25/09/2019, 17:09
(Última modificación: 25/09/2019, 17:16 por King Roga. Editado 1 vez en total.)
Era una tarde de cielo naranja en Kaminari No Kuni, donde las nubes rojizas se vestían con el naranja del sol y el purpóreo del cielo poco a poco se iba vistiendo del negro para lucir en la noche.
Una vez más sus pasos le habían llevado a la tierra de sus ancestros, ¿pero por qué había de regresar a una vez más ahí? Un magnetismo misterios, algo tejido por el hado que era mayor a él. Se puso a recordar su encuentro con la Princesa Conejo, y su posterior caída tras regresar de aquel valle. "Ha pasado un año desde que lobo se convirtió en shinobi, ¿tan rápido se va el tiempo?" Aquella duda le llevó a aquellas tierra que podía ser casi sagrada para los de su linaje. "Tsukiyama, Akane, Aburame, Aotsuki, Amedama, Yoshimura..." Había conocido buenos amigos en aquel tiempo y otros que no tanto, pero a ellos no valía la pena nombrarlos. "Aún hay mucho camino que lobo debe recorrer, hay muchos que te llevan la delantera ahí afuera." Se dijo a sí mismo mientras avanzaba caminando sobre el afluente de agua.
En algún momento, divisó una roca alta, una que destacaba de entre el resto de formaciones geológicas. Por instinto, empezó a saltar hacia ella, brincando para escalarla y llegar a la cima. Una vez ahí, observó a su alrededor, un paisaje en ruinas, donde alguna vez se supone estuvo la antigua Kumogakure. "Si las piedras hablaran, ¿qué me contarían?" Se preguntó mientras el viento acariciaba su rostro allá en la altura. "Huh, no sé si podré ir al Festival de Música del País del Fuego, que según Aotsuki era por estas fechas." Suspiró.
Y entonces, tuvo una idea. "¿Hasta dónde llegará el eco de mi voz? Si no puedo domar el silencio, no podré a las multitudes." Sonrió y tomó el brazo de Otome, empuñándola frente a sí.
Unas chispas plateadas de sus dedos hicieron contacto con las cuerdas de acero, resonando cómo un trueno armonioso cuyo acorde reverberó entre las rocas y se perdía en el horizonte.
Y a ese le siguió una estela de furia, un sonido de metal con ánimo cómo si estuviera en el más grande los escenarios del mundo. Los últimos rayos del sol de la tarde que se colaban entre los nubarrones iluminaban su silueta en el horizonte, alzado por sobre todo lo demás. En lo alto, más que nadie, con una canción que profanaba el silencio de aquel sitio abandonado.
Cantaba a todo pulmón, mientras el antinatural sonido eléctrico de su guitarra le acompañaba.
Una vez más sus pasos le habían llevado a la tierra de sus ancestros, ¿pero por qué había de regresar a una vez más ahí? Un magnetismo misterios, algo tejido por el hado que era mayor a él. Se puso a recordar su encuentro con la Princesa Conejo, y su posterior caída tras regresar de aquel valle. "Ha pasado un año desde que lobo se convirtió en shinobi, ¿tan rápido se va el tiempo?" Aquella duda le llevó a aquellas tierra que podía ser casi sagrada para los de su linaje. "Tsukiyama, Akane, Aburame, Aotsuki, Amedama, Yoshimura..." Había conocido buenos amigos en aquel tiempo y otros que no tanto, pero a ellos no valía la pena nombrarlos. "Aún hay mucho camino que lobo debe recorrer, hay muchos que te llevan la delantera ahí afuera." Se dijo a sí mismo mientras avanzaba caminando sobre el afluente de agua.
En algún momento, divisó una roca alta, una que destacaba de entre el resto de formaciones geológicas. Por instinto, empezó a saltar hacia ella, brincando para escalarla y llegar a la cima. Una vez ahí, observó a su alrededor, un paisaje en ruinas, donde alguna vez se supone estuvo la antigua Kumogakure. "Si las piedras hablaran, ¿qué me contarían?" Se preguntó mientras el viento acariciaba su rostro allá en la altura. "Huh, no sé si podré ir al Festival de Música del País del Fuego, que según Aotsuki era por estas fechas." Suspiró.
Y entonces, tuvo una idea. "¿Hasta dónde llegará el eco de mi voz? Si no puedo domar el silencio, no podré a las multitudes." Sonrió y tomó el brazo de Otome, empuñándola frente a sí.
Unas chispas plateadas de sus dedos hicieron contacto con las cuerdas de acero, resonando cómo un trueno armonioso cuyo acorde reverberó entre las rocas y se perdía en el horizonte.
¡YOOOOSHAAAAA!
Y a ese le siguió una estela de furia, un sonido de metal con ánimo cómo si estuviera en el más grande los escenarios del mundo. Los últimos rayos del sol de la tarde que se colaban entre los nubarrones iluminaban su silueta en el horizonte, alzado por sobre todo lo demás. En lo alto, más que nadie, con una canción que profanaba el silencio de aquel sitio abandonado.
Desde el comienzo de nuestras vidas
Somos empujados poco a poco
Nadie nos pregunta cómo deseamos que sea
En las Academias nos enseñan qué pensar
Pero cada quien dice lo que le conviene
Pero todos están convencidos
Que son a ellos a quienes debes obedecer.
Así hablan una y otra vez, nunca se detienen
Hasta que te das por vencido
Y lo único que puedes pensar es
¡Quiero ser libre! - Vivir mi vida sólo
¡Quiero ser libre! - Déjenme ser
¡Quiero ser libre! - Hacer las cosas por mí mismo
¡Quiero ser libre! - Y salir de aquí
Somos empujados poco a poco
Nadie nos pregunta cómo deseamos que sea
En las Academias nos enseñan qué pensar
Pero cada quien dice lo que le conviene
Pero todos están convencidos
Que son a ellos a quienes debes obedecer.
Así hablan una y otra vez, nunca se detienen
Hasta que te das por vencido
Y lo único que puedes pensar es
¡Quiero ser libre! - Vivir mi vida sólo
¡Quiero ser libre! - Déjenme ser
¡Quiero ser libre! - Hacer las cosas por mí mismo
¡Quiero ser libre! - Y salir de aquí
Cantaba a todo pulmón, mientras el antinatural sonido eléctrico de su guitarra le acompañaba.