25/10/2019, 02:49
No muy lejos, a unas cuantas leguas de profundidad en altamar, un hombre azul, muy azul, veía con nostalgia el poderío de la mismísima Tormenta que azotaba su barco sin ninguna contemplación. El armatoste se movía de un lado a otro, recibiendo golpetazos de enormes olas, y siendo bañado de forma inclemente desde su proa a babor, con el llanto de Amenokami. Él, no obstante, sonreía complacido, como si estuviera feliz de estar de vuelta. Feliz de volver a lo que alguna vez fue su hogar. ¿Cuánto llevaba fuera? ¿casi un año, tal vez? sí, mucho tiempo. Y mucho había pasado desde entonces, también.
La puerta de su camarote —el que alguna vez fue ocupado por Hozuki Shaneji—. se abrió de pronto, y el chubasco de un marinero llamó de pronto su atención.
—¡Kaido-sama, Kaido-sama! el oteador ha visto tierra. ¡Llegaremos a Coladragón en una hora aproximadamente, si el inclemente clima no nos raja las velas antes, claro!
—Bien, mi buen marinero, bien. Avísale a la tripulación que pongan todo a punto para atracar en puerto. Ah, y hazles saber que Umikiba Kaido se ha quedado en el País del Agua. Durante nuestra estadía en ColadragónKincho estará a cargo. ¿Está bien?
—¡Entendido, Ka... Kincho-sama! —y acto seguido, despareció por donde había entrado.
Baratie era un barco sumamente grande. Esplendoroso. Una infraestructura digna para vivir en el mar. ¿Creéis que aquella tormenta le había hecho aunque fuese una abolladura? ¡nada que ver! Baratie aguantaba eso y más! no por nada había estado navegando los mares de Oonindo desde tiempos inmemorables. De Taikarune a Kasukami. De Kasukami a Hibakari. De Hibakari a los puertos en las costas de Kaminari, una y otra vez, una y otra vez.
El portentoso barco-restaurant atracó en el puerto de Coladragón y la docena de tripulantes se empeñaron en hacer lo propio con el ancla, preparar la tabla de descenso y ajustar las velas y las cuerdas para asegurar el balance de la barcaza de dos pisos. Su capitán, Saboten Kincho, apuró los tiempos para abandonar la nave y tratar de encontrar refugio de los vientos huracanados, además de un lugar caliente y acogedor donde poder alimentar a su cansada tripulación, que venía ocupándose de Baratie desde las costas del este.
De pronto, una bandada de siete marineros y del líder de la expedición hicieron acto de presencia en la Posada Bajo el Mar. Siete hombres fortachones, de aspectos tan distintos el uno del otro, siempre por detrás del jefe. Y el jefe era un hombre... bastante simplón. Alto, eso sí. Alto y delgaducho, aunque con ojos perfilados y filosos. De boca y labios pequeños, orejas con pendientes, y una barba rala de tres días. Tenía los ojos verdes, y aunque por lo general tenía la cabeza perturbada por un turbante, ahora su cabello marrón y puntiagudo como las espinas de un cáctus soltaban numerosas gotas de agua, que no tardaron en juntarse con el chubasco que trajeron consigo el resto de hombres.
La puerta de su camarote —el que alguna vez fue ocupado por Hozuki Shaneji—. se abrió de pronto, y el chubasco de un marinero llamó de pronto su atención.
—¡Kaido-sama, Kaido-sama! el oteador ha visto tierra. ¡Llegaremos a Coladragón en una hora aproximadamente, si el inclemente clima no nos raja las velas antes, claro!
—Bien, mi buen marinero, bien. Avísale a la tripulación que pongan todo a punto para atracar en puerto. Ah, y hazles saber que Umikiba Kaido se ha quedado en el País del Agua. Durante nuestra estadía en ColadragónKincho estará a cargo. ¿Está bien?
—¡Entendido, Ka... Kincho-sama! —y acto seguido, despareció por donde había entrado.
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Baratie era un barco sumamente grande. Esplendoroso. Una infraestructura digna para vivir en el mar. ¿Creéis que aquella tormenta le había hecho aunque fuese una abolladura? ¡nada que ver! Baratie aguantaba eso y más! no por nada había estado navegando los mares de Oonindo desde tiempos inmemorables. De Taikarune a Kasukami. De Kasukami a Hibakari. De Hibakari a los puertos en las costas de Kaminari, una y otra vez, una y otra vez.
El portentoso barco-restaurant atracó en el puerto de Coladragón y la docena de tripulantes se empeñaron en hacer lo propio con el ancla, preparar la tabla de descenso y ajustar las velas y las cuerdas para asegurar el balance de la barcaza de dos pisos. Su capitán, Saboten Kincho, apuró los tiempos para abandonar la nave y tratar de encontrar refugio de los vientos huracanados, además de un lugar caliente y acogedor donde poder alimentar a su cansada tripulación, que venía ocupándose de Baratie desde las costas del este.
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De pronto, una bandada de siete marineros y del líder de la expedición hicieron acto de presencia en la Posada Bajo el Mar. Siete hombres fortachones, de aspectos tan distintos el uno del otro, siempre por detrás del jefe. Y el jefe era un hombre... bastante simplón. Alto, eso sí. Alto y delgaducho, aunque con ojos perfilados y filosos. De boca y labios pequeños, orejas con pendientes, y una barba rala de tres días. Tenía los ojos verdes, y aunque por lo general tenía la cabeza perturbada por un turbante, ahora su cabello marrón y puntiagudo como las espinas de un cáctus soltaban numerosas gotas de agua, que no tardaron en juntarse con el chubasco que trajeron consigo el resto de hombres.