11/09/2019, 00:11
Kaido se mantuvo impertérrito e inamovible, allí a flote, a pesar de la marea que le azotó con el acercamiento de las dos orcas parlanchinas. No podemos negar que se sintió impresionado y que al menos uno de sus dos cojones azules se le subió a la garganta cuando comprendió el poderío de aquellas aletas, con las que recortaron la distancia en apenas un parpadeo. No obstante, fiel a su más profunda naturaleza, el socarrón de Kaido no hizo sino moldear su cara a una de perenne circunstancia.
—Claro que sé con quién me estoy metiendo, idiota. Con dos jodidos aletas dobladas de mierda que no cazarían ni a un pezqueñín sin ayuda de sus padres —rió, soltando un montón de burbujas—. ¿queréis saber qué soy? pues ... jiji atrápame, ¡hijoputa! —y acto seguido, empezó a nadar hacia la dirección contraria de la que había llegado en un principio. Hacia la trampa, aunque aquél par de estúpidas orcas no lo supiesen.
—Claro que sé con quién me estoy metiendo, idiota. Con dos jodidos aletas dobladas de mierda que no cazarían ni a un pezqueñín sin ayuda de sus padres —rió, soltando un montón de burbujas—. ¿queréis saber qué soy? pues ... jiji atrápame, ¡hijoputa! —y acto seguido, empezó a nadar hacia la dirección contraria de la que había llegado en un principio. Hacia la trampa, aunque aquél par de estúpidas orcas no lo supiesen.