25/09/2019, 01:21
Y, por un momento, todos corearon el nombre de la Reina junto a Kaido. Saboreando la felicidad. El júbilo. La excitación. Olvidando a los muertos que se había cobrado aquella batalla, y a las decenas de vidas que se cobrarían en las futuras. Se lo merecían. Se lo habían ganado.
—Bueno, ¡basta de tonterías! —exclamó Scylio, el más sonriente de todos—. ¿¡Quién se apunta a un banquete de hierbas psicotrópicas!? ¡Sé de un lugar que es para fliparlo!
La Reina del Océano hizo oídos sordos a aquella propuesta, y las muchas de las exclamaciones que respondieron con ilusión. Había oído hablar de aquella mierda, y no le gustaba en absoluto que los suyos bajasen la guardia de aquella manera. Pero una reina no podía serlo para siempre si solo sabía dar mordiscos. Ni siquiera ella. A veces, una tenía que hacer la vista gorda, y dejarlo pasar.
Aquel era uno de esos momentos.
Osuushi y Kaido se vieron privados de semejante festín, sin embargo. Estuvieron nadando por casi una hora, en dirección contraria al resto, pasando cerca de las Aguas de las Nutrias Peludas y terminando en la Gris Arena Nublada. Para humanos, una simple playa con arenilla gris. Osuushi llegó hasta la costa —vacía, pues ningún humano se le había ocurrido la loca idea de ir a tomar el sol con tanta niebla—, una que, aseguró a Kaido, pertenecía al País del Agua. ¿Dónde estaban exactamente? Eso ya escapaba a su comprensión. Al menos traducida al idioma humano.
El tiburón escupió el Gran Pergamino desde su boca. Sí, así es. Lo escupió desde su boca. Era una de sus capacidades: almacenar objetos grandes en su estómago. Algo que hacía de manera temporal, como había sido aquel caso. Por mucho que hubiesen vacilado a Kaido en su primer encuentro, habían visto en él potencial desde el principio. Por eso se había llevado el pergamino, convencido —tanto él como su Reina—, de otorgarle el Pacto si sobrevivía a la batalla.
Y vaya si había sobrevivido.
—Ábrelo y fírmalo con tu sangre.
Cuando lo abriese, Kaido observaría que en rojo, y de último, estaba el nombre de Hozuki Shaneji, con sus cinco huellas dactilares.
—Bueno, ¡basta de tonterías! —exclamó Scylio, el más sonriente de todos—. ¿¡Quién se apunta a un banquete de hierbas psicotrópicas!? ¡Sé de un lugar que es para fliparlo!
La Reina del Océano hizo oídos sordos a aquella propuesta, y las muchas de las exclamaciones que respondieron con ilusión. Había oído hablar de aquella mierda, y no le gustaba en absoluto que los suyos bajasen la guardia de aquella manera. Pero una reina no podía serlo para siempre si solo sabía dar mordiscos. Ni siquiera ella. A veces, una tenía que hacer la vista gorda, y dejarlo pasar.
Aquel era uno de esos momentos.
Osuushi y Kaido se vieron privados de semejante festín, sin embargo. Estuvieron nadando por casi una hora, en dirección contraria al resto, pasando cerca de las Aguas de las Nutrias Peludas y terminando en la Gris Arena Nublada. Para humanos, una simple playa con arenilla gris. Osuushi llegó hasta la costa —vacía, pues ningún humano se le había ocurrido la loca idea de ir a tomar el sol con tanta niebla—, una que, aseguró a Kaido, pertenecía al País del Agua. ¿Dónde estaban exactamente? Eso ya escapaba a su comprensión. Al menos traducida al idioma humano.
El tiburón escupió el Gran Pergamino desde su boca. Sí, así es. Lo escupió desde su boca. Era una de sus capacidades: almacenar objetos grandes en su estómago. Algo que hacía de manera temporal, como había sido aquel caso. Por mucho que hubiesen vacilado a Kaido en su primer encuentro, habían visto en él potencial desde el principio. Por eso se había llevado el pergamino, convencido —tanto él como su Reina—, de otorgarle el Pacto si sobrevivía a la batalla.
Y vaya si había sobrevivido.
—Ábrelo y fírmalo con tu sangre.
Cuando lo abriese, Kaido observaría que en rojo, y de último, estaba el nombre de Hozuki Shaneji, con sus cinco huellas dactilares.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado