6/10/2019, 04:11
El otro, que acompañaba al Uchiha calcinado, era un hombre azul. Muy azul. De largos cabellos de color océano que caían sobre su espalda como olas de mar. Kaido era alto, fuerte, musculado. Tenía un interesante tatuaje de dragón en su brazo izquierdo, cuyas fauces abiertas y amenazantes acababan a la altura del hombro. Vestía una camisa de mangas cortas que permitían que la marca del Dragón se viera, y el resto de su conjunto era un básico juego de pantalón y botas militares oscuras, con un cinturón perlado que sostenía una Uchigatana enfundada a su espalda. Ni rastros de ese enorme espadón de sierra suyo, que ahora reposaba tranquilamente en las cavernas de Ryūgū-jō.
—¿Uhm? —vocalizó el escualo, que torció el gesto con la nariz arrugada en dirección adónde Akame había visualizado a un tal Yota. Kaido conocía aquél nombre, pero había pasado tanto tiempo desde la última vez que había visto al muchacho que lo ostentaba que ya le daba por muerto, como hacía con todos a los que consideraba como pequeños parásitos débiles que solo le quitaban el oxígeno a otros—. ¿Yota, has dicho? ¿El Yota?
El Yota del que hablaba él era uno que había salido cagando leches de una misteriosa y peligrosa isla llamada Monotonía, donde Datsue, Akame y Kaido libraron una batalla contra fanáticos religiosos que buscaban asesinarle. El Yota del que hablaba él era uno que se había cagado en los pantalones junto a un amiguito suyo también kusajin; cuando Kaido cruzaba parte de su territorio tras haberse exiliado de Amegakure.
—No-me-jodas chaval. ¡Eres tú! ¡¿no me has olvidado, verdad?! ¡soy yo, Kaido! ¡el que te asustó allá en El Nido del Sur! ¡Juuuuuuuujuju! Joder, Akame. ¿No te he contado esa historia, verdad?
—¿Uhm? —vocalizó el escualo, que torció el gesto con la nariz arrugada en dirección adónde Akame había visualizado a un tal Yota. Kaido conocía aquél nombre, pero había pasado tanto tiempo desde la última vez que había visto al muchacho que lo ostentaba que ya le daba por muerto, como hacía con todos a los que consideraba como pequeños parásitos débiles que solo le quitaban el oxígeno a otros—. ¿Yota, has dicho? ¿El Yota?
El Yota del que hablaba él era uno que había salido cagando leches de una misteriosa y peligrosa isla llamada Monotonía, donde Datsue, Akame y Kaido libraron una batalla contra fanáticos religiosos que buscaban asesinarle. El Yota del que hablaba él era uno que se había cagado en los pantalones junto a un amiguito suyo también kusajin; cuando Kaido cruzaba parte de su territorio tras haberse exiliado de Amegakure.
—No-me-jodas chaval. ¡Eres tú! ¡¿no me has olvidado, verdad?! ¡soy yo, Kaido! ¡el que te asustó allá en El Nido del Sur! ¡Juuuuuuuujuju! Joder, Akame. ¿No te he contado esa historia, verdad?