2/10/2019, 00:26
(Última modificación: 2/10/2019, 00:34 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
—Igualmente. —El hombre se despidió de Kisame saludando con la mano y continuó su camino.
Kisame se adentró en la Avenida de las Flores. Allí el gentío era mucho mayor. El muchacho tuvo que avanzar a trompicones, abriéndose paso empujando a algunas personas que habían tenido la feliz idea de pararse a conversar en medio de la calle.
Chocó con un niño rubio, vestido con harapos. El chico se disculpó inmediatamente, y le pidió ayuda para levantarse. No obstante, Kisame se dio cuenta de que en realidad un compinche trataba de robarle la cartera, por detrás. Al ver que el ninja se daba cuenta del ardid, el rubio se soltó y se escabulló entre las piernas de la gente. El de atrás ya no estaría si Kisame trataba de represaliarlo. Pero al menos su cartera estaba donde tenía que estar.
Al girar la calle, no obstante, encontró un pequeño remanso de tranquilidad. Era una pequeña callejuela comercial con puestos de comida callejera. A mano izquierda encontró el letrero del lugar que buscaba, y sin sorpresas, tenía un barril roto dibujado en la madera.
El Barril Roto era una posada pequeñita. Había unas cuantas mesas, casi todas ocupadas por mochileros y gente de paso. El posadero, un hombre rubio con un gran mostacho, corpulento y vestido con una camisa blanca y un pantalón con tirantes negros, estaba arremangado y secaba con un trapo con ahínco una malograda jarra de cerveza.
—¡Hola, joven! ¿Buscas un sitio donde pasar la noche? ¡Sólo 15 ryo y te incluimos la cena!
El muchacho había traído lo justo para salir del paso. Llevaba 60 ryo encima, de modo que tendría que administrarlos sabiamente. Pero aquél precio parecía justo.
Kisame se adentró en la Avenida de las Flores. Allí el gentío era mucho mayor. El muchacho tuvo que avanzar a trompicones, abriéndose paso empujando a algunas personas que habían tenido la feliz idea de pararse a conversar en medio de la calle.
Chocó con un niño rubio, vestido con harapos. El chico se disculpó inmediatamente, y le pidió ayuda para levantarse. No obstante, Kisame se dio cuenta de que en realidad un compinche trataba de robarle la cartera, por detrás. Al ver que el ninja se daba cuenta del ardid, el rubio se soltó y se escabulló entre las piernas de la gente. El de atrás ya no estaría si Kisame trataba de represaliarlo. Pero al menos su cartera estaba donde tenía que estar.
Al girar la calle, no obstante, encontró un pequeño remanso de tranquilidad. Era una pequeña callejuela comercial con puestos de comida callejera. A mano izquierda encontró el letrero del lugar que buscaba, y sin sorpresas, tenía un barril roto dibujado en la madera.
El Barril Roto era una posada pequeñita. Había unas cuantas mesas, casi todas ocupadas por mochileros y gente de paso. El posadero, un hombre rubio con un gran mostacho, corpulento y vestido con una camisa blanca y un pantalón con tirantes negros, estaba arremangado y secaba con un trapo con ahínco una malograda jarra de cerveza.
—¡Hola, joven! ¿Buscas un sitio donde pasar la noche? ¡Sólo 15 ryo y te incluimos la cena!
El muchacho había traído lo justo para salir del paso. Llevaba 60 ryo encima, de modo que tendría que administrarlos sabiamente. Pero aquél precio parecía justo.