa...»
—Muy bien señores, entonces necesito que me rellenen estos formularios con sus datos para tenerles registrados, y que abonen las habitaciones de antemano. Serán noventa ryos por persona.
Resignado al oír el fatídico precio, el Kaguya tomó una de las hojas de papel que el recepcionista les ofrecía, un bolígrafo, y empezó a escribir. Sobre la mesa de la recepción había dos formularios más —los datos a rellenar en simples en extremo— y dos bolígrafos para Mogura y Yuuki.
—Ehm... Manase-san... ¿Para qué quieres ir a casa del alcalde de Yukio? —pestañeó un par de veces hasta que lo entendió—. Creo que te has confundido de lugar, nuestro cliente y contratista es el alcalde de Villa Hokubu, un pueblo más al Norte. Pasaremos aquí la noche, pero mañana por la mañana partimos hacia nuestro destino, al que deberíamos llegar a mediodía.
Yuuki, por otro lado, se estaba conteniendo las ganas de mofarse del chuunin. «Tanta pompa, tanto honorífico y tan estirado que es, el tipo, y no tiene la deferencia ni de leerse el pergamino de misión...» No verbalizó sus pensamientos, aun así, pues sabía que un conflicto con un chuunin de su Aldea podía acarrearle muchos problemas; sobretodo uno que parecía ser tan puntilloso y cabroncete como Mogura. Así pues, la cochera se limitó a arrear a las bestias, y el carromato puso rumbo al famoso hotel Hogar y Brasa.
Tras unos minutos por las calles de aquella ciudad con aires de pueblecito, llegaron al alojamiento, un edificio de una sola planta que seguía la tónica de Yukio y con una arquitectura tan trabajada como la de las demás casas. Por su fachada había numerosas ventanas, de las que en algunas surgía una cálida luz anaranjada. La puerta principal era grande, situada tras un porche, de doble hoja de madera con dos ventanales a través de los cuales se podía intuir una modesta recepción. Hidamaru se apeó del carruaje, con su petate al hombro, y se dirigió hacia el interior. Una vez Mogura hubiese hecho lo mismo, la cochera arrearía a los caballos hacia los establos, donde esperaba poder ubicarlos.
—Bienvenidos a Hogar y Brasa, pasen, pasen —un muchacho de unos veinte años, cabello rubio y ojos azules saludó enérgicamente a los dos chuunin cuando éstos atravesaron el umbral de la entrada—. ¿Van a ser dos? Tenemos una oferta especial para parejas que... —el recepcionista se puso colorado al darse cuenta de su atrevimiento—, de habitación doble, quiero decir. Por si quieren aprovecharla...
Hidamaru le restó importancia al asunto con un ademán de su mano diestra, huesuda pero curtida por el entrenamiento.
—Nada nada, no se preocupe, en realidad somos tres. Nosotros y una compañera, que está aparcando el carromato. Serán tres habitaciones —afirmó, para luego guiñarle un ojo con complicidad a Mogura—. Paga Amegakure no Sato, jeje.
«¡Qué bocaza la mía! A este tío tan estirado probablemente no le va a hacer ni pizca de gracia, ¡y eso que sólo hablaba en broma! Espero que no se le ocurra ponerme una queja cuando volvamos a la Villa...»
—Muy bien señores, entonces necesito que me rellenen estos formularios con sus datos para tenerles registrados, y que abonen las habitaciones de antemano. Serán noventa ryos por persona.
Resignado al oír el fatídico precio, el Kaguya tomó una de las hojas de papel que el recepcionista les ofrecía, un bolígrafo, y empezó a escribir. Sobre la mesa de la recepción había dos formularios más —los datos a rellenar en simples en extremo— y dos bolígrafos para Mogura y Yuuki.