1/10/2019, 16:14
Akame asintió, complacido de que el genin hubiese entendido su explicación sobre el Kekkei Genkai. Luego torció el gesto cuando Kazui aseguró que le daba miedo investigar más acerca de su propio e innato poder.
—¿Miedo, eh? —el Uchiha se rascó la barbilla, pensativo, y luego enunció como quien recita poesía torpemente—. "Si te conoces a ti mismo y conoces a tu enemigo, saldrás victorioso de cada batalla. Si te conoces a ti mismo pero no a tu enemigo, por cada victoria sufrirás una derrota. Si no te conoces a ti mismo y tampoco a tu enemigo, caerás rendido en todas tus batallas."
Apuró el cigarrillo y lo dejó caer al suelo, aplastándolo con el talón de su sandalia derecha.
—Puedo ver que no llevas demasiado en el oficio, Kazui-san. Creéme en esto que te digo: ser shinobi es algo horrible. Te encontrarás con innumerables peligros y muchos enemigos, y si pretendes vivir para contarlo, no puedes permitirte el lujo de seguir ciegamente a la fila de borregos hacia el matadero —hablaba serio, pero franco—. Entrena sin descanso, pero mantente alerta. No seas un ninja más, construye tu propio camino. Antes de que sea tarde.
»No te preocupes por lo demás, si descubro algo sobre tu Kekkei Genkai en mis viajes, sabré encontrate.
A lo lejos en el sendero, se podía ver un enorme almacén o granero, donde los recolectores de arroz llevaban el producto para ser limpiado, guardado y custodiado. La economía de los Arrozales del Silencio seguía moviéndose impasible, al margen del incidente que ambos ninjas habían presenciado en la taberna. Cosas como aquella solo eran una mota de polvo en la inmensidad del mundo. Al final, un suceso a escala tan minúscula era incapaz de cambiar nada. «Así es», se dijo Akame.
Conforme se acercaban al lugar pudieron ver más y más agricultores yendo de acá para allá, trabajando incansablemente a pesar del calor y la humedad que hacía que el sudor se pegara a las ropas y a la piel. De tanto en tanto se podía ver algún hombre que no estaba doblando el lomo, sino vigilando a los demás, a forma y modo de subordinados del capataz o gente de confianza designada para supervisar los trabajos manuales. El Uchiha se encendió otro cigarrillo y mientras fumaba, se detuvo un momento a observar los campos de trabajo.
Justo en ese momento, una cuadrilla de jornaleros pasaba junto al sendero cargando pesados sacos de arroz ya recolectado. Uno de ellos parecía realmente viejo y cansado, pero aun así llevaba sobre sus hombros tres de aquellos sacos. De repente trastabilló, perdiendo el equilibrio y haciendo que una de las cargas que transportaba cayese al suelo, aunque por fortuna no llegó a partirse. Sus compañeros siguieron caminando con el gesto de quien no puede detenerse, pero el viejo agricultor no quería dejar atrás parte de su producción; era consciente de lo que eso significaría. Trató de agacharse para recogerlo, pero parecía evidente que no era capaz de hacerlo sin dejar los otros dos sacos.
—¿Miedo, eh? —el Uchiha se rascó la barbilla, pensativo, y luego enunció como quien recita poesía torpemente—. "Si te conoces a ti mismo y conoces a tu enemigo, saldrás victorioso de cada batalla. Si te conoces a ti mismo pero no a tu enemigo, por cada victoria sufrirás una derrota. Si no te conoces a ti mismo y tampoco a tu enemigo, caerás rendido en todas tus batallas."
Apuró el cigarrillo y lo dejó caer al suelo, aplastándolo con el talón de su sandalia derecha.
—Puedo ver que no llevas demasiado en el oficio, Kazui-san. Creéme en esto que te digo: ser shinobi es algo horrible. Te encontrarás con innumerables peligros y muchos enemigos, y si pretendes vivir para contarlo, no puedes permitirte el lujo de seguir ciegamente a la fila de borregos hacia el matadero —hablaba serio, pero franco—. Entrena sin descanso, pero mantente alerta. No seas un ninja más, construye tu propio camino. Antes de que sea tarde.
»No te preocupes por lo demás, si descubro algo sobre tu Kekkei Genkai en mis viajes, sabré encontrate.
A lo lejos en el sendero, se podía ver un enorme almacén o granero, donde los recolectores de arroz llevaban el producto para ser limpiado, guardado y custodiado. La economía de los Arrozales del Silencio seguía moviéndose impasible, al margen del incidente que ambos ninjas habían presenciado en la taberna. Cosas como aquella solo eran una mota de polvo en la inmensidad del mundo. Al final, un suceso a escala tan minúscula era incapaz de cambiar nada. «Así es», se dijo Akame.
Conforme se acercaban al lugar pudieron ver más y más agricultores yendo de acá para allá, trabajando incansablemente a pesar del calor y la humedad que hacía que el sudor se pegara a las ropas y a la piel. De tanto en tanto se podía ver algún hombre que no estaba doblando el lomo, sino vigilando a los demás, a forma y modo de subordinados del capataz o gente de confianza designada para supervisar los trabajos manuales. El Uchiha se encendió otro cigarrillo y mientras fumaba, se detuvo un momento a observar los campos de trabajo.
Justo en ese momento, una cuadrilla de jornaleros pasaba junto al sendero cargando pesados sacos de arroz ya recolectado. Uno de ellos parecía realmente viejo y cansado, pero aun así llevaba sobre sus hombros tres de aquellos sacos. De repente trastabilló, perdiendo el equilibrio y haciendo que una de las cargas que transportaba cayese al suelo, aunque por fortuna no llegó a partirse. Sus compañeros siguieron caminando con el gesto de quien no puede detenerse, pero el viejo agricultor no quería dejar atrás parte de su producción; era consciente de lo que eso significaría. Trató de agacharse para recogerlo, pero parecía evidente que no era capaz de hacerlo sin dejar los otros dos sacos.