8/10/2019, 20:21
Juro alzó la cabeza, y cuando volvió a mirar a Yubiwa, se dio cuenta de que todo rastro de aquel hombre se había desvanecido. Lo que sus ojos vieron fue una mirada inhumana. La mirada del mismísimo infierno.
—Sí —Todo su ser se estremeció. Aquella mirada roja irradiaba un odio más allá de su comprensión—. Con contundencia y sin ninguna duda. Impondré un nuevo orden. Y los humanos tendrán que acostumbrarse. Será duro, pero cuando todo acabe, habrá paz y ambas especies haremos prosperar a Oonindo juntas.
Quiso gritar. Quiso golpearle. Dios. Si solo fuera más fuerte para poder enfrentarlo. Si tuviera un poder capaz de contener aquel mal que asolaba todo el mundo.
Si tan solo...
Juro temblaba. Alzó la cabeza, pero lo que le hablaba no estaba delante suyo. No. Estaba en su interior. Y resonaba algo y claro. Como nunca antes había sonado.
« Yo... » — No supo que pensar. Porque en el fondo, no sabía que decir ante aquello. Siempre se había asustado de aquel ser, porque mayoritariamente sus palabras hacia él habían sido amenazas de muerte. Pero... ¿A qué se refería con esas palabras? ¿Traición? ¿Le habían traicionado?
Aquellas palabras irradiaron la esperanza que, lo más hondo de su ser, aún no había perdido. Como una pequeña llama, empezó a encenderse, hasta provocar un incendio en su interior.
Juro apareció sobre un lugar nuevo. O más bien, aterrizó. Con tan solo mirar hacia abajo, soltó un grito, pues había abandonado Oonindo sin si quiera saberlo. Estaba en el reino de los cielos. Sus pies estaban sobre una nube que, a diferencia de lo que siempre había pensado, parecía dura al tacto y capaz de resistirle.
Pero lo que vio delante de él lo dejó con la boca abierta. Esta mal decirlo, sí, pero sintió ganas de temblar al ver la verdadera magnitud de aquel ser.
Era un escarabajo gigante morado. Sin embargo, en su cabeza, poseía el gran yelmo de un caballero, y un elegante cuerno. Por lo demás, era un insecto: su parte superior costaba de seis patas, y su parte inferior, de una tonalidad verde , terminaba en un apéndice con seis enormes colas de una tonalidad naranja. Poseía una última cola. Siete. Siete colas. Aquel ser era magnifico y escalofriante. Era el ser que había poblado sus pesadillas meses después de que haber sido sellado, cuando en un instante, creía haberlo visto recortado sobre la luna. Ahora que lo tenía en frente, solo podía arrodillarse y observarlo. No, ese no era el reino de los cielos. Era el reino del Nanabi.
—¡Vamos, Juro-kun! ¡Nos la jugaremos a una sola carta! ¡Desátame! ¡Prometo no hacerte daño! ¡Entre la tiranía que pretende instaurar Kurama y arriesgarme a que Padre no se refiriese a alguien como tú...!
»¡Prefiero apostar!
Entonces, lo comprendió de golpe. Aquel ser estaba encadenado al suelo de nubes (que gran ironia). El origen que lo encadenaba: una etiqueta de sellado. Aunque nunca la había visto, supo que si la despegaba, él sería libre. Pero... ¿Lo haría?
En un instante, imágenes vinieron a su cabeza. El Morikage hablándole. Explicándole que aquel ser que tenía delante era un monstruo capaz de asesinar a cientos y a miles. Un monstruo que debía ser capturado. Una amenaza para la aldea. Un ser capaz de engañar a su guardián para liberarlo y causar caos y destrucción.
...Y eso había creído.
Pero entonces, más recuerdos llegaron. Ayame, poseída por el Gobi. La forma en la que le habló, en que le advirtió de Datsue. Había sido tan... humana. Nadie, ni si quiera su líder, podía negarle eso. Y la duda siempre había estado en él.
Juro dio un paso hacia delante. Sí, tenía razón. Era una apuesta mucho mayor para él. No estaba su vida en juego, sino la vida de toda la aldea y del País. Si era un engaño, si el bijuu solo quería ser libre sin tener que soportar la molestía de un cuerpo humano, entonces todo ardería, y habría fallado. Le habría fallado a todo el mundo. Era una apuesta arriesgada. Y a Juro nunca le gustaba arriesgarse, ni apostar. Siempre se había definido como un chico tranquilo. Uno que prefería pasar desapercibido en la vida. Ayudaría a su villa, a su familia. Nunca había buscando grandes éxitos ni fama. No. El antiguo Juro nunca despegaría esa etiqueta. Volvería y se entregaría, y probablemente, esperaría que sus compañeros pudieran ayudarle. Porque Ayame había podido sobrevivir. Era la apuesta más segura.
