24/09/2019, 01:53
El cuerpo mimetizado de Kaido, que había perdido su forma común y era ahora mitad agua, mitad torso y rostro; observaba desde el epicentro de su demonio de agua la reacción de la bandada de Orcas que, ante el miedo que nace en lo más profundo de uno al encontrarse frente a frente a algo tan desconocido, parecieron recular en su ataque comunitario. La sonrisa socarrona del gran Umikiba Kaido envolvió completamente sus fauces y carcajeó con furia, dentro del Umibōzu, sintiéndose indestructible. Quizás lo era. Quizás no. Pero eso a Battaria no le importaba en lo más mínimo. Aún se sabía en ventaja numérica, y lo cierto es que todos los muros ceden de una forma u otra. ¿No iban ellas a poder romper el agua, si se condieraban los reyes del océano?
—¡Un ninja! ¡No es más que un ninja en el océano! ¡En nuestras aguas! ¡En nuestro territorio! —gritó, tratando de reactivar el gen bélico de sus familiares—. ¡¿Vamos a permitir que siga haciendo daño a nuestra Familia?! ¡Yo os pregunto, amigos y amigas mías! ¿¡Vamos a manchar el legado de nuestros ancestros dejándonos intimidar por un terrestre!?
»¿¡Quiénes son los reyes del océano!?
—¡Nosotros! —gritaron, al unísono, el resto de orcas.
—¿¡Quiénes son los reyes del oceáno!?
—¡NOSOTROS!
—¿¡QUIÉNES SON LOS REYES DEL OCÉANO!?
Y cuando Kaido estuvo a punto de contestar...
—¡¡¡YO!!! ¡¡¡YO!!! ¡¡¡YOOOO!!! —esa voz. No podía ser otra que de...
»... ¿¡¡¡ME OYES, BATTARIA!!!? ¡¡¡SOLO UNO MANDA EN EL OCÉANO, Y ES UNA REINA!!!
—¡Mi Reina! —bramó Umibōzu.
Dicen que los animales marinos son sensibles a los cambios de corriente. A la sutil diferencia cuando una marea es transitada por unos pocos, o unos muchos. Los alrededores del monstruo de agua casi que temblaron con la arremetida de un solo tiburón. La hembra líder. La ansiosa alfa dispuesta a recuperar su poderío en los mares a toda costa. Ella encabezó la caballería, y atizó a la vanguardia con las fauces abiertas y con un hambre voraz. Kaido la vio nadar con supremacía hacia sus víctimas, y al resto de tiburones, con evidente satisfacción.
Y así, la caza, señores, dio comienzo.
Lo que Kaido presencio fue una escena visceral y arcaica. De las batallas más primitivas que cualquier humano podría haber presenciado alguna vez. Allá arriba en tierra todo era más rápido, más certero, más fugaz. Un hombre podía morir rápido si se le asestaba en el lugar indicado. Ahí abajo, no obstante, las enormes fauces de los tiburones hacían de las suyas en la dura y profunda piel de las Orcas, que resistían el envite de la caballería como buenamente podían. Pero era evidente que no estaban preparadas para ello. No creían posible que los tiburones desecharan el supuesto pacto de un rey antiguo, obsoleto, y muerto.
Pero ahora, era otra la que mandaba.
El problema estaba en que las orcas sabían muy bien que la única posibilidad de supervivencia pasaba única y exclusivamente por acorralar a la reina, como si estuviesen en un tablero de ajedrez. Si ella caía, todas las otras piezas perderían su energía y poderío. Claro que se iban a juntar todas para concentrar el ataque a un único punto. Kaido, no obstante, no iba a permitirlo.
¿Que Battaría iba tras él?
Le pasaba por los huevos. Su demonio de agua le protegería, mientras se ceñía como una sombra sobre las orcas que querían dañar a su Reina.
—¡Un ninja! ¡No es más que un ninja en el océano! ¡En nuestras aguas! ¡En nuestro territorio! —gritó, tratando de reactivar el gen bélico de sus familiares—. ¡¿Vamos a permitir que siga haciendo daño a nuestra Familia?! ¡Yo os pregunto, amigos y amigas mías! ¿¡Vamos a manchar el legado de nuestros ancestros dejándonos intimidar por un terrestre!?
»¿¡Quiénes son los reyes del océano!?
—¡Nosotros! —gritaron, al unísono, el resto de orcas.
—¿¡Quiénes son los reyes del oceáno!?
—¡NOSOTROS!
—¿¡QUIÉNES SON LOS REYES DEL OCÉANO!?
Y cuando Kaido estuvo a punto de contestar...
—¡¡¡YO!!! ¡¡¡YO!!! ¡¡¡YOOOO!!! —esa voz. No podía ser otra que de...
»... ¿¡¡¡ME OYES, BATTARIA!!!? ¡¡¡SOLO UNO MANDA EN EL OCÉANO, Y ES UNA REINA!!!
—¡Mi Reina! —bramó Umibōzu.
Dicen que los animales marinos son sensibles a los cambios de corriente. A la sutil diferencia cuando una marea es transitada por unos pocos, o unos muchos. Los alrededores del monstruo de agua casi que temblaron con la arremetida de un solo tiburón. La hembra líder. La ansiosa alfa dispuesta a recuperar su poderío en los mares a toda costa. Ella encabezó la caballería, y atizó a la vanguardia con las fauces abiertas y con un hambre voraz. Kaido la vio nadar con supremacía hacia sus víctimas, y al resto de tiburones, con evidente satisfacción.
Y así, la caza, señores, dio comienzo.
Lo que Kaido presencio fue una escena visceral y arcaica. De las batallas más primitivas que cualquier humano podría haber presenciado alguna vez. Allá arriba en tierra todo era más rápido, más certero, más fugaz. Un hombre podía morir rápido si se le asestaba en el lugar indicado. Ahí abajo, no obstante, las enormes fauces de los tiburones hacían de las suyas en la dura y profunda piel de las Orcas, que resistían el envite de la caballería como buenamente podían. Pero era evidente que no estaban preparadas para ello. No creían posible que los tiburones desecharan el supuesto pacto de un rey antiguo, obsoleto, y muerto.
Pero ahora, era otra la que mandaba.
El problema estaba en que las orcas sabían muy bien que la única posibilidad de supervivencia pasaba única y exclusivamente por acorralar a la reina, como si estuviesen en un tablero de ajedrez. Si ella caía, todas las otras piezas perderían su energía y poderío. Claro que se iban a juntar todas para concentrar el ataque a un único punto. Kaido, no obstante, no iba a permitirlo.
¿Que Battaría iba tras él?
Le pasaba por los huevos. Su demonio de agua le protegería, mientras se ceñía como una sombra sobre las orcas que querían dañar a su Reina.