24/11/2015, 21:23
Las palabras de la kunoichi resonaron en su cabeza como un eco lejano, sin todavía captar su mensaje. Justo en ese momento, una ráfaga de viento pasó entre los dos, sacudiendo el pelo de la muchacha y llevándose consigo el espejismo del Uchiha. Ahora lo tenía claro: él era un fraude.
Se creía listo, perspicaz y astuto, pero tan sólo era un tonto. ¿De verdad creía que lograría vender aquel triste objeto a un precio tan desorbitado? ¿A una niña? Maldito necio. Debería escudarse en la idea de que de los errores se aprende, de que se le presentaría otra oportunidad para estafar a un incauto, pero sólo podía pensar en que se había equivocado. Había creído que tenía el pez listo para ser cocinado, en la olla, pero en realidad ni siquiera lo había pescado.
—No te preocupes —le dijo después de que ella le pidiese perdón por hacerle perder el tiempo—. Es el signo de los vendedores.
Como para darle mayor dramatismo a una frase que no era para nada dramática, justo en aquel momento el destino quiso que el estruendo de un rayo llegase al Puente Tenchi. Si lo llega a saber, hubiese dicho algo más sobrecogedor.
Abrió uno de los bolsillos pequeños de su mochila y metió en ella la figura del Baku y el frasquito de agua. Prefirió dejar la maceta con la flor, ocupaba demasiado y tenía que prestarle demasiados cuidados como para que valiese la pena llevarla en su viaje.
Entonces, se echó la mochila a los hombros.
—Espero tener mejor suerte en tu país —comentó esperanzado. Necesitaba vender algo si quería tener el dinero suficiente para cuando llegase a Shinogi-to—. ¿Sabes de alguna posada cercana al otro lado del puente? No me gustaría dormir al raso con la que va a caer.
Fruto de la casualidad o nuevamente el destino, un nuevo relámpago cayó en algún sitio a sus espaldas, más cercano que la otra vez.