23/09/2019, 21:11
La bandida empujó a Ranko, que resistió como pudo el empellón. Fue entonces cuando se dio cuenta de que aquella mujer era bastante fuerte, puede que no tanto como ella, pero sí lo suficiente como para hacerle perder el equilibrio. Por suerte, no llegó a desplomarse contra el suelo.
—¿Y ahora dónde se ha metido ese gilipollas? —oyeron decir a la delincuente, que se alejaba en dirección contraria.
Lentamente, las dos kunoichi caminaron hacia la recepción. Allí tuvieron una buena visión de la situación: varios hombres y mujeres, con algunos niños entre ellos, estaban de rodillas en el suelo con las manos detrás de la cabeza. Muchos de los chiquillos lloriqueaban, asustados, y algunos padres trataban de guardar el valor por ellos, aunque el terror que sentían por perder a alguno de sus familiares era terriblemente abrumador y se reflejaba en sus ojos. Alrededor de ellos acechaban los otros tres hombres. Uno de ellos, al ver llegar a las dos kunoichi, se acercó a ellas entre largas zancadas.
—¡DE RODILLAS, COJONES! —bramó, y agarrando a Ayame por su larga cabellera la lanzó contra el suelo.
Ella se dejó hacer, con un gemido de dolor. Bien podría haberlo evitado, pero tenía que seguir disimulando por no desatar la ira del kamikaze que, por cierto, se encontraba junto a la puerta de entrada. Llevaba todo el torso envuelto, lleno de lo que parecían ser sellos explosivos. Ayame palideció al verlo.
—Allí —le susurró a Ranko, señalando con sus ojos en la dirección del kamikaze—. Se me ha ocurrido algo. Tengo una técnica. Podría atraerlos a los tres y podrías encargarte de él... ¿pero después qué? Yo no sé desactivar sellos explosivos...
—¿Y ahora dónde se ha metido ese gilipollas? —oyeron decir a la delincuente, que se alejaba en dirección contraria.
Lentamente, las dos kunoichi caminaron hacia la recepción. Allí tuvieron una buena visión de la situación: varios hombres y mujeres, con algunos niños entre ellos, estaban de rodillas en el suelo con las manos detrás de la cabeza. Muchos de los chiquillos lloriqueaban, asustados, y algunos padres trataban de guardar el valor por ellos, aunque el terror que sentían por perder a alguno de sus familiares era terriblemente abrumador y se reflejaba en sus ojos. Alrededor de ellos acechaban los otros tres hombres. Uno de ellos, al ver llegar a las dos kunoichi, se acercó a ellas entre largas zancadas.
—¡DE RODILLAS, COJONES! —bramó, y agarrando a Ayame por su larga cabellera la lanzó contra el suelo.
Ella se dejó hacer, con un gemido de dolor. Bien podría haberlo evitado, pero tenía que seguir disimulando por no desatar la ira del kamikaze que, por cierto, se encontraba junto a la puerta de entrada. Llevaba todo el torso envuelto, lleno de lo que parecían ser sellos explosivos. Ayame palideció al verlo.
—Allí —le susurró a Ranko, señalando con sus ojos en la dirección del kamikaze—. Se me ha ocurrido algo. Tengo una técnica. Podría atraerlos a los tres y podrías encargarte de él... ¿pero después qué? Yo no sé desactivar sellos explosivos...