8/10/2019, 21:03
(Última modificación: 8/10/2019, 22:02 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Permítanme hacer una pausa en esta historia para retroceder varias horas atrás, a la habitación de un noble palacio donde ocurrió un suceso trágico. Pues a veces, las historias de los que dejamos atrás son también importantes.
Aquél misterioso hombre que apuñaló a Yota consideró su vida un fracaso, pero ninguna vida está condenada al fracaso mientras quien la posee se aferra a ella. A veces, ocurren los milagros. Y aquella noche ocurrió un milagro. Retrocedamos pues a donde dejamos a nuestro querido amigo y vecino arácnido. Imagináos el momento. Aquella sombra sin nombre apuñalándolo, una y otra vez. Abriendo la ventana. Arrojándolo al vacío.
Bien. ¿Ya están? Vamos allá.
Yota, malherido y sangrante, perdió la consciencia. Su cuerpo cayó al tejado, y se deslizó lentamente hasta el borde del siguiente piso. Rodó en el aire, pero la fortuna dictó que su tan colorida indumentaria, a la que acababan de insultar y despreciar, se enganchase en la rama de uno de los frondosos árboles de Tane-Shigai.
Dicen que los milagros no existen. En realidad, los milagros sólo son un cúmulo de circunstancias, que se alinean y revierten una tragedia que normalmente sería inevitable. En ese preciso instante, esas circunstancias se habían alineado en torno a Yota.
Lo del árbol había sido un golpe de suerte. Lo de la piscina del Señor Feudal justo debajo de él ya era escandaloso. Así que cuando la rama rajó su camiseta, él se sumergió en el agua.
Un perro negro aulló desde la terraza-jardín. Ladró a la mancha de sangre que se extendía en el agua. Y se lanzó presto a ayudarle. A pesar de la manía que el can había demostrado tenerle, al final, supongamos que el Señor Feudal tenía razón, y que Yomi era un buen perro.
Un muy buen perro que aquél día le salvó la vida a un genin. O quizás aquél perro representaba al propio infierno, honroso a su nombre. Y todavía no había aceptado a Yota.
—¿¡Qué pasa, Yomi-chan!? ¿Hay alguien a...? ¡Oh, dioses! ¡AYUDA, AYUDA! ¡UN MÉDICO, QUE VENGA UN MÉDICO!
Por supuesto, milagro de por medio o sin milagro de por medio, cuando te daban cinco puñaladas estabas más del otro barrio que del tuyo. Eso mantuvo al muchacho sin consciencia hasta prácticamente el amanecer del día después. Y tal era la cantidad de calmantes que llevaba encima que cuando despertó, con todo el abdomen vendado y enganchado a un gotero, apenas podía moverse. Era casi peor que el veneno de aquél cabrón.
Una mirada amable le sonrió. Era un médico del palacio, uno de los que ya le había tratado cuando llegó, un par de días antes, mordido por el propio Yomi.
—¡Shinobi-san! Al fin has despertado. Te recomendaría que no te movieras mucho. Tienes las heridas en muy mal estado todavía. ¿Puedes decirme cuántos dedos ves? —El hombre le mostró tres dedos extendidos.
Aquél misterioso hombre que apuñaló a Yota consideró su vida un fracaso, pero ninguna vida está condenada al fracaso mientras quien la posee se aferra a ella. A veces, ocurren los milagros. Y aquella noche ocurrió un milagro. Retrocedamos pues a donde dejamos a nuestro querido amigo y vecino arácnido. Imagináos el momento. Aquella sombra sin nombre apuñalándolo, una y otra vez. Abriendo la ventana. Arrojándolo al vacío.
Bien. ¿Ya están? Vamos allá.
Yota, malherido y sangrante, perdió la consciencia. Su cuerpo cayó al tejado, y se deslizó lentamente hasta el borde del siguiente piso. Rodó en el aire, pero la fortuna dictó que su tan colorida indumentaria, a la que acababan de insultar y despreciar, se enganchase en la rama de uno de los frondosos árboles de Tane-Shigai.
Dicen que los milagros no existen. En realidad, los milagros sólo son un cúmulo de circunstancias, que se alinean y revierten una tragedia que normalmente sería inevitable. En ese preciso instante, esas circunstancias se habían alineado en torno a Yota.
Lo del árbol había sido un golpe de suerte. Lo de la piscina del Señor Feudal justo debajo de él ya era escandaloso. Así que cuando la rama rajó su camiseta, él se sumergió en el agua.
Un perro negro aulló desde la terraza-jardín. Ladró a la mancha de sangre que se extendía en el agua. Y se lanzó presto a ayudarle. A pesar de la manía que el can había demostrado tenerle, al final, supongamos que el Señor Feudal tenía razón, y que Yomi era un buen perro.
Un muy buen perro que aquél día le salvó la vida a un genin. O quizás aquél perro representaba al propio infierno, honroso a su nombre. Y todavía no había aceptado a Yota.
—¿¡Qué pasa, Yomi-chan!? ¿Hay alguien a...? ¡Oh, dioses! ¡AYUDA, AYUDA! ¡UN MÉDICO, QUE VENGA UN MÉDICO!
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Por supuesto, milagro de por medio o sin milagro de por medio, cuando te daban cinco puñaladas estabas más del otro barrio que del tuyo. Eso mantuvo al muchacho sin consciencia hasta prácticamente el amanecer del día después. Y tal era la cantidad de calmantes que llevaba encima que cuando despertó, con todo el abdomen vendado y enganchado a un gotero, apenas podía moverse. Era casi peor que el veneno de aquél cabrón.
Una mirada amable le sonrió. Era un médico del palacio, uno de los que ya le había tratado cuando llegó, un par de días antes, mordido por el propio Yomi.
—¡Shinobi-san! Al fin has despertado. Te recomendaría que no te movieras mucho. Tienes las heridas en muy mal estado todavía. ¿Puedes decirme cuántos dedos ves? —El hombre le mostró tres dedos extendidos.
![[Imagen: MsR3sea.png]](https://i.imgur.com/MsR3sea.png)
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