25/09/2019, 18:14
Mientras Akame elegía mantenerse en un discreto segundo plano de aquel caos que acababa de desatarse en la cantina, Kazui optó por una posición más notoria. Mientras los currantes seguían debatiéndose entre la espada y la pared —uno había caído justo por la ventana y ahora los otros dos que le iban detrás, tenían miedo de que les pasara lo mismo—, el kusajin alzó la voz para tratar de imponerse en mitad de la refriega. Para su mala suerte, Kazui no parecía ser un tipo que supiera realmente hacerse oír, o ver, o notar, o algo. Las primeras reacciones a sus palabras fueron inexistentes, y la bronca siguió su curso; el capataz se movía ahora de un lado para otro del bar, dando varazos en lomo que eran un primor. Las quejas de dolor de los afectados no le detenían, sino que al contrario, parecían reforzar su fervor disciplinario.
—¡Kujiwara, ¿no estaba tu esposa enferma? ¿No había atropellado un carromato a tu hija hace dos días?! ¡¿Qué eran esas, excusas de mierda, no?! ¡Espera a que Hirogawa-sama lo oiga! —vociferaba mientras daba una auténtica paliza a base de vara a uno de los jornaleros que, demasiado borracho para caminar, se había caído al suelo y estaba hecho un ovillo.
Sin embargo, en un momento dado el capataz pareció reparar en la presencia de los dos muchachos. Sin fijarse mucho en ellos, replicó con aires de superioridad a las palabras de Kazui.
—¿Y tú quién coño eres, niño? ¡Anda, lárgate cagando hostias antes de que te lleves un varazo tú también!