5/10/2019, 17:30
Tras el estallido de una pequeña nube de humo, el Daimyo ya no era el Daimyo. Ahora, quien estaba frente a los dos muñecos ojipláticos, paralizados totalmente en el sitio, era otra persona. Y esa persona era...
Era...
...
¿Qué?
—Sucede que al contrario de vosotros, yo sí que soy un verdadero shinobi —dijo una voz a medio camino entre grave y aguda. A medio camino entre dulce y cruel. A medio camino—. Aún tenéis mucho que aprender. O tendríais, claro. Tendríais. —Era un hombre algo afeminado. ¿O una mujer algo masculina? Esta persona se levantó y cogió a Yota por el cuello de la camisa, levantándolo del sofá—. Claro que, en esas villas vuestras donde cada uno de vosotros tiene un ego tan grande... y en las que el ego más grande de todos es el líder, no aprenderíais NADA. —Yota le vio de cerca. Era un hombre, eso seguro. Pero sucedía una cosa muy extraña con aquél hombre. ¿Tenía la nariz grande, la nariz pequeña? ¿Cómo era su boca? ¿De qué color tenía los ojos? El pelo era negro, eso seguro. Dos cosas seguras. Y ninguna.
Era como si aquél hombre tuviera cara, y a la vez no la tuviera. Le mirabas, y apartabas la mirada, y volvías a mirarle. Y no eran los mismos ojos los que te devolvían esa mirada. Pero a la vez sí. Todas sus facciones parecían borrosas, como si las mirasen a través del vidrio translúcido de un cristal con textura.
—Voy a tratar de explicártelo antes de que mueras, vergüenza de ninja —dijo, mientras, con un Yota totalmente indefenso en volandas, que se vio incapaz de moverse ni de concentrar su chakra, se acercaba a la ventana—. ¿Sabes quien soy?
Abrió la ventana.
—No soy NADIE. —El brazo del hombre se movió hacia el estómago de Yota y le propinó una puñalada con un tanto. ¿Cuándo lo había...?—. No tengo nombre. Porque no, soy, ¡NADIE! —Otra puñalada—. Ni siquiera mis compañeros entienden este concepto tan simple. Un ninja existe para servir a su Señor, y a ninguno más. Y él —Puñalada—. no —Puñalada—. es —Puñalada—. N A D I E.
El hombre arrojó a un Yota malherido y sangrante hacia el vacío. Su cuerpo, un muñeco de trapo precipitándose que incluso en el cielo nocturno refulgía como un cartel de publicidad, le repugnó sobremanera.
No perdió el tiempo presenciando la muerte de aquél insensato. Cruzó la habitación del palacio y tomó a Juro también por el cuello de la camisa. Se lo echó al hombro y se dirigió a la ventana. Quizás porque también quería arrojarlo por ella.
No obstante, tras saltar fuera, rodeó los tejados del palacio, y de ahí saltó a uno de los edificios en los árboles más altos. Parecía tener la ruta planificada, porque no dudó ni un instante en cada salto, en cada giro. Se alejaba de Tane-Shigai. ¿A dónde podría estar llevándoselo? ¿Y por qué?
A la primera pregunta, quizás Juro no tenía una respuesta. Pero a la segunda...
Era...
...
¿Qué?
—Sucede que al contrario de vosotros, yo sí que soy un verdadero shinobi —dijo una voz a medio camino entre grave y aguda. A medio camino entre dulce y cruel. A medio camino—. Aún tenéis mucho que aprender. O tendríais, claro. Tendríais. —Era un hombre algo afeminado. ¿O una mujer algo masculina? Esta persona se levantó y cogió a Yota por el cuello de la camisa, levantándolo del sofá—. Claro que, en esas villas vuestras donde cada uno de vosotros tiene un ego tan grande... y en las que el ego más grande de todos es el líder, no aprenderíais NADA. —Yota le vio de cerca. Era un hombre, eso seguro. Pero sucedía una cosa muy extraña con aquél hombre. ¿Tenía la nariz grande, la nariz pequeña? ¿Cómo era su boca? ¿De qué color tenía los ojos? El pelo era negro, eso seguro. Dos cosas seguras. Y ninguna.
Era como si aquél hombre tuviera cara, y a la vez no la tuviera. Le mirabas, y apartabas la mirada, y volvías a mirarle. Y no eran los mismos ojos los que te devolvían esa mirada. Pero a la vez sí. Todas sus facciones parecían borrosas, como si las mirasen a través del vidrio translúcido de un cristal con textura.
—Voy a tratar de explicártelo antes de que mueras, vergüenza de ninja —dijo, mientras, con un Yota totalmente indefenso en volandas, que se vio incapaz de moverse ni de concentrar su chakra, se acercaba a la ventana—. ¿Sabes quien soy?
Abrió la ventana.
—No soy NADIE. —El brazo del hombre se movió hacia el estómago de Yota y le propinó una puñalada con un tanto. ¿Cuándo lo había...?—. No tengo nombre. Porque no, soy, ¡NADIE! —Otra puñalada—. Ni siquiera mis compañeros entienden este concepto tan simple. Un ninja existe para servir a su Señor, y a ninguno más. Y él —Puñalada—. no —Puñalada—. es —Puñalada—. N A D I E.
El hombre arrojó a un Yota malherido y sangrante hacia el vacío. Su cuerpo, un muñeco de trapo precipitándose que incluso en el cielo nocturno refulgía como un cartel de publicidad, le repugnó sobremanera.
No perdió el tiempo presenciando la muerte de aquél insensato. Cruzó la habitación del palacio y tomó a Juro también por el cuello de la camisa. Se lo echó al hombro y se dirigió a la ventana. Quizás porque también quería arrojarlo por ella.
No obstante, tras saltar fuera, rodeó los tejados del palacio, y de ahí saltó a uno de los edificios en los árboles más altos. Parecía tener la ruta planificada, porque no dudó ni un instante en cada salto, en cada giro. Se alejaba de Tane-Shigai. ¿A dónde podría estar llevándoselo? ¿Y por qué?
A la primera pregunta, quizás Juro no tenía una respuesta. Pero a la segunda...