23/11/2015, 23:20
Unos leves segundos cargados de tensión siguieron a la pregunta formulada por Ayame, quien frunció levemente el ceño cuando le pareció percibir cierto deje de duda en el comerciante.
«¿Qué le pasa? ¿Está vendiendo algo que no sabe lo que cuesta?» Sus dedos aflojaron inconscientemente el agarre sobre el Baku.
—Pues depende de lo que te interese —respondió al fin—. La flor podría dejártela en unos 20 ryos, mientras que el frasquito de agua en unos 30. El Baku, sin embargo, es único.
El corazón comenzó a latirle con inusitada fuerza. No le interesaba para nada el agua bendita, mucho menos aún la rosa...
—Lo cierto es que me hace falta el dinero como agua en un desierto, así que estoy dispuesto a rebajar su valor real hasta pedirte tan sólo unos… 85 ryos.
Y los ochenta y cinco ryos restallaron en su cabeza como una pesada maza. No podía gastarse tanto dinero, y menos en una figurita de la que ni siquiera estaba segura de su veracidad. Porque llevaba dinero encima, sí. Pero había calculado la cantidad al milímetro para aquel viaje, para costearse sus gastos, su alojamiento, su comida... Eran sus ahorros acumulados hasta la fecha. Y si invertía prácticamente más de la mitad de ellos en algo así...
Su hermano la mataría por ello... ¿Y su padre? Su padre haría algo muchísimo peor que matarla... Aunque aún no se le ocurriera el qué.
Reprimió el suspiro que pugnaba por salir de su alma, y tras algunos segundos de vacilación, su mano se aflojó totalmente y dejó el Baku sobre la improvisada tarima de nuevo.
—Lo siento... no puedo dejarme tanto dinero —resolvió, obligándose a esbozar una sonrisa que intentaba ser afable y cortés aunque por dentro sintiera la más absoluta desesperanza—. Lamento haberte hecho perder el tiempo.