17/09/2019, 00:45
Kaido dejó marchar a las dos orcas y su aliado en una frenética persecución, camuflado de la mejor manera posible en medio del agua. Pronto, vio pasar a un numeroso grupo de orcas enfurecidas, siguiendo la estela de sus primas menores. Algunas de ellas, mucho más grandes y poderosas.
Creyéndose a salvo, el Tiburón decidió convertirse en una lubina. Una anormalmente grande, que en vez de nadar hacia la costa se adentraba en el corazón del océano. Bajando, para más inri, a la profundidad del mar.
Sí, todo en aquella lubina era extraño. Al menos, para un ojo entendedor. Las orcas, no obstante, tenían cosas más importantes de las que preocuparse. Las mayores no tardaron en alcanzar a los adolescentes, recortando cada vez más distancia con Scylio. Le estaban haciendo una encerrona, rodeándole por ambos lados. También por arriba. También por abajo.
—¡Maestro! ¡Maestro, ¿dónde me andas?! —chilló, horrorizado.
Estaba llegando a la Pradera Púrpura. Tan solo le faltaba un poco más y… Pero no, no le iba a dar tiempo. Casi estaba al alcance de los Genjutsus auditivos de la escoria que le perseguía. No iba a conseguirlo. No iba a conseguirlo. No iba a…
—¡MAESTRO, TE DIJE DE PONERTE A DIETA! ¡PUTO GORDO ASQUEROSO! ¡SABÍA QUE NO LLEGARÍAS A TIEMPO!
Al principio, no ocurrió nada. Solo silencio. Lloriqueos de Scylio y... ¿Qué era aquello? Una zona montañosa de las profundidades del mar pareció... moverse. Kaido, a lo lejos, pudo distinguirlo perfectamente, por surrealista que pareciese. De hecho, ahora que recordaba, no había cordillera alguna entre las Aguas de las Nutrias Peludas y la Pradera Púrpura. ¿Se habían equivocado de camino? O, quizá…
Pero entonces, lo oyó. Un canto de otro mundo. Extraterrestre. Divino. Celestial. Cualquier adjetivo que representase una cualidad de otro planeta, o de otra dimensión, valía. Valía y al mismo tiempo no le hacía justicia. Era… Era una melodía preciosa, que relajaba, pero que al mismo tiempo ponía los pelos de punta. Que imponía respeto. Que daba intriga. Kaido podría escucharla por horas y no se cansaría de ella.
Fue por culpa de esta melodía, tan profunda, misteriosa y al mismo tiempo evocadora, que no se dio cuenta. Algo inaudito estaba sucediendo frente a sus ojos. Algo que golpeaba los cimientos de su comprensión y le hacía tener que replantearse varias cosas. Una de ellas, la relatividad. La palabra grande nunca volvió a significar lo mismo para él.
Porque allí, alzándose frente a Scylio, las orcas, y a él mismo, se encontraba un… Una bestialidad. ¿Cómo describirlo? Para Kaido, era como contemplar una montaña desde los ojos de una hormiga. Tenía forma de tiburón, y era tan largo que su final no se alcanzaba a ver. ¿Cuántos metros, exactamente? Tratar de medir a aquella bestia en metros era, para empezar, un insulto. Uno que un servidor no piensa cometer ante semejante milagro de la naturaleza.
Su piel, blanca por el vientre y grisácea por el resto, estaba adornada con millares de lunares blancos y líneas horizontales y verticales, recordando a un tablero de ajedrez.
La melodía cesó.
—¡¡¡¿¿MeeeeEEEEE HAAASSSS LLLAAAAaaamammMMMAAADDDDOOOOO GOOOoooorrrrrRRRDDOOOOooOOOOOO??!!! —Su voz retumbó en todo el océano como un eco interminable. Más que hablar, parecía cantar.
—¡Maestro! —Scylio no tuvo tiempo a decir nada más. En cuanto quiso darse cuenta, el enorme tiburón ballena abrió la boca…
... aspiró y…
... se lo tragó de un bocado.
Creyéndose a salvo, el Tiburón decidió convertirse en una lubina. Una anormalmente grande, que en vez de nadar hacia la costa se adentraba en el corazón del océano. Bajando, para más inri, a la profundidad del mar.
Sí, todo en aquella lubina era extraño. Al menos, para un ojo entendedor. Las orcas, no obstante, tenían cosas más importantes de las que preocuparse. Las mayores no tardaron en alcanzar a los adolescentes, recortando cada vez más distancia con Scylio. Le estaban haciendo una encerrona, rodeándole por ambos lados. También por arriba. También por abajo.
—¡Maestro! ¡Maestro, ¿dónde me andas?! —chilló, horrorizado.
Estaba llegando a la Pradera Púrpura. Tan solo le faltaba un poco más y… Pero no, no le iba a dar tiempo. Casi estaba al alcance de los Genjutsus auditivos de la escoria que le perseguía. No iba a conseguirlo. No iba a conseguirlo. No iba a…
—¡MAESTRO, TE DIJE DE PONERTE A DIETA! ¡PUTO GORDO ASQUEROSO! ¡SABÍA QUE NO LLEGARÍAS A TIEMPO!
Al principio, no ocurrió nada. Solo silencio. Lloriqueos de Scylio y... ¿Qué era aquello? Una zona montañosa de las profundidades del mar pareció... moverse. Kaido, a lo lejos, pudo distinguirlo perfectamente, por surrealista que pareciese. De hecho, ahora que recordaba, no había cordillera alguna entre las Aguas de las Nutrias Peludas y la Pradera Púrpura. ¿Se habían equivocado de camino? O, quizá…
Pero entonces, lo oyó. Un canto de otro mundo. Extraterrestre. Divino. Celestial. Cualquier adjetivo que representase una cualidad de otro planeta, o de otra dimensión, valía. Valía y al mismo tiempo no le hacía justicia. Era… Era una melodía preciosa, que relajaba, pero que al mismo tiempo ponía los pelos de punta. Que imponía respeto. Que daba intriga. Kaido podría escucharla por horas y no se cansaría de ella.
Fue por culpa de esta melodía, tan profunda, misteriosa y al mismo tiempo evocadora, que no se dio cuenta. Algo inaudito estaba sucediendo frente a sus ojos. Algo que golpeaba los cimientos de su comprensión y le hacía tener que replantearse varias cosas. Una de ellas, la relatividad. La palabra grande nunca volvió a significar lo mismo para él.
Porque allí, alzándose frente a Scylio, las orcas, y a él mismo, se encontraba un… Una bestialidad. ¿Cómo describirlo? Para Kaido, era como contemplar una montaña desde los ojos de una hormiga. Tenía forma de tiburón, y era tan largo que su final no se alcanzaba a ver. ¿Cuántos metros, exactamente? Tratar de medir a aquella bestia en metros era, para empezar, un insulto. Uno que un servidor no piensa cometer ante semejante milagro de la naturaleza.
Su piel, blanca por el vientre y grisácea por el resto, estaba adornada con millares de lunares blancos y líneas horizontales y verticales, recordando a un tablero de ajedrez.
La melodía cesó.
—¡¡¡¿¿MeeeeEEEEE HAAASSSS LLLAAAAaaamammMMMAAADDDDOOOOO GOOOoooorrrrrRRRDDOOOOooOOOOOO??!!! —Su voz retumbó en todo el océano como un eco interminable. Más que hablar, parecía cantar.
—¡Maestro! —Scylio no tuvo tiempo a decir nada más. En cuanto quiso darse cuenta, el enorme tiburón ballena abrió la boca…
... aspiró y…
... se lo tragó de un bocado.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado