26/09/2019, 11:17
Al capataz, que había detenido por un momento su noble paliza a uno de los agricultores para escuchar lo que aquel niño tenía que decirle, se le iba hinchando una vena en el cuello con cada palabra que decía Kazui. Sin embargo, tal y como el genin había previsto, su placa identificativa parecía tener algún tipo de efecto disuasorio en el mandamenos. Porque la vara del hombre, tan recia como él, se había detenido y ahora oscilaba temblorosa, indecisa. ¿Estaría a punto de cruzarle la cara al genin con ella? ¿O realmente iba a detenerse en su golpiza? Las palabras de Kazui eran valientes pero cautas, y aunque a él le faltara del todo el carisma para imprimirles algo de seriedad que invitara a tomárselas en serio, estaba claro que había sido suficiente —en conjunto— para hacer dudar al capataz.
—Niñato de los cojones, ¡a ver si te enteras! —no habló hasta momentos después, como si le hubiera llevado todo aquel tiempo recuperar el valor de enfrentar a un ninja, por joven que pareciese—. Estas son las tierras del Hirogawa-sama, y donde manda capataz no manda arriero. ¡Así que no tienes ninguna autoridad!
Conforme hablaba, el tipo se iba encendiendo más. Aunque lo cierto era que al haber centrado toda su atención en aquel muchacho, que tan valientemente se había puesto delante del toro, los demás jornaleros estaban aprovechando para escapar.
—Aquí el que manda soy yo, ¿te enteras? —le espetó, acercándose con un paso amenazador. Entonces se volvió hacia el agricultor al que había estado vareando, que trataba en ese momento de ponerse en pie—. Y tú quieto ahí, pedazo de basura. Como muevas un dedo, te cuezo a varaz...
Las palabras se le ahogaron en la boca. O mejor dicho, se le atragantaron. O se le despeñaron, para más señas. Porque un puño hueso pero recio y curtido impactó, sin que ninguno de los presentes lo hubiera visto venir, en plena quijada del capataz. Recio como era, el tipo se tambaleó un momento, pero conservó el equilibrio... Hasta que otro piñazo le sacudió el rostro. La vara se le cayó de la mano cuando perdió fuerzas, y el tipo cayó pesadamente de espaldas como un saco de papas, todavía consciente pero muy aturdido.
¿El responsable? Nada más y nada menos que Uchiha Akame. O Cuervo, como se había hecho llamar allí. El exjōnin le acababa de soltar dos reverendos puñetazos en toda la facha a aquel hombre, y a pesar de su floja complexión, la sorpresa y el saber dónde darlos habían jugado a su favor. Claro que no todo el mundo estuvo de acuerdo con aquello...
—¿¡Pero qué demonios has hecho, desgraciado!? —el enorme cantinero se acercó a la escena, escandalizado, sin apartar los ojos del capataz que yacía muy aturdido sobre el suelo—. ¡Le has pegado! ¡Le has pegado al capataz de Hirogawa-sama! Ay dioses, ay dioses, ay dioses... ¡En mi cantina! ¡Estoy arruinado! ¿¡Sabes la de problemas que me acabas de causar, vándalo!?
Akame parecía ajeno a las quejas del cantinero, aunque su rostro mostraba una expresión agria, y no despegaba los ojos del suelo.
—¡Largo! ¡Largo de mi cantina, liante!
El Uchiha se dio media vuelta y enfiló la salida. Por el camino dejó un par de billetes en la mesa en la que hacía tan sólo un rato había disfrutado de unas buenas partidas de shōgi, recogió su kasa de paja y se lo colocó en la cabeza, y salió del bar.
—Niñato de los cojones, ¡a ver si te enteras! —no habló hasta momentos después, como si le hubiera llevado todo aquel tiempo recuperar el valor de enfrentar a un ninja, por joven que pareciese—. Estas son las tierras del Hirogawa-sama, y donde manda capataz no manda arriero. ¡Así que no tienes ninguna autoridad!
Conforme hablaba, el tipo se iba encendiendo más. Aunque lo cierto era que al haber centrado toda su atención en aquel muchacho, que tan valientemente se había puesto delante del toro, los demás jornaleros estaban aprovechando para escapar.
—Aquí el que manda soy yo, ¿te enteras? —le espetó, acercándose con un paso amenazador. Entonces se volvió hacia el agricultor al que había estado vareando, que trataba en ese momento de ponerse en pie—. Y tú quieto ahí, pedazo de basura. Como muevas un dedo, te cuezo a varaz...
Las palabras se le ahogaron en la boca. O mejor dicho, se le atragantaron. O se le despeñaron, para más señas. Porque un puño hueso pero recio y curtido impactó, sin que ninguno de los presentes lo hubiera visto venir, en plena quijada del capataz. Recio como era, el tipo se tambaleó un momento, pero conservó el equilibrio... Hasta que otro piñazo le sacudió el rostro. La vara se le cayó de la mano cuando perdió fuerzas, y el tipo cayó pesadamente de espaldas como un saco de papas, todavía consciente pero muy aturdido.
¿El responsable? Nada más y nada menos que Uchiha Akame. O Cuervo, como se había hecho llamar allí. El exjōnin le acababa de soltar dos reverendos puñetazos en toda la facha a aquel hombre, y a pesar de su floja complexión, la sorpresa y el saber dónde darlos habían jugado a su favor. Claro que no todo el mundo estuvo de acuerdo con aquello...
—¿¡Pero qué demonios has hecho, desgraciado!? —el enorme cantinero se acercó a la escena, escandalizado, sin apartar los ojos del capataz que yacía muy aturdido sobre el suelo—. ¡Le has pegado! ¡Le has pegado al capataz de Hirogawa-sama! Ay dioses, ay dioses, ay dioses... ¡En mi cantina! ¡Estoy arruinado! ¿¡Sabes la de problemas que me acabas de causar, vándalo!?
Akame parecía ajeno a las quejas del cantinero, aunque su rostro mostraba una expresión agria, y no despegaba los ojos del suelo.
—¡Largo! ¡Largo de mi cantina, liante!
El Uchiha se dio media vuelta y enfiló la salida. Por el camino dejó un par de billetes en la mesa en la que hacía tan sólo un rato había disfrutado de unas buenas partidas de shōgi, recogió su kasa de paja y se lo colocó en la cabeza, y salió del bar.