3/11/2019, 18:05
—Y bueno, ¿estáis fermentando la cerveza o qué coño?
Ayame volvió a sobresaltarse sin poder evitarlo. Aquella voz... ¡Aquella voz! Si es que, si cerraba los ojos y seguía escuchándole, veía el rostro azulado del shinobi-escualo en aquel hombrecillo insulso. ¡Pero no podía ser! ¿Cómo podía ser? Si lo era, desde luego tenía que ser bajo los efectos de la Técnica de Transformación, pero Ayame no veía ningún resquicio, nada que le indicara que la figura que veía era una falsa.
«Aunque si de verdad es él y se ha transformado en una persona que no conozco...» Meditaba, llevándose una patata a la boca. Pero entonces sacudió la cabeza. «¡Deja de pensar tonterías! ¿Cómo va a ser él? ¿Cómo se va a presentar en el País de la Tormenta así sin más?»
—Enseguida, caballeros, un poco de paciencia por favor —Ari forzó una sonrisa servicial, antes de dirigirise a la cocina y dejando a Ayame sumergida en sus pensamientos.
Su corazón latía con fuerza cada vez que le escuchaba hablar. Y su instinto y su curiosidad la empujaban a ir más allá. Pero estaba acompañado de varios hombres más... ¿Y si eran el resto del grupo de Dragón Rojo? También podía darse el caso de que se estuviese equivocando, y podría meterse en un buen lío con ocho hombres.
Pero...
Ari regresó entonces cargando con una enorme bandeja con siete cervezas y un plato realmente humeante rebosante de caldo. La camarera comenzó a dejar las cervezas frente a los sedientos marineros y cuando se acercó a servir el humeante caldo a Kincho...
Ayame había chocado con Ari, y a la camarera se le escurrió el plato de entre las manos, que terminó por derramarse sobre la cabeza y el pecho del marinero. La fuente terminó estrellándose contra el suelo, haciendo resonar el tintineo de los vidrios rotos contra los impecables azulejos... Impecables... Hasta ahora.
—¡Ah! ¡Lo siento, lo siento, lo siento!
Ayame volvió a sobresaltarse sin poder evitarlo. Aquella voz... ¡Aquella voz! Si es que, si cerraba los ojos y seguía escuchándole, veía el rostro azulado del shinobi-escualo en aquel hombrecillo insulso. ¡Pero no podía ser! ¿Cómo podía ser? Si lo era, desde luego tenía que ser bajo los efectos de la Técnica de Transformación, pero Ayame no veía ningún resquicio, nada que le indicara que la figura que veía era una falsa.
«Aunque si de verdad es él y se ha transformado en una persona que no conozco...» Meditaba, llevándose una patata a la boca. Pero entonces sacudió la cabeza. «¡Deja de pensar tonterías! ¿Cómo va a ser él? ¿Cómo se va a presentar en el País de la Tormenta así sin más?»
—Enseguida, caballeros, un poco de paciencia por favor —Ari forzó una sonrisa servicial, antes de dirigirise a la cocina y dejando a Ayame sumergida en sus pensamientos.
Su corazón latía con fuerza cada vez que le escuchaba hablar. Y su instinto y su curiosidad la empujaban a ir más allá. Pero estaba acompañado de varios hombres más... ¿Y si eran el resto del grupo de Dragón Rojo? También podía darse el caso de que se estuviese equivocando, y podría meterse en un buen lío con ocho hombres.
Pero...
Ari regresó entonces cargando con una enorme bandeja con siete cervezas y un plato realmente humeante rebosante de caldo. La camarera comenzó a dejar las cervezas frente a los sedientos marineros y cuando se acercó a servir el humeante caldo a Kincho...
¡¡PLAFF!!
Ayame había chocado con Ari, y a la camarera se le escurrió el plato de entre las manos, que terminó por derramarse sobre la cabeza y el pecho del marinero. La fuente terminó estrellándose contra el suelo, haciendo resonar el tintineo de los vidrios rotos contra los impecables azulejos... Impecables... Hasta ahora.
—¡Ah! ¡Lo siento, lo siento, lo siento!