5/09/2019, 19:20
Así, cuando Mogura acudiese a su cita —si es que hacía honor a su fama de shinobi recto y disciplinado, porque dejar en la estacada a Hidamaru y Yuuki sería un gesto gravemente desconsiderado— vería el salón de cenas del hostal repleto de gente. Parecía que, incluso en Verano —o tal vez especialmente en esa época— Yukio recibía un buen flujo de visitantes, ya fuesen turistas o ciudadanos preocupados por sus propios negocios, que venían a la ciudad norteña a nutrirse de materiales, contactos y a saber qué más. El lugar era amplio, o al menos más de lo que podía imaginarse viendo el hotel al completo desde fuera. En la pared opuesta a la entrada estaba ubicada una gran chimenea que ardía con un suave y placentero crepitar, todo un hogar acogedor, y calentaba la estancia de forma que ni siquiera hacía falta llevar abrigo dentro. Las mesas estaban dispuestas de forma más o menos organizada, tableros circulares rodeados de un número variable de sillas y repletos de comensales; aunque algunas todavía estaban libres.
—¡Manase-san!
Hidamaru le llamaba desde el otro extremo del salón, en una mesa de cuatro asientos muy cerca de la chimenea. A su lado, Yuuki degustaba un vaso de pinta repleto de cerveza espesa y negra, que ya iba por la mitad. Si el chuunin se acercaba y tomaba asiento, ella le saludaría distraídamente con una inclinación de cabeza.
—We, qué hubo —la cochera se dirigió a él en términos demasiado jocosos, pero rápidamente esbozó una sonrisa y negó con la cabeza—. Tranquilo, Manase-san, sólo estaba tomándote el pelo.
Parecía que Yuuki era más guasona de lo que en un principio había aparentado, o tal vez simplemente estaba echándole joda al chuunin para comprobar hasta dónde llegaba su actitud formal en el trabajo. Allí, junto a la lumbre y con una pinta de cerveza negra entre las manos, era el lugar idóneo para relajarse; quizás Mogura no lo viera así, no obstante.
—¡Buenas noches! —antes de que ninguno de los tres amejin se diera cuenta, un muchacho joven y de porte orgulloso se había plantado junto a ellos. Vestía el uniforme de empleado del Hogar y Brasa y llevaba un bloc de notas en la mano, un bolígrafo en la otra y tres menús encuadernados en cuero bajo el brazo. Sus ojos, oscuros y vivaces, recorrían los rostros de los clientes con excitación.
—¿Qué van a tomar de beber? —antes de que pudieran responder, el mesero les fue dejando a cada uno un menú, con gestos enérgicos—. Les voy dejando las cartitas y así me piden luego la comida, para que vayan pensando. ¿Otra cerveza para la señorita?
Yuuki soltó una risilla.
—Ay, no, no, quita. Si todavía me queda más de la mitad. Luego ya te pediré otra.
Hidamaru, por su parte, parecía a punto de pedirse otra de aquellas pintas oscuras y repletas de alcohol fermentado... Pero sus ojos pasaron fugazmente por el rostro de Mogura, y al final se decantó por un té verde muy caliente, para combatir el frío.
—Estupendo, un té verde muy caliente. ¿Y el caballero? —quiso saber el mesero, volteándose hacia el chuunin médico.
—¡Manase-san!
Hidamaru le llamaba desde el otro extremo del salón, en una mesa de cuatro asientos muy cerca de la chimenea. A su lado, Yuuki degustaba un vaso de pinta repleto de cerveza espesa y negra, que ya iba por la mitad. Si el chuunin se acercaba y tomaba asiento, ella le saludaría distraídamente con una inclinación de cabeza.
—We, qué hubo —la cochera se dirigió a él en términos demasiado jocosos, pero rápidamente esbozó una sonrisa y negó con la cabeza—. Tranquilo, Manase-san, sólo estaba tomándote el pelo.
Parecía que Yuuki era más guasona de lo que en un principio había aparentado, o tal vez simplemente estaba echándole joda al chuunin para comprobar hasta dónde llegaba su actitud formal en el trabajo. Allí, junto a la lumbre y con una pinta de cerveza negra entre las manos, era el lugar idóneo para relajarse; quizás Mogura no lo viera así, no obstante.
—¡Buenas noches! —antes de que ninguno de los tres amejin se diera cuenta, un muchacho joven y de porte orgulloso se había plantado junto a ellos. Vestía el uniforme de empleado del Hogar y Brasa y llevaba un bloc de notas en la mano, un bolígrafo en la otra y tres menús encuadernados en cuero bajo el brazo. Sus ojos, oscuros y vivaces, recorrían los rostros de los clientes con excitación.
—¿Qué van a tomar de beber? —antes de que pudieran responder, el mesero les fue dejando a cada uno un menú, con gestos enérgicos—. Les voy dejando las cartitas y así me piden luego la comida, para que vayan pensando. ¿Otra cerveza para la señorita?
Yuuki soltó una risilla.
—Ay, no, no, quita. Si todavía me queda más de la mitad. Luego ya te pediré otra.
Hidamaru, por su parte, parecía a punto de pedirse otra de aquellas pintas oscuras y repletas de alcohol fermentado... Pero sus ojos pasaron fugazmente por el rostro de Mogura, y al final se decantó por un té verde muy caliente, para combatir el frío.
—Estupendo, un té verde muy caliente. ¿Y el caballero? —quiso saber el mesero, volteándose hacia el chuunin médico.