27/09/2019, 13:40
—Cuando me acuesto soy incapaz de dormir más de dos horas seguidas sin despertarme a comprobar que todo está bien. Entro a un sitio y mis ojos, por su cuenta y riesgo, analizan el entorno; vías de escape, posibles amenazas, presencia de civiles. Cuando hablo con alguien, constantemente busco en su rostro y en su lenguaje corporal detalles que puedan revelarme su estado de ánimo, o si está mintiendo, o si es una amenaza. Mis manos siempre buscan el tacto recio de una empuñadura y mis dedos se mueven solos. Todavía me sé de memoria más de cincuenta combinaciones de sellos manuales, que podría hacer con los ojos cerrados.
El joven genin escuchaba atento. Si todo lo que contaba era cierto, sus habilidades estaban a años luz de las del joven kusareño. Pero bajo toda esa información, las palabras del viajero le sentaban como un jarro de agua fría. ¿Era posible entonces ser un ninja y una persona normal al mismo tiempo? Seguramente no. Al menos no, si no has tenido una vida normal.
Alzó las cejas con asombro cuando Cuervo mencionó los 50 sellos. Para él, que no se consideraba tonto en absoluto, recordar unos pocos era complicado. Estaba claro que la persona que tenía en frente fue algún día más que un simple viajero que juega al shogi.
Cuervo parecía cansado, pero no era un cansancio físico. Ese suspiro era más bien un hastío que le corrompía. Y parece que se estaba desahogando con el muchacho como si lo conociera desde hace tiempo. Tras el suspiro, Kazui se percató de cómo debía ser vivir siendo un ex shinobi. Cómo debería ser recordar momentos de tu vida que preferirías no haber vivido, y sonrió. Una sonrisa triste.
—¿Es posible dejar de ser ninja, Kazui-san? —le devolvió la pregunta—. Quiero pensar que sí, pero... La verdad es que esto —alzó ambos brazos, como queriendo abarcar todo a su alrededor—, este mundo, nunca nos lo permitirá.
El genin miró a su alrededor por un segundo, por instinto, pero al entender el ejemplo bajo la vista reflexionando sobre esas palabras. Y asintió, asimilando el mensaje.
El mundo no es cruel. Simplemente no te deja olvidar quién eres y que has hecho. No te deja olvidar a quienes has perdido y por mucho tiempo que pase, una esquirla de ese dolor te acompañará. Aunque si se olvida a veces de los que siguen con nosotros, y de nosotros mismos. Vale, es un poco cruel, pero es lo que hay.
El silencio se hizo dueño del paisaje por unos instantes. Luego el humo y el aroma del tabaco se hizo más presente.
—¿Y qué hay de ti, eh? ¿Cuál es la pregunta a esas respuestas que esperas encontrar en el Camino del Ninja?
Kazui alzó la vista. Y dudo. Por un segundo no sabía muy bien que decir. Mejor dicho, no sabía cómo decirlo.
-Veras… quizá no fui todo lo sincero que debería al hablarte de mi recuerdo.
Mi familia no procede de un gran linaje de shinobis. Ni de uno mediocre. Ni de ninguno en realidad. Mis padres eran posaderos, ¡y muy buenos en lo suyo! – añadió con orgullo-.
- Al nacer, yo contraje algún tipo de enfermedad. O quizá la traía antes de nacer. No lo sé. Lo único que sé es que cuando no había médico capaz de curarme, una figura misteriosa y adinerada acudió a su rescate. A mi rescate en realidad.
Se llevo la mano a la cicatriz, señalando con el dedo.
-Me curó. Me hizo algo, y me dejó esta cicatriz. Pero a cambio nos esclavizó. Como a muchos otros. Este tatuaje – dijo poniendo la mano sobre su pecho -es un sello que obligó a mi padre a ponerme. Al igual que él ponía a todos los progenitores de cada familia. Un sello con el que podía someternos y hacernos sufrir. Tras años de trabajo, mi padre ideó un plan de fuga. Era un tipo inteligente ¿sabes? Te habría caído bien. -Sonrió con cierte tristeza.
-Eliminamos al cerdo, y mi padre falleció en el intento. Hasta aquí, una historia triste, pero nada raro. Creo.
Trago saliva. La muerte de su padre aun le arrancaba alguna lágrima a veces, y no quería que fuera en este momento. Suspiró y recordó la cara de Hideki, el salvador. Como un interruptor, la ira apagó la pena. Dejó algo de tiempo para que el viajero asimilara la información. No sabía cuan versado estaba este en artes ninja, pero sabía o al menos suponía por su conversación y su partida, que tenía una mente ágil y rápida.
-Antes de inscribirme en la academia… no, mejor dicho. Me inscribí en la academia cuando sin saber cómo, ni por qué, hice crecer una flor. Una flor que acababa de arrancar. Me pareció… demasiado raro. He preguntado aquí y allá, pero sin atreverme a decir nada en realidad.
