17/09/2019, 01:14
Bueno, quizás no era el disfraz más convincente del mundo. Quizás no era el pez que más se adecuara a su tamaño de transformación, con lo cuál, no era una opción del todo acertada. Pero lo cierto es que Kaido no era muy conocedor de las especies marinas, por muy irónico que pudiera parecer. Bien podrían haberle dicho lubina y bagre y habría pensado que son la misma mierda escamosa de siempre. Pero en fin, que realmente no importaba mucho, pues las orcas estaban demasiado ocupadas en otros menesteres. Y ese menester se llamaba Scylio.
Oh, pobre Scylio. Cómo nadaba el hijo de puta. Casi acorralado. Casi devorado. Casi.
Hubiera estado bien —pensaría luego el escualo—. que le desvelaran cuál era la otra parte del plan. Pero lo cierto es que Kaido era tan desconocedor de lo que estaba por venir como las orcas que le perseguían ciega y enfurecidamente, tratando de recuperar el honor mancillado por aquél par de intrusos. Así que, tanta fue la sorpresa para Kaido la lubina como para el resto de animales marinos que estuvieran alrededor cuando los quejidos de Scylio, proliferando a un susodicho maestro, hicieron que de pronto el lecho marino se... ¿moviera?
No obstante, su suspicacia se vio repentinamente limitada por cánticos melodiosos que emergían del todo y la nada al mismo tiempo. Era una acústica imperceptible, misteriosa y a la vez potente, que calaba en lo más profundo de su ser sin permiso ni contemplaciones. Se trataba de una sutil melodía que nunca había escuchado en su vida, y que bien podría oír por toda la eternidad sin miramiento alguno. Fue gracioso, ver como ese puñado de orcas parecían hipnotizadas a la par de aquella extraña lubina que no tenía nada que hacer a esos niveles de profundidad.
El ensimismamiento de Kaido, fustigado por el cántico del maestro; no impidió que los ojos de pescado se le abrieran de par en par al contemplar la magnificencia que se abría paso entre la arena y los turbios colores de las profundidades. Para él, que no era más que un invitado de la superficie, presenciar la aparición de semejante monstruosidad le obligó a reírse de sí mismo de todas esas ocasiones en las que se jactaba llamándose a sí mismo bestia. Oh, no. Él nunca fue una bestia. Lo que ahora le hacía mil y un sombras, a él y a las orcas, sí que lo era.
—¡¡¡¿¿MeeeeEEEEE HAAASSSS LLLAAAAaaamammMMMAAADDDDOOOOO GOOOoooorrrrrRRRDDOOOOooOOOOOO??!!!
«¡HoooooosTiiiAaaaAaaaaaa PuuuuuTaAAAAAAAaaaaa y la madre que me parió!»
De no ser porque no tenía mucho lugar al que salir cagando leches, Kaido la lubina se quedó empanado, viendo cómo su boca —si es que se le podía llamar así al agujero negro que empezó a aspirar galones y galones de agua sin ningún inconveniente—. se tragó a su compañero Scylio.
«Estoy. Jodidísimo. »
Oh, pobre Scylio. Cómo nadaba el hijo de puta. Casi acorralado. Casi devorado. Casi.
Hubiera estado bien —pensaría luego el escualo—. que le desvelaran cuál era la otra parte del plan. Pero lo cierto es que Kaido era tan desconocedor de lo que estaba por venir como las orcas que le perseguían ciega y enfurecidamente, tratando de recuperar el honor mancillado por aquél par de intrusos. Así que, tanta fue la sorpresa para Kaido la lubina como para el resto de animales marinos que estuvieran alrededor cuando los quejidos de Scylio, proliferando a un susodicho maestro, hicieron que de pronto el lecho marino se... ¿moviera?
No obstante, su suspicacia se vio repentinamente limitada por cánticos melodiosos que emergían del todo y la nada al mismo tiempo. Era una acústica imperceptible, misteriosa y a la vez potente, que calaba en lo más profundo de su ser sin permiso ni contemplaciones. Se trataba de una sutil melodía que nunca había escuchado en su vida, y que bien podría oír por toda la eternidad sin miramiento alguno. Fue gracioso, ver como ese puñado de orcas parecían hipnotizadas a la par de aquella extraña lubina que no tenía nada que hacer a esos niveles de profundidad.
El ensimismamiento de Kaido, fustigado por el cántico del maestro; no impidió que los ojos de pescado se le abrieran de par en par al contemplar la magnificencia que se abría paso entre la arena y los turbios colores de las profundidades. Para él, que no era más que un invitado de la superficie, presenciar la aparición de semejante monstruosidad le obligó a reírse de sí mismo de todas esas ocasiones en las que se jactaba llamándose a sí mismo bestia. Oh, no. Él nunca fue una bestia. Lo que ahora le hacía mil y un sombras, a él y a las orcas, sí que lo era.
—¡¡¡¿¿MeeeeEEEEE HAAASSSS LLLAAAAaaamammMMMAAADDDDOOOOO GOOOoooorrrrrRRRDDOOOOooOOOOOO??!!!
«¡HoooooosTiiiAaaaAaaaaaa PuuuuuTaAAAAAAAaaaaa y la madre que me parió!»
De no ser porque no tenía mucho lugar al que salir cagando leches, Kaido la lubina se quedó empanado, viendo cómo su boca —si es que se le podía llamar así al agujero negro que empezó a aspirar galones y galones de agua sin ningún inconveniente—. se tragó a su compañero Scylio.
«Estoy. Jodidísimo. »