Pero ese Juro se había quedado en la habitación del Señor Feudal.
Ya estaba cansado de esconder la cabeza y dejar que otros pelearan por él. De permitir atrocidades como la muerte de su mejor amigo y no hacer nada al respecto. De tener que esconderse en su aldea para toda la vida, sin si quiera poder salir al exterior. De no poder entrenar a su alumno sin miedo a ser asesinado en esa absurda guerra que se estaba generando.
« Kenzou-sama, perdoneme. Espero que lo entienda » — pensó, mientras daba otro paso —. « Katsue, Yota, por favor, no me abandoneis »
Cogió aire y dio los últimos pasos para acercarse a aquel majestuoso ser. Sintió la presión en el aire, que hizo estremecer todos los poros de su piel. Sintió el miedo también: se sintió pequeño e insignificante. Pero también volvió a sentir esa esperanza. Puede que no tuviera razón para confiar en el Nanabi, pero nunca se entregaría a Kurama. Lo odiaba, con toda su alma. Y aunque el odio nunca llevara nada nuevo, le había traido una nueva esperanza: la de poder aliarse con aquel ser que por tanto tiempo había temido.
— Muy bien. Después de escucharte, he tomado una decisión — le dijo a la criatura, sin retroceder.
« Aquí, en este momento, en esta apuesta. Aquí es donde voy a poner mi vida en juego » — Sintió ganas de reírse y de llorar. Pero ya no tenía miedo. Algo en él, aunque fuera minúsculo, había cambiado.
» ... ¡Luchemos juntos contra Kurama!
Y con un fuerte tirón, despegó la etiqueta.
—Sí —Todo su ser se estremeció. Aquella mirada roja irradiaba un odio más allá de su comprensión—. Con contundencia y sin ninguna duda. Impondré un nuevo orden. Y los humanos tendrán que acostumbrarse. Será duro, pero cuando todo acabe, habrá paz y ambas especies haremos prosperar a Oonindo juntas.
Quiso gritar. Quiso golpearle. Dios. Si solo fuera más fuerte para poder enfrentarlo. Si tuviera un poder capaz de contener aquel mal que asolaba todo el mundo.
Si tan solo...
«Eres muy inocente. ¿Crees que cualquier humano no creería lo mismo?»
«¿Sabes lo que nos hicieron? Después de que Padre nos dijera que tendríamos que colaborar con vosotros. Fue una traición grave.»
«¿Sabes lo que nos hicieron? Después de que Padre nos dijera que tendríamos que colaborar con vosotros. Fue una traición grave.»
Juro temblaba. Alzó la cabeza, pero lo que le hablaba no estaba delante suyo. No. Estaba en su interior. Y resonaba algo y claro. Como nunca antes había sonado.
« Yo... » — No supo que pensar. Porque en el fondo, no sabía que decir ante aquello. Siempre se había asustado de aquel ser, porque mayoritariamente sus palabras hacia él habían sido amenazas de muerte. Pero... ¿A qué se refería con esas palabras? ¿Traición? ¿Le habían traicionado?
«Pero al parecer tuve suerte. Creo que eres una buena persona, Juro. Tuve suerte de que fueras tú. ¡Y prepárate, porque tú has tenido la fortuna de ser mi jinchuuriki!»
Aquellas palabras irradiaron la esperanza que, lo más hondo de su ser, aún no había perdido. Como una pequeña llama, empezó a encenderse, hasta provocar un incendio en su interior.
· · ·
Juro apareció sobre un lugar nuevo. O más bien, aterrizó. Con tan solo mirar hacia abajo, soltó un grito, pues había abandonado Oonindo sin si quiera saberlo. Estaba en el reino de los cielos. Sus pies estaban sobre una nube que, a diferencia de lo que siempre había pensado, parecía dura al tacto y capaz de resistirle.
Pero lo que vio delante de él lo dejó con la boca abierta. Esta mal decirlo, sí, pero sintió ganas de temblar al ver la verdadera magnitud de aquel ser.