-Quizá te suene cobarde para un genin, pero tengo miedo. Aún no se lo he contado a nadie. Necesito respuestas. No irás a contárselo a nadie ¿no?
“Mierda, se me ha ido la lengua muchísimo. Joder. No tengo filtro. Al menos no se lo estoy contando a un superior de mi villa. “ se consoló.
El joven genin escuchaba atento. Si todo lo que contaba era cierto, sus habilidades estaban a años luz de las del joven kusareño. Pero bajo toda esa información, las palabras del viajero le sentaban como un jarro de agua fría. ¿Era posible entonces ser un ninja y una persona normal al mismo tiempo? Seguramente no. Al menos no, si no has tenido una vida normal.
Alzó las cejas con asombro cuando Cuervo mencionó los 50 sellos. Para él, que no se consideraba tonto en absoluto, recordar unos pocos era complicado. Estaba claro que la persona que tenía en frente fue algún día más que un simple viajero que juega al shogi.
Cuervo parecía cansado, pero no era un cansancio físico. Ese suspiro era más bien un hastío que le corrompía. Y parece que se estaba desahogando con el muchacho como si lo conociera desde hace tiempo. Tras el suspiro, Kazui se percató de cómo debía ser vivir siendo un ex shinobi. Cómo debería ser recordar momentos de tu vida que preferirías no haber vivido, y sonrió. Una sonrisa triste.
—¿Es posible dejar de ser ninja, Kazui-san? —le devolvió la pregunta—. Quiero pensar que sí, pero... La verdad es que esto —alzó ambos brazos, como queriendo abarcar todo a su alrededor—, este mundo, nunca nos lo permitirá.
El genin miró a su alrededor por un segundo, por instinto, pero al entender el ejemplo bajo la vista reflexionando sobre esas palabras. Y asintió, asimilando el mensaje.
El mundo no es cruel. Simplemente no te deja olvidar quién eres y que has hecho. No te deja olvidar a quienes has perdido y por mucho tiempo que pase, una esquirla de ese dolor te acompañará. Aunque si se olvida a veces de los que siguen con nosotros, y de nosotros mismos. Vale, es un poco cruel, pero es lo que hay.
El silencio se hizo dueño del paisaje por unos instantes. Luego el humo y el aroma del tabaco se hizo más presente.
—¿Y qué hay de ti, eh? ¿Cuál es la pregunta a esas respuestas que esperas encontrar en el Camino del Ninja?
Kazui alzó la vista. Y dudo. Por un segundo no sabía muy bien que decir. Mejor dicho, no sabía cómo decirlo.
-Veras… quizá no fui todo lo sincero que debería al hablarte de mi recuerdo.
Mi familia no procede de un gran linaje de shinobis. Ni de uno mediocre. Ni de ninguno en realidad. Mis padres eran posaderos, ¡y muy buenos en lo suyo! – añadió con orgullo-.
- Al nacer, yo contraje algún tipo de enfermedad. O quizá la traía antes de nacer. No lo sé. Lo único que sé es que cuando no había médico capaz de curarme, una figura misteriosa y adinerada acudió a su rescate. A mi rescate en realidad.
Se llevo la mano a la cicatriz, señalando con el dedo.
-Me curó. Me hizo algo, y me dejó esta cicatriz. Pero a cambio nos esclavizó. Como a muchos otros. Este tatuaje – dijo poniendo la mano sobre su pecho -es un sello que obligó a mi padre a ponerme. Al igual que él ponía a todos los progenitores de cada familia. Un sello con el que podía someternos y hacernos sufrir. Tras años de trabajo, mi padre ideó un plan de fuga. Era un tipo inteligente ¿sabes? Te habría caído bien. -Sonrió con cierte tristeza.
-Eliminamos al cerdo, y mi padre falleció en el intento. Hasta aquí, una historia triste, pero nada raro. Creo.
Trago saliva. La muerte de su padre aun le arrancaba alguna lágrima a veces, y no quería que fuera en este momento. Suspiró y recordó la cara de Hideki, el salvador. Como un interruptor, la ira apagó la pena. Dejó algo de tiempo para que el viajero asimilara la información. No sabía cuan versado estaba este en artes ninja, pero sabía o al menos suponía por su conversación y su partida, que tenía una mente ágil y rápida.
-Antes de inscribirme en la academia… no, mejor dicho. Me inscribí en la academia cuando sin saber cómo, ni por qué, hice crecer una flor. Una flor que acababa de arrancar. Me pareció… demasiado raro. He preguntado aquí y allá, pero sin atreverme a decir nada en realidad.
-Quizá te suene cobarde para un genin, pero tengo miedo. Aún no se lo he contado a nadie. Necesito respuestas. No irás a contárselo a nadie ¿no?
“Mierda, se me ha ido la lengua muchísimo. Joder. No tengo filtro. Al menos no se lo estoy contando a un superior de mi villa. “ se consoló.