Era un escarabajo gigante morado. Sin embargo, en su cabeza, poseía el gran yelmo de un caballero, y un elegante cuerno. Por lo demás, era un insecto: su parte superior costaba de seis patas, y su parte inferior, de una tonalidad verde , terminaba en un apéndice con seis enormes colas de una tonalidad naranja. Poseía una última cola. Siete. Siete colas. Aquel ser era magnifico y escalofriante. Era el ser que había poblado sus pesadillas meses después de que haber sido sellado, cuando en un instante, creía haberlo visto recortado sobre la luna. Ahora que lo tenía en frente, solo podía arrodillarse y observarlo. No, ese no era el reino de los cielos. Era el reino del Nanabi.
—¡Vamos, Juro-kun! ¡Nos la jugaremos a una sola carta! ¡Desátame! ¡Prometo no hacerte daño! ¡Entre la tiranía que pretende instaurar Kurama y arriesgarme a que Padre no se refiriese a alguien como tú...!
»¡Prefiero apostar!
Entonces, lo comprendió de golpe. Aquel ser estaba encadenado al suelo de nubes (que gran ironia). El origen que lo encadenaba: una etiqueta de sellado. Aunque nunca la había visto, supo que si la despegaba, él sería libre. Pero... ¿Lo haría?
En un instante, imágenes vinieron a su cabeza. El Morikage hablándole. Explicándole que aquel ser que tenía delante era un monstruo capaz de asesinar a cientos y a miles. Un monstruo que debía ser capturado. Una amenaza para la aldea. Un ser capaz de engañar a su guardián para liberarlo y causar caos y destrucción.
...Y eso había creído.
Pero entonces, más recuerdos llegaron. Ayame, poseída por el Gobi. La forma en la que le habló, en que le advirtió de Datsue. Había sido tan... humana. Nadie, ni si quiera su líder, podía negarle eso. Y la duda siempre había estado en él.
Juro dio un paso hacia delante. Sí, tenía razón. Era una apuesta mucho mayor para él. No estaba su vida en juego, sino la vida de toda la aldea y del País. Si era un engaño, si el bijuu solo quería ser libre sin tener que soportar la molestía de un cuerpo humano, entonces todo ardería, y habría fallado. Le habría fallado a todo el mundo. Era una apuesta arriesgada. Y a Juro nunca le gustaba arriesgarse, ni apostar. Siempre se había definido como un chico tranquilo. Uno que prefería pasar desapercibido en la vida. Ayudaría a su villa, a su familia. Nunca había buscando grandes éxitos ni fama. No. El antiguo Juro nunca despegaría esa etiqueta. Volvería y se entregaría, y probablemente, esperaría que sus compañeros pudieran ayudarle. Porque Ayame había podido sobrevivir. Era la apuesta más segura.
Pero ese Juro se había quedado en la habitación del Señor Feudal.
Ya estaba cansado de esconder la cabeza y dejar que otros pelearan por él. De permitir atrocidades como la muerte de su mejor amigo y no hacer nada al respecto. De tener que esconderse en su aldea para toda la vida, sin si quiera poder salir al exterior. De no poder entrenar a su alumno sin miedo a ser asesinado en esa absurda guerra que se estaba generando.
« Kenzou-sama, perdoneme. Espero que lo entienda » — pensó, mientras daba otro paso —. « Katsue, Yota, por favor, no me abandoneis »
Cogió aire y dio los últimos pasos para acercarse a aquel majestuoso ser. Sintió la presión en el aire, que hizo estremecer todos los poros de su piel. Sintió el miedo también: se sintió pequeño e insignificante. Pero también volvió a sentir esa esperanza. Puede que no tuviera razón para confiar en el Nanabi, pero nunca se entregaría a Kurama. Lo odiaba, con toda su alma. Y aunque el odio nunca llevara nada nuevo, le había traido una nueva esperanza: la de poder aliarse con aquel ser que por tanto tiempo había temido.
— Muy bien. Después de escucharte, he tomado una decisión — le dijo a la criatura, sin retroceder.
« Aquí, en este momento, en esta apuesta. Aquí es donde voy a poner mi vida en juego » — Sintió ganas de reírse y de llorar. Pero ya no tenía miedo. Algo en él, aunque fuera minúsculo, había cambiado.
» ... ¡Luchemos juntos contra Kurama!
Y con un fuerte tirón, despegó la etiqueta.
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
...
Sellos implantados: Hermandad intrepida
- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60